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portada-xenanko.jpgXenankó
Adán Echeverría, Ediciones Zur-PACMYC, Mérida, Yucatán, 2005

Por José Juan Cervera 

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Abordar el núcleo imponente de la vida conduce de inmediato a la conciencia de la extinción, sea ésta de individuos representativos de su especie o de colonias enteras de seres de previsible destino. No se trata, por supuesto, de un tema de importancia menor, y por ello se contrapone a la frivolidad que domina en los mensajes prescritos por la sociedad de consumo. En ella parece del todo aceptable el reemplazo de un objeto efímero por otro de tal condición, y de esta premisa tendría que desprenderse el sometimiento absoluto de todos los elementos de la naturaleza a los dictados de las potencias que deshonran su propia estirpe. Siempre hay fisuras que hacen mella en estos prejuicios.

Esa clase de reflexiones inspira el libro Xenankó de Adán Echeverría. Su autor, biólogo de profesión, supo enlazar sus preocupaciones ecológicas con la literatura sin descuidar el impacto explícito de la realidad social, con la característica añadida de enfocar los asuntos que se tratan desde la perspectiva de un contexto regional. La obra carece de una visión idílica y complaciente de la existencia, y en cambio, escudriña críticamente la expoliación antepuesta a las nociones trascendentes que la humanidad ha forjado en su devenir, a todas luces compatibles con el respeto por las formas de vida que, en su conjunto, dan sustancia e intensidad a nuestro paso por el mundo.

La primera parte de la obra recrea en verso el hábitat y los rasgos de las especies nativas. Evoca las pasiones que, como patrimonio del género humano, resuelve transferir a la fauna con el propósito de hacer visible la red de afinidades que envuelve a todos los organismos sin excepción. Un mérito indiscutible de este segmento es que fue ilustrado por niños de localidades rurales, que con ello, tendieron lazos de convivencia y creatividad en medio de las difíciles circunstancias en que se desenvuelven. La intervención de instructores comunitarios fue decisiva para conducir este ejercicio didáctico. Los dibujos infantiles exponen una percepción fresca del medio ambiente. Así, por ejemplo, la zorra gris, e incluso la hormiga, esbozan sonrisas de ingenuidad y camaradería que no suelen asomar en la mayoría de los rostros característicos de las sociedades regidas por la obsesión del dinero.

Las secciones siguientes forman parte de una misma trama que inicia con las penurias de un asentamiento costero. La población se ve azotada por la venganza de Natura, furia desatada especialmente por las decisiones subsidiarias de la soberbia que priva en los grandes centros de poder. El drama acaece en la colisión de escenarios en que lo agreste y lo doméstico subvierten sus límites hasta confundirse en el caos.

Tras la catástrofe, el hombre exiliado de las paradojas de su civilización halla inesperado refugio en un manglar en el que los animales meditan y hacen planes como quien ejerce el raciocinio mediante las nociones convencionales del tiempo y del espacio. Igual que los humanos, se muestran juiciosos, imprudentes, vengativos, audaces, abnegados... Con tales atributos se convierten en el espejo idóneo de las penumbras y fulgores de la humanidad, urgida de señales para mitigar sus propias desmesuras.

El pasaje Mirada de manglares constituye una hermosa descripción del reducto salvador, más allá de la solitaria desazón a cuestas. Personifica un momentáneo reposo desde la visión paradisíaca que compensa con sus colores y texturas las condenas y resoluciones tajantes que habían marcado los anteriores tramos del proceso.

Los grandes saurios que se desplazan entre las aguas acechan el último vestigio de la racionalidad a punto de sucumbir ante el embate de los elementos. Rehén de los dueños de la floresta, el personaje de singular historia avizora el cumplimiento de la sentencia que es por fin suspendida por la absolución del tapir. Magnánimo, el cuadrúpedo bien pudo resarcir las secuelas del frenesí persecutorio que los humanos asestaron sobre su progenie.

Son abundantes las connotaciones simbólicas que el autor plasmó sobre el texto. La fauna se desdobla en las múltiples facetas de la intemperancia humana. Innumerables matices son revelados cuando el hilo de la narración pasa revista a los convocados al concilio silvestre a quienes toca decidir el destino del indefenso representante de la especie más predadora del planeta. Nuevas claves de reflexión despuntan cuando el sobreviviente se une a los demás moradores del ecosistema para enfrentar a los invasores interplanetarios que amenazan el orden del menguado santuario natural.

El ciclo de la energía, la estructura del ADN, los aminoácidos y las moléculas de la vida son incorporados al relato como recursos que se avienen sin mayores conflictos a sus demás componentes. La solidaridad, la memoria reverente y el honor se compendian en la vértebra del tapir sacrificado que el jaguar cuelga sobre sí. Pareciera que el sentido de trascendencia, del que tiende a apartarse el género humano, sólo puede ponerse de relieve al atribuírselo a los seres que menospreciamos con nuestras actitudes cotidianas, con la voracidad que nos enfrenta al universo sensible. La Tierra (Gaia, Lu’um Na’) se transforma en personaje que dialoga con su agresor principal. A la vez, la vida se sobrepone a sí misma a pesar de las amenazas que incuba el propio sistema natural.

Tal vez en alguno de los ámbitos ya conocidos, con protagonistas renovados y experiencias no obstante inéditas, la mirada logre posarse sobre la luz que Adán Echeverría consagra a las nuevas generaciones, como apuesta para restablecer el equilibrio en el mundo vulnerado. “El suelo regenera, el agua se destila y todo renace brincando el fuego”. La defensa de la vida es un proceso integral que también compete a la literatura.


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