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Paul Hoover



Paul Hoover
(Virginia, Estados Unidos de América, 1946)

Traducción de María Baranda



Historia de Lisboa

Quédate en silencio –una sombra canta.
Una sombra en una pared amarilla
canta sobre el tiempo,
y un hombre como el tiempo se recarga
contra una pared azul.
Pero es una sombra que canta
su corazón fuera en la noche.

Más allá de este cuarto en el mundo,
los sonidos del mundo pasan.
Todas las vidas, todas las ciudades, están llenas de sonido.
Una mujer canta acerca de ellos.
El río y su canción
penetran en el mundo.

Una sombra mueve su boca…
lírica hasta la distracción, una separación lírica
del mundo y el tiempo, pensamiento y mente.
Sombra en la pared –amarilla–
donde el hombre azul escucha.

Esta casa en la calle, oscura.
Esta calle inclinada en la ciudad,
pequeña como pequeñas son las calles.
Un sonido de pájaros volando y un sonido de papel.
Un sonido rápido de cuchillos afilados,
y los perros que levantan sus patas, pesadas,
y la niña que deja caer su muñeca.

El hombre azul escucha al mundo haciéndose a sí mismo–
Un zapato haciendo la distancia, golpea,
y la nieve sobrevive apenas
en el suelo elegido, ida.
Pasa como sombra un mundo.

Pero en el cuarto amarillo,
una bella mujer canta, finalizando
y el cuarto y sus sonidos se oscurecen.




La presencia

Conocemos y sentimos
la feroz voluntad de las cosas,

abandonadas a sí mismas,
aisladas por su propia belleza,

desoladas en su soledad.
Museo de las Cosas:

el guante vivo, el zapato térreo,
una suave pluma de perico

parece hecha de piel –
copete amarillo de la luz solar

cayendo por el aire
a nada es igual, sólo a ella

como el agua no es sino agua
tornando y girando como si

no hubiera travesía.
¿Dónde termina el trabajo

que propone tanta belleza
y nos deja con tal pena?

El dulce y la papaya,
tu propio rostro en cromo

con su toque de velocidad –
todos estos castos asuntos

nos aman a su manera –
la aguja y el dedal, el perro y el hueso.

Lo que sea que no está en ellos,
que se nombre:

huella digital, tizne azul,
máquina de escribir con nuevas teclas –

una para el infinito otra para dormir.
Cada noche los objetos vienen

a vernos a nuestra cama,
arriba de las cuales cuelgan

los empolvados retratos familiares
yéndose a la singularidad

que sólo puede ser recordada –
mamá en su reino

de blancos guantes y biblias negras,
el ratón que atrapó entre sus manos

cuando saltaba desde el gabinete.
Y papá, pobre papá,

cuya amabilidad era eterna
en una clara confusión,

¿qué eran esos sonidos que escuchaba
desde la cama más allá de la pared?

¿Por qué camino debo conducir ahora
para encontrar la casa en que vivimos

esfumada con todo y árboles?
Desaparecidos están los cuartos de arriba

con sus pisos perfectos y brillantes,
sin un fantasma que los cobije.

Todas las cosas testifican
estas ausencias como objetos –

las peras casi maduras
que se disuelven en la mano

y los caminos que sólo irán al sur
con un sonido de llantas como lluvia.

 


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