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caudal-de-piedra-20poetas-p.jpg Caudal de piedra. Veinte poetas peruanos (1955-1971)
Selección y prólogo de Julio Trujillo
Difusión Cultural UNAM,
México, 2005

 

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Renato Sandoval
(Lima, 1957)


Nostos
(fragmentos)


Y en las grupas del caballo-trípode
llevo el botín que en los bancos de arena exhumara,
a horcajadas pensando el dolor de los campos sin gleba
y el aroma posible de frigios bosques infernales;
porque es ésta la mujer que quise sorber de a pocos
en los tiempos de esputo y escasez, la misma
de la cascada cruzando el promontorio azul que se divisa en la explanada.
Oscuro era su aliento cuando al despertar
nadie sino yo veía el hilillo de larvas descender coquetamente
por la comisura de sus labios, y allí estaba yo
con la bragueta en cierne y la madurez del pimpollo a cada lado del abrojo;
y era la cena prometida de la infancia, el manjar deglutido
con el menaje de mi lengua serpentina, oso goloso,
oso meloso, oso baboso de un alma que a sí misma se lame y regurgita.


*

Era la noche de las formas boreales danzando al compás de los helechos
sobre el cuerpo retráctil de la bella, tan de pronto mía
cuando empezaba a aullar nueva alborada.
Si ella supiera del sabor gentil de su cuerpo yerto... Madre
lo decía con sus manos sumergidas en el cuáquer de los lonches nunca persignados
porque su palabra era verdad que yo, feliz,
engullía y devoraba devotamente con mis fauces, hostias
sus dedos de masa y de manipostería a diario horneándose el albo corazón.
Sí que has sido siempre blanca, si material harina que apanó todos mis huesos,
tú que sabes quién es la que hoy me roe el paso,
la que en el don me extirpa el aire, la luz, el arduo círculo de deseo.
Sabio tu aliento tornasol sobre esta frente que desde siempre te imagina,
porque en tu sangre, a diferencia de la mía, no habita
ni la inquina ni la melancolía embadurnada con colesterol;
ante ti todo el espacio y el parvo tiempo se prosternan,
saben que en tu dolor, madre, trepida la brizna turbia del origen,
porque soy de ti aun si abjuro de tu germen, ése que apaciento
en la pus renegando de mi pecho, abrazando las llamas de mi hogar.



Luis Rebaza-Soraluz
(Lima, 1958)


Las llaves

Quien consigue las llaves
no posee la puerta
Es dueño de una fórmula
De un soplo

Y a quien el acero
le fragua las manos
en verdad desconoce
su peso

Por más que las arroje
al jardín de la noche
Y exista testimonio
O yazga un cuerpo

Otro sexo es una llave
Un ojo de la aguja
Un espiral carnado
La aldaba de otro pecho

Quien obtiene las llaves
no ha hollado el lindel
Es señor sin terreno
Es un ala del pacto

Y quien ciña un manojo
en su coraza
No ha defendido el paso
No ha penetrado huerto

La epopeya es un reino
en la puerta
que no palpan
las manos

Y recorre el jardín
con las manos quemadas
quien siempre transita
la puerta que no tiene

Ah demos el paso
que devele
qué se lleva
Su lado oculto

Llevados en las llaves

Por un ancla en el cuerpo



Doris Moromisato
(Chambala, Lima, 1962)


La mujer es ponja

¿Qué soy, quién soy?

Un punto bajo la luna
una despensa de su luz
y la luna
un punto verde
atrapado en el diminuto punto que soy yo.

Su inmensidad en mis pupilas
su nocturna y anciana caminata
la curva de su vientre atrapada en mí.
La luna,
              soy yo.

Criatura que estira sus patas
bajo la luna
glándulas, salivas, metacarpos
atraviesan la noche
costras, paranoias, bilis,
ganglios, obsesiones, bruma
sostienen la leyenda.

¿Qué soy?, pregunto a una hoja del hibiscus
Veinticinco millones y no hay lugar para mí.
Mi bisabuelo no peleó por el salitre
mi abuela no enterró sus huesos aquí.

Ovarios, verborrea, la cicatriz de una tuberculosis
en el antiguo mapa de mis pulmones,
caries, laberintos, diástoles, desolaciones.

¿Quién soy?, me pregunto.

La luna brilla en la hoja del hibiscus.

Ah, la luna, la luna...
Tú no dudas, le digo, tú no te amilanas.
Cada noche despiertas
y ruedas la anciana ruta de tus patas.

¿Qué soy?
arterias, rutina, salmonellas, prejuicios.

Arranco la hoja del hibiscus
guardo la luna en mi bolsillo
guárdome con ella.

Otra noche.



Rodrigo Quijano
(Lima, 1965)


Una ola reventando contra el mundo/
In memoriam caídos en Yungay

(Fragmento)

Una sombra sobrevuela el cielo para detenerse
como un insecto sobre mi pared: es el oscuro ceño de Vallejo
que me advierte que seguirlo es imposible. Y las palabras vuelan.
Los muertos mueren
en una mirada confabulatoria, presas de un momento incandescente, igual
que una constelación que se hunde en el espacio, llevándose la luz
del universo.
Mientras que los dientes de los cerros vuelan, sin sentido, sobre los parientes
y los poemas son montañas que se derrumban sin palabras
en la historia y en los planes de gobierno.
Una ola reventando contra el mundo me recordará toda la vida
la vida,
y un lejano aullido de unos lobos lentamente
volando sobre lúcidos abismos.

 

de Una aproximación a Sanrita Colonia

 

 



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