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Una morada tras los reinos Denisse Vega Farfán, Centro Cultural de España-Lustra Editores, Lima, 2008 |
Por José Donayre Hoefken |
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Una morada tras los reinos es un libro que denota dos cuestiones muy claras: una: que su autora, la poeta Denisse Vega Farfán, sabe expresar con oficio y pulso firme lo que desea decir —y sin caer en la tentación de privilegiar el ejercicio del efectismo sobre el norte de lo sustantivo—, y dos: que su mundo interior —cultivado, sin duda, con lecturas que han potenciado su sensibilidad poética (como reflejo estético de lo humano)— no es producto de una casualidad sino de una intención y de una labor esforzada: explorar las posibilidades de lo latente (lo aparentemente inactivo) en concomitancia con los recursos del idioma. quién sabe si en el reino hay un Rey degollado Luego, más adelante, en el octavo poema («han alistado los coros»), la voz del contrapunto refiere:
en el reino nadie es más digno que el Rey Así, la autora le devuelve al término, en apariencia —en irónica apariencia y degeneración—, ciertos atributos regios (corona, abrigo y banquete). En ese mismo poema («han alistado los coros»), se tiene otra referencia:
y entre las manos te han dejado un manual En estos versos de Vega Farfán la majestad regia es reducida a remedo de lo humano, o sea, a un autómata de figura de hombre (androide), aunque la poeta enfatiza su poder, pero para un asunto menor (lúdico, trivial y hasta burlesco).
En la siguiente referencia, ubicada en el octavo poema («han alistado los coros»), el término «rey» se emplea en su posibilidad más tradicional y funesta: como la persona que decide la vida y la muerte de sus súbditos. pero el Rey elevará el pulgar Si bien no hay una distorsión de la figura regia, queda claro el estereotipo o, en todo caso, se plantea cierta ambigüedad del ademán que indica actitud positiva o aprobatoria.
Por otra parte, la cotidianeidad se remarca en los siguientes versos del noveno poema:
acaso el Rey es este con el que convivo En este caso la figura regia se ha reducido a la de cualquier mortal, pero sin que esto sea definitivo por la marca de la pregunta. Y más adelante, en el mismo poema, se lee con el mismo tono interrogativo: acaso es este ombligo el que me une
ha de haber sido hija del Rey
cómo salir del reino hundido
ciertamente cuando todo quede sumido Desde estos puntos de vista, el título del poemario —Una morada tras los reinos— irradia diversas pistas para enriquecer su lectura. Además, si a lo propuesto por la autora atendemos a la tradición, definitivamente potenciamos el alcance connotativo del vocablo «rey» y hacemos más vasta la posibilidad de sentir y disfrutar el libro de Vega Farfán.
Por otra parte, no hay que olvidar la idea ancestral, legendaria, histórica de que el rey es un elegido o enviado por Dios para gobernar y que, por tanto, tiene poderes divinos. En la tradición judeocristiana, la misma figura de Cristo evoca esta idea hasta el punto de la mofa: cuando los soldados romanos colocan el cartel con la inscripción INRI sobre la cruz. Asimismo, el término, como está empleado por Vega Farfán, nos trae a la mente al rey pescador, personaje castrado o tullido de la leyenda del Santo Grial, que utilizó T.S. Eliot en su aplaudido poema "La tierra baldía". En algunas reescrituras de esta leyenda, dicho soberano es llamado Amfortas —nombre que significa el que no tiene poder— y solo encuentra solaz pescando. La leyenda asegura que la herida del rey pescador sanará cuando llegue un caballero puro al castillo donde se encuentra el Santo Grial y plantee la pregunta clave. Y esta quizá sea también la clave de Una morada tras los reinos: formularnos cierta pregunta, advertir la esterilidad de los reinos y encontrar el camino correcto para hallar la morada. Posible clave que se relacionaría con la travesía de Odiseo para llegar a su feliz reino —la isla de Ítaca—, morada familiar que lo llena y restituye en su magnitud humana, tras un largo ejercicio heroico. Ante esto, va quedando asentada la madurez estética de Vega Farfán. La autora, lejos de caer en lugares comunes, concibe, moldea y labra versos con prudente originalidad, pero no con el fin de deslumbrar para sorprender sino para acercarnos a la verdad encarcelada en el misterio de la imagen poética, aquella que sustenta el encanto de la poesía bien ejecutada. Y tras todo lo escrito, aún queda la duda de si cada poema del libro es, en efecto, un reino en el que Denisse Vega Farfán extiende el territorio de la palabra, y despliega su poder y soberanía. Esto es: el modo especialmente bello en que trabaja el afloramiento de su verdad literaria, ofrece al lector su cosmovisión y explica cómo entiende el milagro —y esperanza— de la vida. Milagro y esperanza en la persona de una criatura (como se registra en el título de la parte III: El niño bajo el reino) y especialmente hacia el final del libro (la parte IV, titulada: Última morada), en la que la voz incisiva del contrapunto plantea que no hay reinos ni reino, pero sí libertad para ver a través del corazón porque la morada definitiva —quizás— es uno mismo. |
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