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Del aire y su memoria. Una entrevista perdida.

Mariana Bernárdez

En 1996, Mariana Bernárdez sostuvo una conversación con Angelina Muñiz-Huberman en la Casa del Poeta de la Ciudad de México. El destino, disfrazado de mudanza, quiso que la grabación de aquella charla se perdiera en una de las tantas cajas del trasiego. Once años después, Mariana reencontró el cassette en un lugar insospechado y ahora comparte con nosotros aquella entrevista perdida y vuelta a encontrar en el templo de la casualidad.

Hace ya muchos años, en una de las tantas mudanzas ―o debiera decir naufragios― que sufrieron mis cajas libros, una de ellas se perdió, aunque apareció un buen día ―once años después― en una bodeguilla de casa de mi hermana, donde estaba aguardándome. ¿Cómo llegó a ese lugar y logró pasar inadvertida a los apeos y vaivenes?, no lo sé. Al abrirla, libros y objetos iban arrojando fragmentos de una vida resguardada entre papeles; tanto tiempo, si parecía que apenas había transcurrido un instante de haber estado guardando cosas en ella, y ahí entre sus muros el cassete, su sola existencia, me increpaba el descuido: 6 de junio de 1996. ¿Podría escuchar la cinta?, ¿se habría oxidado? Era la presentación de La memoria del aire : cómo no me iban a esperar el aire y las palabras. Nos esperaron, tanto a Angelina como a mí, simulando un vuelo detenido cuya moneda tuve la fortuna de volver a acariciar, lo cierto es que el azar me ha vuelto a sorprender una vez más.

Agradezco el espacio a la Casa del Poeta, Angelina y yo  pretendemos que sean cómplices del desarrollo de una entrevista, su mecánica, las vertientes que se dan al realizarla y los datos curiosos que surgen. Como sabrán, hace poco Castillos en la tierra (seudomemorias) se dio a conocer en el Ateneo Español, Angelina leyó para la ocasión algunos fragmentos que comprendían el tema del exilio y la memoria. En esta ocasión el libro que nos atañe es La memoria del aire, y para comenzar me gustaría abordar el tema de la memoria con relación a la reminiscencia que plantea la discusión sobre el conocimiento: tenemos la necesidad de contarnos la vida aunque caigamos en la invención, ¿si la memoria es vía de conocimiento importa o no que sea verdadero este conocimiento y verdadero en qué sentido?

Los dos libros salieron casi juntos, ambos versan sobre dos aspectos de una misma situación, uno se llama seudomemorias —tal vez por eso te preocupe la idea de si es verdadero o no—,  y el otro La memoria del aire donde se trata de entrever lo que recuerda el aire: reminiscencias, recuerdos ya vividos de algo que no posee un apoyo concreto y real, se trata de saber lo que recuerda el aire si es que tiene memoria. Comienzo por leer el poema “Memoria del Aire”:

Los sonidos se guardan en el aire
Las voces, los escondrijos, las ondulaciones.

He oído caer el agua de la jarra
He oído las leves patas felinas
He oído pronunciar mi nombre:
en el silencio: sin que nada se mueva:
en la oscuridad: en la soledad.

Los murmullos se han levantado
La memoria del aire despierta
Todo sonido acordado
Todo acuerdo sonado
Son tan familiares los muebles,
las alfombras, los claroscuros
que se me anticipan en palabras:
que se me anuncian encontrados:
ya no me aterran en la noche:
ya espero su quejido, su dulce lamentar,
de ritmo en ritmo, de cadencia en cadencia.

El aire que sacude las ramas
contra la ventana, contra la frente
es el aire que me he aprendido de memoria,
es el aire que me nombra entre voces,
entre escondrijos, entre ondulaciones.

La memoria del aire ¿son poemas del origen, en círculos concéntricos, en tanto que miras el mismo fenómeno, pero desde distintas posiciones?

Sí, de eso trata el poema inicial “La piedra lisa” en él hablo de los círculos concéntricos, es decir, el conocimiento avanza de la misma forma como cuando se tira una piedra al agua y dibuja círculos concéntricos en la superficie, el conocimiento progresa según se extienden los círculos.

