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Alicia Quiñones
(Ciudad de México, 1982)

 

Así:
         renaciente,
                         de olor a río
                                             a piedad

cae el dolor de las campanas:
viento envenenando
musicalidad de la memoria.

Callan,
y cae el dolor
sobre una venus vieja
     —musa mística sentada sobre horas—
que abre su canto para devorar los tiempos.

Las horas cubren campos.

El tiempo se hizo corazón de noches.

Por las madrugadas caen sonidos como el miedo en gramos:
palomas mensajeras con kilómetros de rezos.

Caen los cantos de las campanas sobre el pueblo:
luz de piedad,
eco de ríos,
olor a nuevo, a juguete apenas descubierto;
tempranas lluvias cubriendo la misericordia que los niños miran desprenderse de
 [los árboles.

Un niño recuerda haber sido el viejo de las noches.

Un niño recuerda su pueblo, aquél, aquél, aquél.

Llueve fino
y los sabios se han ido a descansar.

Es temprano para un niño
y tarde para la misericordia.

Caen las gotas y los sonidos de la iglesia
sobre el pueblo:
los campos huelen a ciruelos,
los caminos a un amante derrotado.

Es tarde para el amante
y temprano para cobardías.

¿Quién tuviera un ciento de nostalgias,
un árbol de conciencias
y un frasco de ciruelos?

Guardar ahí el canto
o la carcajada.

Los árboles se han caído con el runruneo del tiempo,
con nostalgia demorada
y la felicidad sonando por la radio vieja.

Es tarde para los niños,
temprano para una campanada.

 

¿Quién tuviera un frasco de nostalgias
o un  río para embarcar las noches?

Noche: barca de relojes.

Día: caen las campanas y renacen pueblos.

Luz de bengala.

Luz de canto.

Luz de la esperanza.

Amén de los encuentros.

Es tarde para las campanadas
es tiempo de plegarias.

Es tarde para los pecados,
es tiempo del juguete nuevo en manos de unos niños,

es tiempo de una misa.

 


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