atwood.jpg Margaret Atwood

Traducción de Argel Corpus 

Sor Juana trabaja en el jardín

Otra vez el tiempo de la jardinería, de la poesía, de los brazos
hundidos hasta los codos en los vestigios
del diluvio, manos en la tierra, tentando
entre las raíces, los bulbos, las canicas perdidas, las cabezas
ciegas de lombrices, los excrementos de gato, tus futuros
huesos, lo que sea que haya ahí abajo
supercargado, un tímido destello en la oscuridad.
Cuando te paras sobre la tierra desnuda con tus pies desnudos
y el relámpago latiguea a través de ti, en ambas
direcciones, dicen que has hecho tierra,
y eso es lo que es la poesía: un cable caliente.
Podrías también clavar un tenedor
en un socket. Así que no creas que sólo es acerca de flores.
Aunque en un sentido lo es.
Pasaste esta mañana entre las parásitas flores
perennes, las ondulantes peonías,
las azucenas que se preparan para la explosión,
las hojas de la dedalera relucientes como cobre
martillado, el inmóvil crujido entre las puntiagudas aquileas.
Las tijeras, la portentosa pala, la carretilla
amarilla e inerte, las hojas de pasto
susurran como iones. ¿No crees que en todo esto se estaba
preparando algo? Debiste haber usado
guantes de plástico. Un relámpago gestándose en las agujas del lupino,
sus racimos y ráfagas, el polen y la resurrección
desenrollándose desde cada nido de pétalos
inquieto. Tus brazos tararean, los vellos
se erizan, apenas un roce y estás electrificado.
Ahora es demasiado tarde. La tierra se desgarra,
los muertos se levantan, ciegos y tropezándose
en el enfrentamiento de la última, diaria
luz de sol, los ángeles de piel se arrastran
sobre ti como abejas amenazantes, arriba
los arces pierden en el cielo sus ensordecedoras
teclas, tus explosivas
sílabas desordenan y cubren el pasto.

 

Robar la copa del colibrí

Un día tuve codicia por el mundo.
Quise robar cosas,
quise robar muchas cosas.
En los últimos años muy pocas.

Hoy sin embargo sentí que el latrocinio
regresaba arrastrándose adentro de mis dedos:
quise robar la copa del colibrí.
Si tienes una mano larga

y pones el índice en el pulgar
esa sería la circunferencia.
Si tienes un ojo pequeño,
el colibrí sería más pequeño.

La copa es rojo oscuro,
el color de la sangre seca,
con una pluma pintada, o una ala,
o una palabra.

El colibrí es azul brillante.
Se posa en el borde
y hunde su pico adentro de la copa,
bebiendo de lo que solía estar allí.

¿Quién lo hizo?  
¿Para quién fue hecho?
¿Quién vertió qué cosa allí?
¿Con qué placer?

Si tan solo pudiera robar esta copa –
romper la vitrina, salir con ella.
Esta copa llena de felicidad
que luce como el aire,
o como el aliento gastado, o las sombras
en un día sin sol,
que se parece a la nada,
que luce como el tiempo,

que se parece a lo que quieras.

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