El mar como placa fotográfica es recreado en la memoria para contar algo concreto, como es el caso de “Paisaje con gaviota”, hablas de una imagen y reconstruyes una historia al ordenar una serie de datos dispersos.

Lo que puedo hacer es comentarte cómo surge ese poema: estoy sentada en un lugar cerca de la playa, la imagen llama mi atención y me impresiona de tal modo que se me queda, poco después la escribo y el ritmo va viniendo por sí solo; en este poema trato de describir realmente a detalle los componentes de lo visto:

Sobre cada farol una gaviota:
contra el cielo rayado y el mar tranquilo

La paloma, en la arena, camina punteando
(con el ritmo persistente de cabeza y cuello)
   la inevitable certeza de algo que sólo ella sabe

A lo lejos el velero, casi inmóvil,
ambiguo, blanco, impecable
Cerca, el graznido de ave marina

Sobre mi cabeza, el cambiante techo de alas:
entre el plumaje el sol cegador:
como si se lanzaran al ataque, las gaviotas

Banderas de colores plantadas en la duna ardiente
para que el aire las retoce, las enjugue, las explaye

Cuando la palmera ha torcido su tronco
cuando la gaviota ha abandonado su espacio
cuando la paloma persiste y se esconde sin remedio:

Es entonces la lluvia de gotas grandes, pesadas,
que ahuyenta el desliz cadencioso
y crea el nuevo silencio:
el húmedo: el desolado: el extendido

Levanto la vista y empiezo a añorar:
ahora mismo y para siempre:
paisaje con gaviota que se me escapa:
en el gris horizonte, en el gris mar, en el gris cielo.

El deseo de atrapar el movimiento de esas gaviotas que se iban, esa ola y ese velero por medio de la palabra, a sabiendas de no poder apresarlo, se refleja en el verso: “levanto la vista y empiezo a añorar”, es decir, estoy añorando algo que todavía veo: la gaviota que dejaré de ver.

La afluencia del tiempo indica que el instante habrá de escaparse, en este momento se abre una distancia y se facilita la rememoración. Hace algunos años cuando hablábamos del exilio decías que te había dado una distancia necesaria para desarrollar tu escritura; me gustaría que lo comentaras en referencia al poema que inicia el segundo apartado, “Surcador de Mares” donde hay un personaje delimitado, ¿se trata de un concepto más amplio del exilio? Hay un verso que dice: “no ansías el puerto que no reconoces”.

El exilio es una de mis obsesiones, un tema recurrente en lo que escribo, lo veo desde distintos ángulos, símbolos o mitos, el mar es una de las posibilidades que más lo desarrolla porque es una imagen verdadera e histórica: va uno por mar de un lado para otro; al ser una distancia, que no sabemos cómo medir ni establecer y al estar limitada temporalmente nuestra estancia en él, abre la particularidad poética que se encara en un personaje que se desdobla y aparece como “Surcador”, “Farero”,  y “Extranjero”. Cada uno pretende marcar un camino y surcar los mares, algo inverosímil porque es imposible hacer una marca en el mar, parece que la estela algo deja pero en realidad nada queda. Es lo que ocurre con el exiliado, no materializa ningún signo ni huella porque trabaja en el aire, símil que también se encuentra en Morada interior , cuando digo que los niños de 1936 vivían en el aire. A diferencia, en estos poemas el elemento central es el mar, imagen clásica sobre la carencia de lugar donde afianzarse, pensemos en Ulises que hace su viaje por mar para alcanzar algún día tierra. La recurrencia de una imagen que ya existe se resignifica para mostrar otras aristas: el puerto que no reconoces y que no ansías; ese es el destino del exiliado: partir de la perdida.

¿Hay una relación entre la memoria y los elementos: agua, fuego, aire, viento, luz? ¿Es parte de una poética?

Sí, el único apoyo que se tiene como exiliado es algo que también no lo tiene: la memoria, es decir, existe la memoria y es de lo único de lo cual sacas algunos hilos para lograr una cierta tierra echada en falta, pero por otro lado, la memoria es muy tenue, es traicionera, se escapa, no sabemos dónde está, asocia cosas que a lo mejor no son verdaderas, es un terreno poco delimitado. La probabilidad que me parece más atractiva es que al no ser nada puede serlo todo, porque inventa, traslada o da un punto de referencia.

