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Deshuesadero
Román Luján, Fondo Editorial Tierra Adentro,
México, 2006 

Por Natalia González Gottdiener
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Nigredo

Ciertas caricias me entristecen
me vuelven solo a medias
a trancos de sudor y malgastados vientres
a mendrugos de aliento enfebrecido
a pura sombra
                                Me vuelven tan de bruces
a la raíz impura de una luz
sin brasa que despliega en tolvaneras
la curva temblorosa de un cuerpo sin resguardo
que se apacigua nunca
y desarraiga el gesto de la cara
el ademán del cuerpo
para tornar la desnudez
en archipiélago



Leteo

Nada asciende         La noche es una orquídea
ponzoñosa                La música dormita en su triste condición de humus
                                                                                                                               Sal de ti
me digo             y el rencor de tanto espejo acumulado
hunde navajas cuerpo adentro  en la retícula
más débil            allí donde las voces nunca alcanzan
a regalarme un rostro
                Nada irrumpe
Nadie
Un petardo se esfuma en mi saliva          Giran
buitres minúsculos allende la garganta
¿Por qué inventar el centro del aullido en la piel nuestra?
¿A qué tanta emoción saberse llamarada
descendiendo a la sima
del Leteo?
                    Aún rasguño
del hastío las primerizas cuerdas               las arterias
de suyo recorridas            y la misma pus inerme
roe mis labios
            Nada asciende a este poema
de balbuceos atroces          nada lima su faz
de vendavales
                                Sal de ti reincido
en la penumbra
Siento erguirse
la flema del silencio hacia mis ojos               evaporar
sus líquidos ingenuos
las imágenes perdidas que aún emergen
cuando Nadie
                                y su ejército de fango
desovan en mis cuencas
su enferma risotada
y me abandonan
ya sin ánima
que ascienda a este vagón del hambre



Mezzanine


Hay un caníbal que me lee

Abdellatif Láabi

 

Aquí no te detengas
lector:
              se han agotado
los huracanes plásticos
aunque nunca descartes
que en otras coordenadas
aún sobren oasis
por violar

Pero ya que recorres
la mitad de esta página
ajústate el babero a la camisa
el tenedor colmillos
la espuma de tus fauces

Aún nos queda limpia una orilla del morbo:
comienza con las vísceras
(mis dulces tempestades)
en la mejor charola de la casa

No hagas caso del grito
                                                Continúa

Eso que huyó
no es una lágrima



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