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portada-duermo.jpg Yo casi siempre duermo (Antología poética)
Patrizia Cavalli, selección, traducción y prólogo de Fabio Morábito, UNAM, México, 2008 

 

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LAS NOTAS QUE dibujaste en mi cuaderno
y la clave de violín y la doble clave
y la triple clave. Siempre para ti
un nuevo cuaderno.
te hacen falta? Has incrustado mi escritorio,
esculpido mi repisa; pero ahora
ya no arqueros en traje de guerra, sólo
signos distraídos. Y tendrás que recoger
con paciencia pequeños minutos
hasta poder componer una hora.



ALGUNA VEZ UN silencio puede ser
indicio de profundos pensamientos
que no pueden abrirse a la cadencia
de una voz cotidiana.
Pero éste no es tu caso,
querida mía: tu caso es tan sólo una falta
completa de alegría.



SI NO TUVIERA de mí memoria,
de los demás y del mundo,
vería mi cara desaparecer
agigantada o vacua, la piel
ponerse pálida por escasez de sangre
o demasiado peso;
mirar indiferente
el reblandecimiento de los músculos,
la carne que se cae sobre sí misma,
la mirada que se difumina y no repara
en los pasajes, en las horas, en los continentes
y continuar en el siguiente baile
o juego.

Y ya no miraría uno por uno
las señales del vaso sobre la mesa
para buscar en la densidad de los círculos
el peso involuntario de una mano.



ERA EN LA luz terriblemente sábado,
ese sol ínfimo
que anuncia dejadez,
mientras afuera, hasta colarse
en mis ventanas, se oía el mercado que termina.
La última oferta y ya se cierra. Luego la fiesta
untuosa y el silencio. Se desarmaban los puestos
con el feroz descuido del final.
Tal vez era posible una carrera para hacerse
de algo, tal vez quedaba aún alguna caja por guardar.
Pero no me lanzaba a esa carrera.
Cuando bajé, ya era tarde
entre los cúmulos de hojas de alcachofas
y los tomates aplastados donde una vieja
se agachaba ávida en pos de restos de manzanas
y de unos chiles buenos sólo en parte.
Pero yo no buscaba fruta podrida
o fresca, sino la certidumbre
de la semana que se acaba,
de la ocasión perdida.



¿QUÉ LES IMPORTA a los muertos
ser olvidados? Nada saben,
ni siquiera que están muertos. Pero somos
nosotros que sabemos que no saben,
o al menos creemos que no saben,
y así creyendo los salvamos. Sin embargo,
bien poco de esto sirve: en efecto,
los vivos se imaginan muertos, más aún,
muertos que ya olvidamos, y con un fatuo
dolor anticipado, aun creyendo
que una vez muertos no sabrán,
se desesperan sin razón
por ser tan prontamente abandonados.

 

 


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