Sobre la memoria y la verdad: si la memoria es tenue y permite la recreación ¿importa la verdad o la certeza?

Es tenue, pero al mismo tiempo es poderosa, si la cultivas y buscas en ella el origen cada vez te da más datos y apoyos para alcanzarlo, entonces es las dos cosas e indudablemente es un nudo del que vamos rescatando hebras para desentrañarlo, es ir dando un paso y luego otro sobre algo que se vuelve un tejido poderoso. Leo el poema de “Surcador de Mares”:

Surcas las líneas del mar
Hiendes las olas de transparencia
Sumerges la mano en esponjas,
en corales, en escamas de peces

Surcador:
doblaste las arenas del exilio
que pesan sobre tu espalda doliente
que irritan tu piel delgada y suave

El timón no gira
la vela no se despliega
la  brújula no enmienda

(No ansías el puerto
que no reconoces)

La tormenta:
siempre la tormenta
(sólo en la memoria)

No importa la calma
no envuelve el refugio
no soplan alisios, cierzos,
                 euros, notos

No llegas:
                 no llegarás

Sobre la embarcación espumada
que se hunde, entera,
           hacia el fondo sosegado.

En esta segunda sección figura “El Ángel de la Melancolía”, descripción de un cuadro de Durero, que me recordó algunos cuentos de De magias y prodigios por ser un poema cifrado, por el tema de la melancolía, la nostalgia por el paraíso perdido y la conclusión de que el exiliado es un abandonado, el presente que tiene es la nada y si alguien lo protege es este ángel.

Creo que doy pasos alrededor del tema porque llega un momento en que es una fórmula mágica, alquímica, cabalística, donde la melancolía tiene un lugar especial. No se trata del llanto por la tierra perdida sino de una nostalgia que se transmuta en una serie de elementos que permiten encontrar un camino en el mundo ciego al que es arrojado el exiliado. El poema “El ángel de la melancolía”, basado en un grabado de Durero de trasfondo alquímico y cabalístico, lo usé para darle otro sentido al exilio: la plasmación de la melancolía hacia la creación de algo tangible. El exiliado se cansa de vivir en el aire, en el mar, en el fuego y ansía la tierra que precisamente no tiene. Al dar vueltas alrededor de un cuadro encabalado, como lo llamo, alterna los significados de la Cábala y crea algo tangible.

El tema de la transmutación y la traslación resguarda el deseo del exiliado de pertenecer, de tener una raíz aunque se encuentre en él mismo, ¿se trata de transformar el exilio en raíz?

Sí, pero no es una raíz en la tierra, porque también ésta se ha perdido, es una raíz que inventas durante toda la vida porque tienes que buscar de forma constante dónde está. Puede ser una palabra, un gesto, un acto de amor, es decir, lo que buscas es un exilio desvinculado de sus orígenes y cada vez “más exiliado”.

Varias preguntas: ¿Un exilio donde la memoria es vida y guía?, ¿una memoria como narración que se vuelve un género?, ¿un camino que te conduce para que no te pierdas?

La memoria sería el modo de encontrar una raíz al aire, etérea. Me gustaría leer el poema “Unicornio de oro” porque tiene una relación directa con lo que mencionábamos del exiliado que no posee sino entrega,  y con tus preguntas:
Eslabón de los últimos días:

Cae una gota de oro
en forma de unicornio
Extiendo la mano
sin saber lo que recibo
La herencia viene de lejos
 —espacio y tiempo, absortos—
lenguaje que no se pierde:
las señas son claras
los grados se confunden
El óvalo del Eterno
señala cada cápsula
envuelta en querencia
Cuerno espiralado
entre las crines revueltas
Su trote retumba
ecos no habitados
paisajes no inventados
Ritmo a ritmo la vida fluye
en una mano que da
y en una mano que recibe.

Las partes del poemario se engarzan entre sí: de la memoria a la herencia, de la herencia a la personificación del exilio donde la recreación de la memoria ordena los recuerdos que dan la impresión de galopar dentro de la cabeza sin dirección alguna, fragmentos que se rememoran para legitimar una identidad. Una vez definido el rostro, los poemas de la tercera sección delatan una intimidad vivencial: “De madrugada paseo”, “Fantasma”, “Una jornada insensata”, por mencionar algunos donde la cotidianeidad delata la profundidad de una historia personal. El exiliado siendo un abandonado busca arraigarse en un argumento.

