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mas-hondo-hugo-mujica.jpgMás hondo
Hugo Mujica
Editorial Vaso Roto,
Monterrey, 2009.

Por Jeannette Clariond

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“Bosque talado/ grita/ pero no sabe que grita/ como el ángel de mármol/ sobre la tumba de un niño”. Hugo Mujica escribe —se dice de él—desde la palabra desnuda, sin adornos, directa. Es real que el lenguaje directo es un modo de acercarse al lector, de atravesar sus sentimientos. Disiento, sin embargo, aunque respeto ese modo de leer la poesía de Mujica. La palabra es. Quien la escribe, ¿puede acaso revestirla? Y en dado caso, ¿qué atributos le añade para ocultarla de qué?

Luego de la tala viene la quema y la roza: el grito que no sabe que grita, el ángel necesario de Wallace Stevens, lo expuesto por Baudelaire: hay una poesía universal que se refleja en todas las cosas, una estética por averiguar, fundamental, un orden del que  poesía y pintura forman parte, pero igualmente la música, la escultura u otra realización estética en donde Hugo Mujica abre un canal para dejar transcurrir las aguas. La experiencia estética de este autor es lo que reviste su palabra, desnuda pero plena, directa pero tan esencial que pareciera formar parte del lenguaje mismo. Él es su habla, su morada.

Su palabra nace de la raíz de nuestra lengua. Su ethos: sitio de residencia, morada, el lugar que uno lleva en uno mismo, un sitio interior; su pathos: el estado de su alma: esa tensión del amor sufriente o del sufrimiento del amor en donde poemas de tintes en rojo evocan una religiosidad mirada y vivida desde el pasaje, que se encuentra del otro lado de la luz, como si la realidad se mirase ya pasado el dolor, la soledad, el abismo.

Más hondo es la antología de un poeta cuyo uso del lenguaje merece especial atención por parte del lector y de la crítica. Se confunde el buen uso del lenguaje atribuyendo a “lo directo” o “lo desnudo” su rasgo esencial. He dicho que lo desnudo no es la voz de quien se abre y se muestra por y en la palabra, sino que es quien nace en la palabra. Sólo perdura el árbol del invierno que se sostiene en su propia raíz, en Mujica, su árbol es  brillo del lenguaje. La extensión de sus ramas guarda proporción con el conocimiento que el poeta tiene de la palabra, aunado a la capacidad de sentir el dolor por la mera condición de existir, el camino que se abre en el orto de los montes. De “Brasa Blanca” tomo el siguiente fragmento: “letanía desnuda/ las horas/ y su lluvia de arena/ irrepetible/ las primeras gotas/ y la última espera/vuelo manso las manos vacías”.

En el personalismo de Mounier está lo irrepetible y en Heidegegr la idea de nombrar como por primera vez las cosas que vemos revelarse en la palabra de Mujica. Yo por desnudez entiendo tierra, grito, bastón del ciego. Recordación del poeta a la perdida luz, fundamento esencializador del lenguaje. Por desnudez entiendo el ropaje de una tierra que preserva y abona la raíz, por griega, por latina, por antropologizante en el sentido ya casi perdido de la palabra en la actualidad. Doy valor a este rasgo de Mujica ya que los centros de enseñanza han optado por dejar fuera de la curricula la impartición de etimologías clásicas. ¿De qué puede sostenerse entonces la poesía cuando se recurre a la T.V., al mal cine, a la música rock, para hablar de una “metapoesía” que podría resultar preocupante para quienes no creemos en lo fundamental del lenguaje? Hace poco Agustín Fernández Mallo quedó como finalista en el Premio Anagrama de Ensayo por su trabajo sobre esta “metapoesía”, una crítica a la poesía realizada por alguien que desconoce la raíz del lenguaje, que se nutre del mal cine, porque a fin de cuentas, todo es efímero. Es alarmante que casa editoras de España otorguen premios de esta naturaleza a quienes hacen crítica desde el lenguaje de la física y desde un total desconocimiento de la raíz de la palabra.  

Hugo Mujica no es un poeta reciente ni es un escritor que llega tarde a la palabra. Mucho antes de hacerse consciente en su memoria, la palabra estaba en él, la aprehendió temprano en su niñez porque supo que el poeta está ciego, que avanza mirando hacia atrás. Hugo Mujica como poeta es ante todo un contemplador del universo, de la vida, del ser humano y en todo ello antepone el ser de cada cosa, un ser que es semilla del lenguaje, germen atribulado y trascendido por el sentido: “el dolor deja de ser dolor cuando tiene sentido”, escribe, este es el dolor de los grandes maestros de W. H. Auden y de los grandes poetas, en este caso Hugo Mujica cuya obra está nutrida de imágenes muy antiguas asentadas en el reposo de los días: “Atardecer/ La soledad de los árboles le descarnaba las espaldas./ Después, imperceptiblemente, el peso solitario lo fue encorvando,/ hasta hacerlo caber en la vida”.

La poesía antologada en Más hondo es blanca, y no lo es por la perdida memoria, aludiendo a William Carlos Williams, sino por asentada y abismada, por presentida y asumida mucho antes de hacerse tinta en la blancura. Hay ecos de una filosofía heideggeriana apenas percibidos porque el eco ya se asentó en el prado a escucharse a sí, a mirarse desde una estética del vacío. Años solitarios en las tardes del atrio, acordes, lienzos blancos, figuras de niños observando la niebla. No es desnudez,  insisto, es lo blanco nacido de una abstracción de la palabra que se asienta por años en el cuerpo del poeta, en el cuerpo de una voz determinada por un dejarse ir hacia —no desde— una voz nacida mucho antes del lenguaje.

Hugo Mujica, una de las voces más altas en la lengua castellana, quizá lo es por reposada y por haberse nutrido de lo perdido; imágenes despojadas del ropaje de la palabra para quedarse en la imagen de lo que el ojo ciego vio y olvidó. Reposo, calmo sentir de los sentidos, dolor que se trasciende por la lengua para manifestarse como natural, diario, cotidiano; un lenguaje que se oye, que ha sido vivido por el autor para nosotros.




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