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Rodolfo Dagnino
(Cuidad de México, 1976; vive en Tepic)


Postal de la llegada

I

Casi sencillo al principio, narcótico,
bastó dejarme llevar por las calles,
pájaro aturdido después de océanos de vuelo,
sin mapas ni indicaciones:
                                                            tu mano precisa,
                                                            tu voz inagotable,
                                                            tus ojos manantial
marcando la ruta entre palomas y hojas secas.
El metro, casi sencillo, narcótico,
casi familiar desde tu sonrisa,
desde tu entusiasmo;
el frío, Paris con ámbitos de ceniza;
asistir por primera vez al espectáculo coral del Sena,
monstruo de mil voces, casi sencillo, narcótico.

Casi sencillo llegar como un niño obediente a las puertas de Orsay,
tu rostro afligido al despedirte como una madre en el primer día de clases,
y yo tan torpe,             extraño,           confuso,
perdiéndome en los salones de la luz.


II

Afuera
han caído los muros de tu presencia.
Estoy expuesto.
De golpe Paris es enorme y desolada.
Los caminos se inauguran a mi alrededor.
Las calles, los edificios, las buhardillas 
gritan,
yo les correspondo con un abismo en el estómago
y doy el primer paso.




Postal sin fotografía

La banca me acoge con ternura, en silencio,
después de caminar sin dirección
por una ciudad que no agota sus hallazgos:
                                                                     (se manifiesta en cada esquina,
                                                                                                     en cada calle)
una ciudad que soporta las lenguas de toda la humanidad en un solo vagón de metro,
una ciudad donde un gato duerme sobre una tumba en Montmartre
                                                  y no hay ruido capaz de perturbarlo;
una ciudad donde miles de turistas toman las mismas fotos desde los mismos
    lugares
y se olvidan de oler y  se largan de inmediato
pues hay Eiffel y Arco y Champs  Elysees;
y yo, claro, otro turista,
el peor de todos
el que comete las faltas más graves
como olvidar la cámara
o traerla con batería en rigor mortis.
Así que tengo esta banca,
me aferro a estas postales sin fotografía
de sitios que añoro antes de partir,
a este faro arrojándome su milagro,
a mis pies que aúllan otorgándome la certeza
que sólo el dolor concede: existo,
mi cuerpo me lo dice a gritos,
estoy vivo
y banca y noche y ciudad y gatos sobre tumbas
y faros milagrosos y dolor de pies,
dolor de alma y mundo tan inmenso y mundo tan solo y vivo…

 

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