Sí, pero estos álguienes son fantasmas: fantasmas que se pasean por la casa, fantasmas con la idea de la muerte personificada en un sueño o en la raíz del verbo ser como en el poema “Yo soy yo y la muerte”, porque el problema del exiliado se desarrolla entre ser y no ser de distintos modos.

Llama la atención el manejo de la ironía en “Batalla ganada” que se ejemplifica entre la primera y la última estrofa: “Te me presentas madre en sueños  querida madre/ De negro vestida/ Como en verso de antigua lejanía//” Y luego: “Querida madre de negro vestida/ con frac y sombrero de copa:/ aún te gané pírrica batalla…”, lo cual provoca diversos planos de lectura, imagino a Marlene Dietrich vestida de frac con sombrero de copa, la personificación fundamenta la imagen poética como si fuera fotográfica, lográndose una evocación más allá de una primera apreciación.

Se trata de romper con la carga tremenda del exilio, porque cuando sobreviene el inevitable cansancio aparece el deseo de ironizar y es otra manera de acercarme al tema, leo “Una jornada insensata” para ejemplificar lo dicho:

Colgó la piel de lobo
a la puerta de su cabaña
(y no significó nada)

Tachonó de murciélagos
El alero inclinado
(y no significó nada)

Huesos blancos ondeaban
de su chimenea apagada
(y no significó nada)

Con despojos, aullidos y desatinos
adornó las paredes implacables
(y no significó nada)

Remontó el aire
y quemó las hojas del otoño desvaído
(y no significó nada)

Agujereó espantapájaros
e implantó silbidos de serpiente
(y no significó nada)

Trastabilló sobre la nieve no hollada
y sus brazos en aspas giraban
(y no significó nada)

Atrapó gorriones rezagados
y desenterró culpas empedradas
(y no significó nada)

Cuando regresó agonizando
de su jornada insensata
la puerta de su cabaña
se abría al orden de un mundo en calma
(y no significó nada).

Destaca la contradicción de querer hablar del exilio a la par de querer olvidarlo a fin de reinventar la historia, pero detrás de ello existe una protesta contra la omisión de esa “otra historia”, la del Exilio Español, que es un testimonio de los vencidos.

En el caso de la Guerra Civil Española fueron más los vencidos que escribieron que los vencedores, lo cual es una contradicción de lo que suele pasar generalmente. La historia de los vencedores fue para consumo interno, pero en el exterior se exaltó más la versión del exilio, creando un giro fuera de lo habitual.

De alguna manera el olvido y el rescate conforman un “nudo” fundacional en La memoria del aire: la memoria con sus recovecos transita el tiempo de distintas maneras: estoy en el presente y pienso el pasado, pero al estar en el pasado me proyecto hacia el futuro; este vaivén traspasa los planos temporales, esquema que adquiere complejidades de difícil comprensión: “los palacios de la memoria” dirían antes los tratadistas. Bajo este esbozo la cuarta sección es un rompeolas, una vez planteado el problema del exilio, su recreación y transmutación se vive en presente, es decir, la memoria abre el espacio de la presencialidad. Ejemplo de ello son los poemas “Aviones sobre el cielo de Mixcoac” y “Tejido”, que ayudan a comprender que en la profundidad del presente se concentran las diversas historias que nos conforman.

Sí, todos estos poemas están escritos en tiempo presente y tanto el tema como el tono es cotidiano, leo el poema “Tejido”:

Cómo quisiera tener entre las manos
un par de agujas y lana para tejer

El melancólico deslizar de la hebra,
el  suave movimiento monótono

De la nada ir haciendo un tejido punto a punto
con el rítmico sonido de metal con metal

Cómo quisiera tener a quien tejerle una prenda:
cualquier cosa: unos guantes blancos:
un chaleco a cuadros con punto de arroz:
una bufanda larga con flecos en los extremos

Cómo quisiera sentarme en la mecedora,
con la canasta al lado y el hilo para devanar

Sin nada más que hacer en la vida:
sin un pensamiento: sin un recuerdo: sin un apuro

Tejiendo un sencillo espacio, un sencillo tiempo:
una vuelta de punto derecho:
otra vuelta de punto revés.

