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Saúl Ibargoyen
(Montevideo, 1930, vive en la Ciudad de México)


La peste azul

No eran pedazos de ensuciado dolor
perforando la totalidad del aire:
tampoco espirales de bichos sangrientos
ni trazos de un dedo gigante
marcando de horror las camas y las calles.
No era el metálico galope
de las caballadas negras trizando
hierbas y plumas perdidas:
tampoco era una áspera sombra
olfateando un posible destino
en la carne más fresca:
no era aquel escudo adonde
un sagrado animal imponía su tenso vuelo
entre astros de fuego:
no era el gesto voraz del señor de los ejércitos
con su pequeño disfraz
y su pequeña espada
y sus pequeños ojos
porque en él alcanza su exacto tamaño
todo lo mezquino.
No no era la figura casi humana
que como un balón repleto de monedas
va hundiéndose en el barro
de su propia inmundicia.
No era un templo vaciado
de amor y sufrimiento
ni una bandera de colores inermes
sometida a impúdicos jabones
y al grosero manoseo imperial.
No era el hombre sin oficio fijo
ni la mujer duramente preñada
ni el mesero desconocido
ni el niño resucitado
ni la muchacha que ya no estudia
ni respira
ni la suripanta que dejó de fornicar
ni el juntador de basura cuyas quietas manos
alguien lavó
ni el soldado que asesinara su uniforme
en aquella balacera
del día de ayer o de hoy.
No era una ciudad sin olor a simple gente:
ni la ciudad de las máscaras
ni el completo país de los mascarones:
no eran los rostros de pieles blancas
ni las caras de pieles azulencas
ni las mejillas y las bocas
valientes y abiertas.
No eran los cuidados cadáveres
ni los muertos sin apellido
ni los examinados cuerpos en estuches diversos
ni las vacunas mágicas
ni los remedios tribales
ni las perversas bendiciones en orejas indefensas
ni los discursos cocinados
en ollas de puro cristal.
No no era esto todo lo que vimos:
fue en el nuevo año de la peste azul.






Tábata

La añosa animala
con su oscura pelambrera
de estos últimos días:
la anciana virgen
como aquella reina apegada
a  su único poder:
la añeja bicha
que no pudo ser persona
de falda volandera
o ajustado pantalón:
que no compró perfumes
ni cremas de marca
ni insultó a la torpe sirvienta
ni exigió calmantes
para un frívolo dolor:
la mamífera destetada
con sus temblantes patas
con sus orejas plenas
de sonidos ocultos
de aullares distantes:
la extraña gruñidora como una emanación
o un golpe de vida
que jamás comprenderemos:
la antiquísima sombra de todos los perros
que gritan mean babean huelen
fornican y pasan
por la neblina de las ciudades enfermas:
una perra nada más
llorándose lágrima adentro
en un sitio solo:
ladrándose en medio
de un silencio de cáscaras negras:
gimiéndose en este mes de mayo
porque cada mes es siempre
el mes más cruel.
 

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