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Teresa Domingo Catalá
(Tarragona, 1967)

 


II

Desoladora hierba que se extingue
tras el rumor del beso,
hoja de plata en los labios
y azogue en la mirada,
purísimo cobre en las venas
aconteciendo lirios.
 
Ámame con el dolor del campo santo,
con el olor que crece en el deseo
habitado por fantasmas.
 
Recuerda mi hierba cristalina,
el agua nacida entre mis piernas,
y un sol intenso que cobija
la piedra del destino.


 



III

Negro cultivo del azar,
derrámate en mis poros,
reniega de la ciénaga
y absorbe los ecos coralinos
de una pasión enceguecida.
 
Ignórame,
no reconozcas mis pies tullidos,
el latido disconforme de los óvalos
que pierden su sentir ante el deseo.
 
Ciñe la voz del lodo,
y que venga a mí la oscuridad
y entre tenebrosas ramas de árboles muertos
seré espesura de un zarzal
y las flores cubrirán
mi sexo y su sal desmesurada.




VII

Renacen las campanas a lo lejos
y las oigo sonar en cercanía,
perdidas las pisadas sin el guía,
quebrantadas las alas de vencejos.
 
Y quedarán en pie los azulejos
que la brisa dotó con su alegría,
el rito de vivir la escribanía
como un alma que bebe en los espejos.
 
Arriba me reflejo y se me nombra
con el rotundo aullido de la sombra.
Soy sangre que en mis huellas se delata,
 
un balcón que se abre y que se cierra,
penumbra que me vive y que me mata,
un candado que vibra bajo tierra.
 






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