(Como aquella antigua doncella que se cansó de ser
guerrera y pidió a su madre la rueca para hilar.)

El verso “Tejiendo un sencillo espacio, un sencillo tiempo” es puente entre los poemas anteriores y la quinta sección; una vez descrito el espacio-tiempo, se llega a una ciudad cuyo dintel está franqueado por una “Maldición”, limbo entre lo que no existe y a la par existe… y que se trastoca en un dibujo-poema “La ciudad ha sido dibujada”. Entonces empezamos a caminar por “Era una ciudad”, o ¿acaso empiezas a contarnos un cuento? Ciudad-morada que habla del hombre que ha perdido su lugar en el cosmos y que trata de volver a encontrarlo a través de la palabra: dibujar la ciudad y habitarla.

Por el exilio la ciudad es inexistente y por eso ha tenido que ser dibujada. En Castillos en la tierra, explico que la niña al encontrarse en una ciudad nueva se ve forzada a dejar marcas en las calles para reconocerla y encontrar el camino de regreso; señas  para que la memoria distinga el lugar. Creo que es la idea en “Era una ciudad”, donde la pérdida simbólica lleva a su recuperación al ser escrita en el polvo. Leo el poema:

No eran los sonidos de la ciudad los mismos.
Ni la luz de atardecer, ni el tiempo en que se encendía
el alumbrado.
Saltaba de sorpresa en sorpresa como pequeño conejo
acosado.
Las palabras sonaban a tambor destemplado.

Parecía idéntico el idioma y, sin embargo, era otro.
Idénticas las caras y eran otras.
Idénticas las danzas y las canciones, pero otras.

Lo que sonaba no se oía y lo que guardaba silencio atronaba.

Era una ciudad vuelta del revés. Sin principio ni fin:
amontonada.

Y luego, grandes huecos: no de parques ni de jardines.
Grandes huecos entre casa y casa. Hoyos profundos mucho
más que sepulturas en tiempo de guerra. Esqueletos de
edificios, ventanas al vacío con jirones de cortinas, al aire,
despeinadas. Los techos sobraban y los cables se enredaban a
gusto y se desenredaban.

¿Por qué salía a pasear por la ciudad?
Salía porque ni un muro lo aprisionaba, ni una puerta lo
encerraba. Al abrir los ojos ya estaba del otro lado y su cuerpo,
torpemente, lo arrastraba.
Evitaba columnas derribadas o pasaba sobre ellas esforzando
al mínimo los músculos de su cuerpo. Estaba cansado.

Estaba tan cansado como rata de alcantarilla que ha
escapado al terremoto y su mirada se desorbita.

¿De qué huía?
No era posible saberlo. De una destrucción de tiempos
antiguos. De todas las catástrofes que el hombre ha inventado.

Si encontrara una cueva donde refugiarse.
Si encontrara un resquicio en el muro desordenado.
Por lo menos, un árbol frondoso, aunque no supiera cómo
llamarlo.

Entonces llegaba al término de la ciudad. Se daba vuelta y
repetía sus pisadas con cuidado, caminando entre bloques
de piedra, artefactos fuera de lugar, hilillos de agua que
escurrían por aquí y por allá.

El hombre, con su cansancio de milenios, se detuvo sobre
el polvo y escribió con la yema de los dedos: “Era una ciudad”.

En la última parte del poemario el presente se asume a tal grado que se ensancha para que el pasado y el futuro se integren paralelamente; al saltar de uno a otro tiempo indistintamente, la memoria guía y enseña a andarlos incluso en sueños como es el caso de “Sueño sin marea”, o para reflexionar sobre la poesía como en “Poetas muertos”;  los poemas versan sobre la línea frágil entre la vida y la muerte, revisas las esquelas, asumes la muerte de los padres, y en el último, “La hija pródiga,” con todas las implicaciones de intertextualidad, pero con la particularidad de su resignificación, regresas para liberar el llanto de la pérdida.

Me gustaría leerlo:
Como hija pródiga he regresado a mis recuerdos:
he rebuscado los sencillos: los inalterados.

