Dos poemas a María Félix 


Cine y poesía
Por Ángel Miquel

 

peon.jpgEn 1942 Miguel Zacarías dirigió la película El peñón de las Ánimas, que cuenta una historia de amor imposible situada en una hacienda mexicana a fines del siglo diecinueve. Tal vez la obra no habría trascendido si Zacarías no hubiera hecho debutar en ella a una hermosa actriz a la que quiso poner el seudónimo de Diana del Mar o Marcia Maris, pero quien se encaprichó en aparecer en los créditos con su verdadero nombre, María de los Ángeles Félix.


Dos poemas a María Félix



Cine y poesía

Por Ángel Miquel

(Ver fragmento de El peñón de las Ánimas)


peon.jpgEn 1942 Miguel Zacarías dirigió la película El peñón de las Ánimas, que cuenta una historia de amor imposible situada en una hacienda mexicana a fines del siglo diecinueve. Tal vez la obra no habría trascendido si Zacarías no hubiera hecho debutar en ella a una hermosa actriz a la que quiso poner el seudónimo de Diana del Mar o Marcia Maris, pero quien se encaprichó en aparecer en los créditos con su verdadero nombre, María de los Ángeles Félix.

La joven interpretó el papel del personaje principal femenino, llamado María Ángela Valdivia. La vemos en las primeras escenas paseando a caballo por las tierras de su familia. De pronto, se sienta a leer bajo un árbol. Un acercamiento al libro revela que lee las Rimas de Bécquer. Una tormenta hace correr a María Ángela hacia una vieja construcción abandonada, donde se encuentra con un desconocido, que interpreta Jorge Negrete. Después de los primeros acercamientos, el hombre y la mujer tienen este diálogo:

–¿Se puede saber qué está usted leyendo?
–Rimas.
–¿Y eso qué es?
–Versos.
–¿No quiere leer en voz alta?
–No creo que le interese.
–¡Quién sabe! A mí me gustan los versos.
–Pero no de esta clase. A ustedes los rancheros no pueden gustarles.

Finalmente, ella cede y comienza a leer la segunda estrofa de la rima XCIII:

Si en medio del valle
en tardo se trueca tu amor animado,
vacila tu planta, se pliega tu talle...
soy yo, dueño amado,
que, en no vistos lazos
de amor anhelante, te estrecho en mis brazos;
soy yo quien te teje la alfombra florida
que vuelve a tu cuerpo la fuerza de la vida;
soy yo, que te sigo
en alas del viento soñando contigo.


Mientras lee, María Ángela escucha a su acompañante recitar de memoria con ella el fragmento. La sorpresa la hace callar y sólo cuando él ha terminado de decir la estrofa, le pregunta que cómo es posible que conozca el poema, incluido en pocas ediciones (esto tiene sentido, pues las primeras ediciones de las Rimas –que Bécquer había preparado bajo el título de Libro de los gorriones–, no incorporaban todos sus poemas). El personaje interpretado por Negrete, del que aún no sabemos el nombre, responde galantemente: “Tal vez Bécquer la escribió para que pudiéramos decirla juntos.”

A partir de este momento de intimidad surgirá entre ellos un profundo amor que, por desgracia, no los conducirá a nada bueno. Porque María Ángela no sabe que ese hombre atractivo que memoriza versos es Fernando Iturriaga, enemigo de los Valdivia, y a quien su abuelo don Braulio, su hermano Felipe y hasta su prometido Manuel han jurado matar. La película termina de manera trágica pero lo que interesa aquí es destacar la escena de esos instantes de comunión que la poesía crea entre un hombre y una mujer que no se conocen, y a partir de los cuales sus vidas se transforman.

Después de ver El peñón de las Ánimas, Efraín Huerta, deslumbrado por la belleza de la actriz, escribió un poema titulado María de los Ángeles Félix para celebrar el nacimiento de la estrella. Sólo que como hacen saber unos personajes que se muestran, con voces y ruidos en su última estrofa, esa nueva Venus no proviene del mar:

Y al ceñirte la gracia, al darte la belleza un prolongado beso de poética envidia,
miles de ojos y oídos, de lentes, de pinceles,
de palabras y ritmo entrecortado, como las que hoy pronuncio,
del mismo cielo, digo, bajaron, como rayos, los vivas de alegría
formando un magistral coro de sugestiones y advertencias:
“¡María Félix es nuestra! A la bendita tierra mexicana
tan sólo va a pasar sus vacaciones.”
Y hubo un batir de alas como rimas de Bécquer.


Ese angélico batir de alas hacía también referencia al nombre de María Ángela Valdivia, primera y aún lejana aproximación al tipo ideal con el que la actriz se identificaría. Tipo que apareció de manera más definida unos meses después en la viril protagonista de Doña Bárbara, adaptación de la novela de Rómulo Gallegos, dirigida por Fernando de Fuentes en 1943. A partir de entonces, la Doña se volvería una encarnación cada vez más pura del personaje, hasta el grado de llegar a confundirse con él –por eso Octavio Paz escribió, en un ensayo dedicado a la diva, que “la gran creación de María Félix es ella misma”. Miguel Zacarías volvió a dirigirla en una de las variaciones de ese personaje, la soldadera de recio carácter, en la película Juana Gallo de 1960. Tal vez es de entonces este soneto que el director, también aficionado a escribir versos, dedicó a la estrella:

Celestial y satánica hermosura.
Circe y hada, a la vez; ángel y bruja.
En tus ojos la luz de un sol que embruja,
y amalgama crueldad con la ternura.

Misteriosa hechicera, blanda y dura,
es tu beso dulzor de hiriente aguja,
que de gozo y dolor el alma estruja;
y quemante tu amor, de mordedura.

Como Ulises, al mástil del orgullo,
amarrado, esquivando el falso arrullo
de tu encanto tenaz, suave y felino,

voy huyendo de ti, porque adivino
tu intención de volverme siervo tuyo,
¡vengadora del sexo femenino!...


Agradezco a Miquel Zacarías que me haya dado a conocer este poema de su padre, autor de cintas clásicas como El baúl macabro, Una carta de amor y Me he de comer esa tuna, quien murió el 20 de abril de 2006, un mes después de cumplir 101 años de edad.



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