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Periódico de poesía
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Presentamos los poemas "El aire al rojo", "Mirada de Jerez", "México", "La muerte de la rosa" y "Canción tonta" de Francisco Hernández, que fueron publicados en diversas épocas de Periódico de poesía impreso.

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El aire al rojo

No me deja dormir el aire al rojo. Salgo de la casa y ya en la espesura, el chorro de mi orina traza un arco iris de doble perfección. Tiemblo al reconstruir los jardines de Mirabell. Lloro al dibujar tu silueta, escudo protector de tanta podredumbre.

Mariposas del tamaño de mis manos, chupan el sudor del cuero cabellu­do. Insaciables, beben también del charco que resplandece a mis pies.

La noche desenfunda sus acentos. Cantan grillos y cigarras, silban chotacabras, zumban enjambres de zancudos, ruge la pantera longibanda, grita el milano brahamaní, tose el oso malayo de garras largas, se hace presente junio con sus verdes chillantes.

Vuelvo a la casa. En el tronco de un árbol ayer inexistente, cuelgan calaveras sitiadas por avispas. Cruzo la puerta. Busco la botella de arak, pero un remolino ha tomado posesión de las cosas. Pasan frente a mis ojos el tintero, las botas, el cuaderno, espinas mensajeras.

Salgo en busca de mí. Tropiezo al pronunciar tu nombre. Una hilera de hongos fosforescentes me da el primer indicio de la aurora. Corro hacia los templos de la montaña, caigo entre las estacas de una trampa. (Mástiles, velas, jarcias, relampaguean en el río.)


Periódico de Poesía, nueva época, UNAM/ INBA,
núm. 3, otoño de 1993


Mirada de Jerez


Ramón
López Velarde se levanta al amanecer.
El
cuarto del hotel es reducido, maloliente y azul.

Se
afeita, con pulida hoja libre, ante un espejo que
le devuelve su mirada de Jerez en el agua del pozo.

El
calor aumenta. Con parsimonia se pone el traje negro.
No
entrega la llave ni se despide de la encargada,
una muchacha que se abanica el rostro con la falda.

Se
aleja por calles pedregosas, viendo siempre a las sombras que,
proyectadas en el suelo, le sugieren niños erizados en las bardas,

selvas en la espesura de las bugambilias, palmeras

con racimos minerales.


Sigue
sin levantar la frente. Niega lo que pasa en el cielo.
Oye
sus pasos retumbar en las piedras, advierte
que las piedras se hacen polvo y que el polvo

se transforma en arena blanca.

Un
olor a brea invade sus pulmones.
Los
síntomas de asfixia huyen como cangrejos.
El
golpe de las olas le llega a la cintura.
Alza
por fin los ojos.
El
golpe de las olas le moja la corbata.
Vive
otra vez la angustia que sintiera en la pila bautismal.

Periódico de Poesía, UAM-UNAM, núm. 13, 1990


I


Hoy converso contigo, Robert Schumann,

te cuento de tu sombra en la pared rugosa

y hago que mis hijos te oigan en sus sueños

como quien escucha pasar un trineo

tirado por caballos enfermos.

Estoy harto de todo, Robert Schumann,

de esta urbe pesarosa de torrentes plomizos,

de este bello país de pordioseros y ladrones

donde el amor es mierda de perros policías

y la piedad un tiro en parietal de niño.

Pero tu música, que se desprende

de los socavones de la demencia,

impulsa por mis venas sus alcoholes benéficos

y lleva hasta mis ligamentos y mis huesos

la quietud de los puertos cuando el ciclón se acerca,

la faz del otro que en mí desespera

el poderoso canto de un guerrero vencido.


Periódico de Poesía, UAM-UNAM, núm. 10, 1989



La muerte de la rosa

Han pasado las horas por el tallo

y la rosa en octubre se convierte.

Nutre su corazón agua de mayo:

espejo intacto de su mala suerte.

En el recuerdo, ya color perfecto,

se clarifica el eco que la nombra.

El “no” de su perfume resurrecto

espina lo brillante de la sombra

y la certeza de la mano dura

que la cortó con luminosa esgrima.

El cristal que la llena de blancura,

de angustia o nubes de tristeza,

sucumbe ante lo fácil de la rima:

muere la rosa de inmortal belleza.



Canción tonta


La niña camina por la playa

en el límite justo de las olas.

El color de su piel toca la espuma.

El caracol aprende sus palabras.


La niña camina por el bosque

con agujas de pino entre los labios.

Pasa un rumor de plumas en silencio.

Una pared de niebla se levanta.


La niña camina por la selva
con los ojos cerrados y las manos abiertas.
En sus dedos hay flores de Inglaterra.

En sus ojos hay tigres de Bengala.


Periódico de Poesía, UAM-UNAM, núm. 1, mayo-junio de 1987 





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