A estas alturas puede sonar redundante pero no hay que olvidarlo: El Billar de Lucrecia tiene como proyecto construir una panorámica de la poesía actual latinoamericana. Movida, falsificada, certera o profética, como quiera que sea esta cartografía, ya casi está completa. Desde esta perspectiva quisiera abordar Carne Prensada, de Silvia Figueroa, bola numero 12. Se trata de un libro compuesto, más que por poemas en un sentido convencional, casi cursi, del despliegue del yo lírico por medio de figuras retóricas y poéticas; de piezas poéticas, descontextualizadas de su realidad inmediata (a veces la voz lírica habla en primera persona, otras en tercera: fortuito identificarla con la autora. No hay referencia a personajes, lugares o momentos concretos ni mayor localismo que dos o tres menciones a la “guagua”) pero que en su conjunto crean un micro mundo, digamos, global, de edificios, escaleras, aeropuertos que bien podrían estar en Canadá, España, México o Puerto Rico. La voz tiene un ritmo sin prisas, sin ganas de melodrama o hallazgos filosóficos. Carne prensada, y aquí tal vez la explicación a tan tremendo título, puede leerse como una reacción (fría, distante) ante lo crudo, ante una realidad que se esconde tras el lenguaje, esa tela que codifica algo que no terminamos de ver, mucho menos, de asimilar, pero que se presiente y por cierto no de forma muy alentadora. Por ello la visión de la autora es, ante todo, escéptica: “Hay una cuerda de palabras que me sostiene. / Váyase a saber si es floja. Pero me aguanta. / Y a saber por mi peso (…)/ Habrá una letra los suficientemente hostil / como para dejarme caer un día. Ya lo verás.” Y esto no es gratuito sino medular: si hay desconfianza en la realidad y en el lenguaje, para qué siquiera intentar un corpus bien definido, sólido, firme. Para qué construir o reconstruir la realidad circundante, con sus detalles y bemoles. No se malentienda, este libro es un trabajo homogéneo, redondo, cabal y bastante aterrizado. Pero intencional, premeditadamente disperso. No un aliento largo sino ideas entrecortadas que dudan de sí. No la verdad descubierta sino el cuestionamiento de aquello que apenas se visualiza. No un conjunto de poemas sino fragmentos textuales y visuales que componen una poética entera. “Habrá que seguir, conforme a la resolución de la sombra./ a los puntos se llega desde los puntos./ Miro hacia arriba, como una exclamación / Y deseo que el espacio no se retrase en torno a tu cuerpo. / ¿Encontraré al tiempo de frente?” Tampoco es azaroso que los elementos de los que parte sean el lenguaje y la pintura, dos estrategias tradicionalmente usadas para reordenar el mundo, representarlo, subordinarlo al entendimiento humano. Hacerlo humano o mejor, doméstico. De hecho, en el libro aparecen fotografías tomadas por Figueroa que, lejos de ilustrar o explicar los textos, reiteran la desconfianza ante lo que la lente capta. Imágenes sueltas que funcionan de la misma forma que los textos. Fotografías de lo que se ve a través de una ventana, fotografías de lo que se ve a través de la pantalla de la televisión. Imágenes o momentos captados que no se le explican al lector, que no se justifican sino que simplemente, son. Y funcionan. En todo caso, sin entrar en detalles sobre lo que pudieran decir o significar, llama mucho la atención la presencia del televisor. Porque no hay ningún reparo en ocultar los márgenes de la pantalla, la procedencia de lo que vemos. Un poco a la manera de las imágenes de Warhol, serigrafías a partir de notas periodísticas; se trata de una visión de nuevo distanciada del autor, esta vez mediante la presencia de un medio de comunicación. Ella, la autora, no dice; ella presenta lo que otros dicen. Ella no está: muestra ¿Qué muestra? La carne prensada. La influencia de Clarise Lispector en este libro me resulta evidente y curiosa a la vez, puesto que si bien Lispector es una autora importante en la literatura universal, esperaba su presencia en Caos Portátil, Poesía contemporánea del Brasil (dentro de la colección de El Billar de Lucrecia). De hecho, Camila Do Valle y Cecilia Pavón, las antologadoras, (quienes hacen énfasis en el trabajo hecho por mujeres) la mencionan en su prólogo como antecedente directo. Y sin embargo es en una portorriqueña en quien se hace presente. Esto, más que un dato superficial, da indicios de asimilación y rechazo, del flujo de la literatura, de las necesidades personales que se nutren sin atender discursos nacionalistas ni patrioteros. También, aprovechando la muestra que ha dado la propia editorial, llama la atención el contraste estético, rítmico, incluso sociopolítico que se logra al contraponer Carne Prensada con Los Amores del Mal, de Damaris Calderón (Bola roja: 3) y, sobre todo, con Bala Perdida (Bola 5: naranja) de Montserrat Álvarez, cuyo ritmo lleno de velocidad y fuerza ataca frontalmente los sobreentendidos de la bondad de la vida. “El mar es un elemento peligroso./ La gente como tú no deberías/ pensar en él jamás / aún menos invocarlo/ con presencias de esta naturaleza.” Voces que el lector puede identificar como femeninas y, sin embargo, distanciadas del arquetipo de “lo femenino”, del regodeo del cuerpo, de la sensibilidad sobre la razón. Esto lo comento un poco por abarcar una perspectiva de género, pero si integramos estos libros al resto de El billar, podremos encontrar un panorama bastante saludable en la poesía actual latinoamericana, y sobre todo, una invitación (provocación) al juego, a la discusión, a la lectura y la escritura.
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