......................................................................

mas-hondo-hugo-mujica.jpg

Piélago. Poesía reunida
José María Espinasa
Aldus, México, 2009

Por Francisco Segovia

......................................................................
Los libros que forman este libro son una mezcla extraña, una cruza entre el cuento de hadas y el reporte forense. Son un piélago en la acepción que remite la distante extensión del mar, pero también en la que sugiere un montón de cosas difíciles de distinguir y enumerar… Un piélago que se desdobla en archipiélago. De un lado, la lisa extensión del mar, misteriosa como la piel de la amada; del otro, los fragmentos dispersos de un rompecabezas que no sabemos qué dibujaría si pudiéramos armarlo. Quizás el rostro de la amada, pero de él sólo vislumbramos unos gestos dispersos.

La poesía de Espinasa aspira a ser canto, es cierto, pero canto a la manera brevísima y ritual del conjuro o la adivinanza. Lo que sus versos enuncian, más que forma, es rito: el anuncio de que aquí tratamos con el mundo caprichoso de las hadas; ese mundo minúsculo en el que todo se agiganta y los detalles más nimios se vuelven un misterio inmenso —o debiera mejor decir: un problema inmenso, un acertijo. Porque el poeta mira las cosas de ese mundo como un camaleón: poniendo un ojo aquí y el otro allá; con uno mira las cosas como un enigma, desde dentro, y todo lo ve gigante; con el otro —que es un ojo gigante— escudriña todo desde lejos, a través de un microscopio. En esa doble visión radica la dificultad de estos poemas, pero también su riqueza. Los personajes que elige Espinasa (la sirena, el camaleón, el arquero, etcétera) son a la vez interesantes para la mente y misteriosos para el alma. Seres fantásticos que él mira como emblemas y arquetipos, y como especímenes. Es decir, los ve con el ojo de Alicia, no con el de Caperucita. Aunque está dentro, y bien dentro, no pertenece del todo a ese mundo y lo mira con distancia. Los poemas sobre la sirena, por ejemplo, son en efecto sobre la sirena, pero en ellos la sirena es también un instrumento para ver algo más, eso que se escapa de la sirena cuando la vemos, porque la vemos. Y así dice: cuando la sirena canta, “lo que se escucha/ es la parte que no se ve,/ sólo se intuye”. Esa parte invisible es la que sobrevive a la disección. La parte visible no, pues “el vaho en el cristal del ojo/ no mira sino que acuchilla”. El dilema central de este libro es pues un dilema que comparten el hada ancestral y el científico moderno —un dilema, más que metafísico, poético—: “Al mirar el mundo lo transformo. ¿Cómo entonces verlo sin mi mirada?”.

Quizá por algo así se dice que Homero era ciego. Pero en Homero la ceguera era un don, un regalo de los dioses. Aquí, en cambio, hay una voluntad de arrancarse los ojos, como la de Edipo; un metódico desarreglo de los sentidos, como el de Rimbaud en su infierno… Un microscopio para destazar  hadas… con el ojo izquierdo; y un gran angular para mirarse uno mismo cometiendo el crimen de mirarla… con el ojo derecho, el que está oyéndola cantar… Y todo eso dicho, si no siempre con sencillez, sí con más y más sencillez a medida que uno avanza por los libros. Con más y más sencillez y como quien no quiere la cosa, pero no con menos agudeza: “Las sirenas/ se pintan los labios,/ se pintan los ojos,/ se pintan la cola,/ se pintan el alma./ ¿Quién les toma la foto?” Todos hacemos eso: le tomamos la foto a la sirena, le robamos el alma. Pero el poeta además lo confiesa: sólo puede atisbar a la sirena un mínimo instante (¿o en realidad sólo la intuye?) pues al mirarla, la mata.

“Matamos aquello que amamos”, decía Oscar Wilde. La poesía de Espinasa precisa: “pero no lo hacemos inocentemente, no lo hacemos sin querer”. De ahí esa mezcla de amor y muerte que aquí se presenta como un mundo de hadas que es a la vez un rastro, un matadero... El poeta no puede mentir. Pero sabe, como el arquero, que el último blanco, el blanco verdadero, es él mismo: “A lo lejos/ el lugar al que la flecha/ no llegará nunca./ El arquero lo sabe/ y mira al cielo,/ la flecha vertical/ apunta a la injusticia./ A esa flecha, él,/ él mismo, se ofrece/ como blanco.”
 

{moscomment}