El huerto de Baaras
Eduardo Lizalde 





portada-96.jpg...on attribuait des propriétés extraordinaires, comme de
changer tous les métaux en or, de conjurer les maléfices.

Flaubert. Salammbó.

Siempre es un sueño de oro el de los pobres. El suntuoso invernadero hexagonal de la finca infranqueable se levantaba en el centro del gran patio jardinado, como una gema de verdor fulgurante, a la vista de las polvosas casuchas y rancherías del antiguo pueblo minero. Nadie sabía cómo podía ser tan verde, en medio de aquellos salitrosos terregales, secos y sedientos, ese inhollado Edén, que así se conservaba en todas las estaciones, de primavera a invierno, como si fuera un prado de materia artificial.

Pero en cierto imprevisto otoño, el huerto encristalado se tornó amarillo, de un amarillo oscuro, cegador, dorado, se mantuvo así durante todo el invierno, y no volvió a ser verde cuando llegó la primavera.

—El huerto es de oro —dijeron todos—; allí están concentradas todas las vetas que se agotaron hace un siglo en estas miserables minas inundadas y ruinosas.

Cundió el escándalo supersticioso. El viejo brujo del terrateniente se había ido al Líbano muchos años antes, para conseguir unas raíces de cierta planta mágica, el árbol de Baaras, les dijo el farmacéutico, que tiene la virtud de atraer todas las linfas áureas de la tierra hacia sus jugos.

Como nadie podía acercarse más de cincuenta metros a las bardas de la casona, fuertemente custodiada por perros bravos y guardianes armados, todos los pobladores empezaron a observar el sitio con binoculares poderosos, para constatar que no eran inocentes hierbas y flores amarillas las que ahí se guardaban, sino troncos, frondas, hojas de oro puro, y frutos que rodaban por el suelo con pesado y codiciable esplendor.

La finca fue asaltada por la noche, para despojar al brujo libanes del oro, que con mala magia y artes había robado al pueblo entero, y los colonos irrumpieron con sus carabinas, pateando perros y amagando a los guardias hasta el centro del dorado corazón del huerto de Baaras, que en la noche esplendía como un astro y donde se hallaba leyendo un libro el anciano dueño.

—Es oro, sí —les dijo el viejo— pero sólo aquí puede vivir, en cautiverio, como algunos pájaros preciosos.

—No me vaya usted a decir que es el oro del Rey Midas —le replicó el veterinario—, y que nos convertiremos en metal si lo tocamos.

—No —contestó el viejo—, se volverán de mierda con el oro. Sólo sembrado aquí es de buen agüero.

Y eso fue lo que ocurrió. Fue destrozado y arrancado el huerto de oro, por los enardecidos habitantes de la villa, y nadie se volvió de mierda, pero todos tuvieron que emigrar, hechos verdaderamente una mierda, porque el valle entero se convirtió en el gigantesco lodazal estéril, de sustancias tóxicas, que hoy se conoce en la región como el Valle Negro de Baaras.

Periódico de poesía,UNAM/INBA, nueva época, núm. 14, México, verano de 1996


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