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la-poesia-opaca-kofman.jpgLa poesía opaca
Fernando Kofman, Recovecos-Frank- Baires, 
Argentina, 2008 

 

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Andrea Gagliardi
(fragmento)


CON TANTOS CAMBIOS de hemisferio
el cajón estuvo cerrado un tiempo más
Creo que fui a parar a un aserradero
porque de golpe sentí
que me estaban serruchando el piso y después
unos mazazos en la columna vertebral
No sabía si hablar iba a mejorar las cosas
así que permanecí callada
Los tipos siguieron trabajando hasta que
me levantaron la tapa
de los sesos ¡Ah qué alivio! ¡Al fin
pude estirar las piernas!
Mi aparición
fue tan imprevista
que pensaron que era una resucitada
y salieron corriendo. Se los tragó la tierra
¡Qué dementes! ¿O se habrán creído
que estaba muerta?
Era de noche. Después de tanto tiempo
volvía a ver el cielo
lejos de Australia
No sentía frío
En efecto, estaba en Argentina
Cerca de Retiro y de este lugar, Recoleta que
a decir verdad parecía otro país

Pero dejemos el pasado
cargado de rumores del pasado
Lo pasado, enterrado
Ahora es ahora y yo estoy con ustedes
frente a ustedes
dentro de ustedes


Santiago Espel
(fragmento)

YO FUI A la cocina, apagué la hornalla,
y me quedé pensando en lo que había
dicho el presidente en su corto,
espasmódico mensaje de las once.


¿Sabrá el pez del río Samborombón,
Km. 120, que entre otras cosas de importancia,
el presidente habló, también, sin rodeos, de él?


Reconstruir los dichos del presidente,
los hipos presidenciales, los eructos oficiales,
resulta tan difícil como tratar de explicarse
qué fue lo que pasó con el mensaje,
si sabotaje, escarnio, estética gubernamental,
—el agua bendita o la sopa para la gente—
qué fue la pantomima


sino un ensayo
réprobo, un espasmo violento para digestiones
cándidas, pobres diablos que dejan hervir
el agua en la hornalla, quemar las tostadas.


David Birenbaum
(fragmento)



Zavaleta el del eclipse


Zavaleta el del eclipse
ha descubierto que el fascismo es fascinante.
No soportaría esa prenda sobre su cuerpo
pero la visión de un hombre o una mujer
portando el emblema de la certeza,
el orden o la sangre del cuchillo
lo calientan más que las piernas abiertas de Mariel.

Zavaleta riega la vereda entre siete y siete y veinte;
la gente que pasa a esa hora por la vereda molesta terriblemente
porque obliga a cortar el chorrito.
Siete y media el patrullero pasa despacio.
Zavaleta sonríe de verdad.
Él está convencido: los muchachos de azul lo quieren
y a la noche suele pensar “si no fuera por la pierna”.

Zavaleta, portero del tres veintiocho,
siempre cogió con putas
y a su mujer por la fuerza;
ahora se queja de vista cansada
y confiesa sentirse muy poca cosa.
Ignora que forma parte
del poderosísimo lastre humano
                                   reparte por todo el baldío
                                   trozos de bofe envenenado.




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