Francisco Monterde García Icazbalceta (Ciudad de México 1894 – 1985) fue un hombre de letras entregado a la poesía, al teatro, a la narrativa y a la crítica. Fue sobrino nieto del sabio don Joaquín García Icazbalceta. Entre muchas cosas, fue director de la Academia Mexicana de la Lengua desde la muerte de Alfonso Reyes, hasta 1973. En 1975 recibió el Premio Nacional de Literatura. Fue autor de Amado Nervo (1929) y de Grandeza Mexicana (1941) entre otras obras. Como dramaturgo formó parte del grupo llamado los Siete Autores y escribió La careta de cristal (1932). Como poeta cultivó la versificación japonesa a la manera de Tablada. De su obra poética destacan Sakura (1943), Netsuke (1962) y el Itinerario Contemplativo (1923).
Itinerario Contemplativo, es una obra pequeña compuesta de haikais; es decir, pequeños poemas ingeniosos de diecisiete sílabas distribuidas en tres versos de los cuales, al menos uno, es heptasílabo, y pentasílabos los otros dos. También se les conoce como poemas sintéticos. Sus características principales son: ser precisos, breves, ilustradores y atinados. El haikai mexicano es una adaptación del haikai nipón. Esto se nota por el apego un tanto laxo a la métrica clásica japonesa y por modificaciones menores como el título, que los japoneses no emplean, y por la rima, que tampoco conocen.
Al escritor de haikais se le conoce como haijin, José Juan Tablada (también haijin en algún momento) presenta a Monterde como “Al nuevo haijin y poeta Monterde García Icazbalceta que regresa de Veracruz.”
Itinerario Contemplativo narra el trayecto de México a Veracruz. En la primera parte,Monterde retrata el tramo que va desde México hasta Orizaba: “Un vuelo de palomas/ agita sus pañuelos/ al partir la locomotora.”
Los poemas de Monterde son poemas reducidos a su mínima expresión que con ágil hermetismo describen el camino férreo entre la entonces Ciudad de México y el pintoresco pueblo de Orizaba. Aquella atmósfera, en la que el ferrocarril asoma por en medio de los cerros del cuadro Citlaltépetl de José María Velasco, es la misma que le tocó apreciar a Monterde. Los cerros, las vías del tren, las plantas, los animales, los campesinos, son elementos constantes en esta primera parte.
Monterde supo iluminar con las sílabas de sus haikais lo que Ignacio Rosas, José Justo Montiel y Gonzalo Argüelles Bringas, todos ellos orizabeños, habían pintado entre el siglo XIX y principios del XX.
En la segunda parte de Itinerario que abarca el recorrido desde Orizaba hasta Río Blanco, Monterde, en su poema La Vía, afirma lo siguiente: “Retroceden los cerros,/ Galantes, dando paso/ Para que vaya en medio.”
Río Blanco, ciudad sumida entre el verdor de los cerros de Veracruz, brilla ante los ojos del poeta como un segundo destino. La alegría de las mujeres de Orizaba, no desentona con la garra que la muerte metió por entre las paredes de la Ruina. Monterde sabe bien conjugar diversas perspectivas emocionales y estéticas de Río Blanco. Al final queda un retrato artístico y completo del pueblo. La última parte de Itinerario nos conduce desde Río Blanco hasta el puerto de Veracruz: Córdoba: “Mexicana y morisca:/ los platanares/ copian el interior de la mezquita.”
La ciudad mexicana de Córdoba poco tiene que ver con la Córdoba española en cuanto a sus raíces y su arquitectura se refieren, sin embargo, Monterde hace analogías entre la Córdoba mexicana y la Córdoba española. Con mucho ingenio, el poeta transporta elementos árabes y moriscos a la tropical localidad veracruzana.
Los elementos clave que nos señalan que Monterde ha concluido su Itinerario son: el faro, los barcos, el malecón, la fortaleza de San Juan de Ulúa, entre otros. Casi podemos transpirar el sudor del mar, sentir la arena áspera en nuestros ojos al leer esta última parte del libro. No cabe duda que Monterde logra adentrar al lector en su Itinerario Contemplativo.
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