José Ramón Ripoll
(Cádiz, 1952) (El escarabajo) Traza un sendero entre las dunas. No sabe adónde va o quizás sea ese aparente no saber el motivo de su existencia bajo el sol, dibujando un esquema de la vida que fluye, serpentea, sobre sus pasos vuelve e insiste otra vez más en ir. Pacientemente escribe y su presencia es escritura sobre arena que borra y borra el viento, el esbozo de un camino sin rumbo o alrededor de ti, piedra enterrada, para significar sin revelarte. (Piedra de fuego) Disco de fuego y tiempo, sol solidificado, núcleo quemante en la memoria que abrasas e iluminas, exterminio fugaz de cuanto guardo en el secreto de los cuerpos que amé, amarga permanencia en el destierro, luz turbadora y libre que surges del liviano recuerdo de tu causa en mi mano, de tu verbo en mi lengua por un incierto instante, déjame que te lance lejos de mí conmigo como un frágil discóbolo que vuela tras su círculo déjame que te sueñe arrojándote a un mar desconocido, como ahora ya es mi nombre, para fundirme entre tus rayos. (Bajo la sombra) Bajo todas las sombras, esta sombra: la de mi cuerpo deambulante que oculta el mínimo vestigio de tu débil presencia. Bajo todas la sombras, la sombra de tu causa: la de haber sido espejo de soledad, tiniebla antigua que propicia la oscuridad del corazón. Estás bajo mi sombra, bajo todas las sombras, como el sustrato mineral del silencio y la antigua conciencia de una voz apagada. Estás bajo la sombra, la sombra de la tierra, brotando el tallo de la noche de donde crecen las estrellas opacas como las hojas de mi sueño. Bajo toda la sombra está tu sombra: la huella de mi carne entre tus límites, la taciturna evocación de un nombre, el dibujo invisible de tu vuelo. |
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