Dejé atrás ese sentir inconforme,
ese camino de brújula sin norte,
ese plato vacío de hambre insatisfecha.

Pedí un alto en el sollozo,
una pausa en el ocaso,
un olvido de lo cercano,
por una presencia de lo lejano.

¿Cómo retomar la historia quebrantada,
el punto escapado de la aguja?
Si ya no está mi padre para
contarme cuentos prodigiosos,
ni mi madre para enhebrar mi tejido.

Cuando he querido retornar, como hija pródiga,
el umbral traspasado era depósito de cenizas,
las columnas no sustentaban techo alguno
y puertas y ventanas habían escapado
hacia el cielo de escombros de guerra perdida.

Ser hija pródiga no era no traer nada
sino ante el hogar devastado
ni siquiera hallar un rescoldo,
una piedra aún caliente,
un vaho, un retoño, una espiga.

Hundir las manos en las cenizas
y como antigua sacerdotisa
esparcirlas sobre mi cabeza
y rasgar mi vestiduras
y dejar resbalar, por primera vez,
el llanto recuperado, lágrima a lágrima,
río tranquilo, transparente cordón umbilical
de la hija pródiga que ha encontrado al retornar
el espacio habitado de sus muertos amados.

Quisiera comentar que estos poemas aparecieron primero en el suplemento “Sábado”, y luego reuní y estructuré el material en las seis partes que hemos recorrido; a diferencia del trabajo de la novela y del cuento, que es más metódico y disciplinado, yo dejo a la poesía fluir a su aire, no la fuerzo, por ejemplo el poema “La jornada insensata”, lo confieso, me despertó con el verso “y no significó nada”, lo escribí prácticamente sonámbula y casi no veía cuando lo terminé, creo que por eso salió con ese ritmo y con esas imágenes tan desmesuradas.

También comentar que el juego del tiempo que explicas, yo no trato ya de hacerlo, para mí el tiempo está dando vueltas, puede ser concéntrico, espiralado o lineal, no importa cómo se mueva porque va a seguir fluyendo. Aclaro esto porque lo inicial fue escuchar las historias hasta hastiarme un poco de ellas, y ahora esos primeros recuerdos, mi familia… es lo que empiezo a contar, supongo que tuvo que pasar mucho tiempo para verlo de una manera desprendida y objetiva, como esa hija pródiga que rebusca en los recuerdos para quedarse con los más sencillos, el poema se cierra esparciendo las cenizas, pero algo anuncia, porque la vida sigue.

Aunque todo quede atrás y se mire hacia el futuro, la carga que ello implica, a pesar de no significar no carece de sentido, y esa es una de las trampas cuando se interpreta tu obra, cuentas un sentido que quizá no se capta, pero sí se siente o intuye.

No importa que haya algo que no se explique si al conmovernos abre la imaginación, entonces el lector puede hacer lo que quiera con ese rostro que no se aparece.

Sobrevino el silencio, breve, cargado y vibrante, ése tan particular que se allega cuando se ha asistido a un momento que acompañará la vida, y los aplausos prorrumpieron para sellarlo en una memoria aún más vibrante que la evocada por las palabras o las imágenes, memoria de lo vivido, certeza de ser unos con los otros. De lo contrario, la caja perdida por mi torpeza no habría sobrevivido once años de naufragio para salvar lo que alguna vez pensé insalvable.

Angelina Muñiz-Huberman, La memoria del aire, UNAM/ Facultad de Filosofía y Letras, Coordinación de Humanidades (edición especial), México, 1995.

Angelina Muñiz-Huberman, Castillos en la tierra (seudomemorias), Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Dirección General de Publicaciones y Ediciones del Equilibrista (Colec. Hora Actual), México, 1995.

“En el centro el exilio. Entrevista con Angelina Muñiz”, en La Jornada Semanal. Suplemento Cultural. México, 12 de septiembre de 1993. Véase también www.marianabernardez.com

Angelina Muñiz-Huberman, Morada interior, Editorial Joaquín Mortiz (Serie del volador), México, 1972.

Angelina Muñiz-Huberman, De magias y prodigios, Fondo de Cultura Económica (Colec. Letras mexicanas), México, 1987.

 

 


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