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ANTÍDOTO PARA UNA MUJER TRÁGICA
Gema Santamaría,
Mezcalero Brothers Edic. (Col. Musgo Rojo), México, 2007

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anónima
 
soy aquello que dejó la pesca.
un remolino rabioso abandonado entre la arena.
 
caliento el fondo de las caracolas
con mi llanto.
 
puedo escuchar cómo chillan las sirenas que han
manchado su cabello verde con salitre.
me hundo y creo castillos habitados
por cangrejas rojas y afiladas.
 
yo no reino en ninguna parte,
no tengo más que estas heridas blancas
deslavándome los ojos.
 
desterrada,
habitando en la oscuridad de mi propio corazón,
tejo un vestido que me cubra la vergüenza.
 
estoy rodeada de altos y delgados alfileres
acorralada entre brillantes dolores.
 
soy anónima.
estoy ciega y no reparo en las ausencias.
escucho de nuevo los hilos húmedos
quisiera ser la  mar: su densa y profunda madeja azulada.
 
pero no, no te equivoques,
soy tan sólo lo que dejó la pesca.
 

antídoto para una mujer trágica
 
ya no más.
ni una sola vuelta que termine en el abismo
ni un solo fervor astillando el alma
tras el amanecer.
 
nada queda.
olfateas las calles y reconoces el olor de tu sexo
colgando como pájaro equilibrista
en un cabizbajo cable de luz.
 
sin razón.
porque el sudor que se cocina en esas sábanas
porque el pequeño sol que revienta
detrás de esas persianas trastocadas
no te pertenece.
 
el vacío llega.
el taxi transcurre lento
y en el retrovisor el chofer mastica mis ojos,
tratando de intuir el sabor de las lágrimas.
 
antídoto.
al llegar al hotel reviso mi cuerpo dormido,
con una almohada repleta de gansos afilados
asfixio el recuerdo.
 
la calle de nuevo.
entro y su boca se abre,
mi corazón, sin embargo, no teme.
se regocija.
 
 
de dónde viene tu espíritu
(porque me está chupando la sangre) 

 
en qué lugar de mi cuerpo cosiste
la madeja azulada
de tu corazón nostálgico.
            (porque yo sigo
reinventando mis ojos
para no mendigar
mi abandono por las esquinas)
 
detrás de qué piedras
se encuentra el arma blanca y mortal
con la que atravesaste
mis desérticos sueños
                   (a quién le lanzo esta rabia
                   sobre qué ruleta rusa
                   echo el agua bendita
                   que deslave el color de la suerte)
 
a quién le pido que salgas
de este pecho cenizo
que revienta en la luz
y en las quebradas lámparas
                   (porque yo ya no rezo
                   y en lugar de rosarios
                   detrás de las puertas
                   me cuelgo los amuletos del desencanto)
 
de dónde viene tu sangre
                   (porque me está chupando el espíritu)


fábula para despertar niñas

I
vienen los lobos. se congregan para ver pasar a su víctima. bestias de caza. no saben masticar solos. necesitan olerse el sudor y las barrigas. ahora sí. ¡que empiece el desfile que tenemos hambre!

II
las esposas esperan con la sopa caliente, los hijos almidonados y el calzón reventando esos labios tan deseados por él. ellos merecen halagos. ellos, los que arrastran su día y su cansancio, los que ladraron su furia entre los semáforos y mordieron a las hembras con su lenguaje. ¡pero si son halagos! ¿porqué la muchachita se queda tan seria?

III
pero el dinero está en casa. el contrato de padre y esposo se renueva cada quincena. se han ganado el derecho de nalguear a la mujer, golpearla si abandona la jaula, tener a la jovencita de quince al llegar a los cuarenta. si les va bien, tendrán a la del sexo diminuto y cerrado, a la de los pezones erizos, listos para ser arrancados. claro. ellos no abusan, sólo protegen. ¿quién duda de la buena voluntad de los patriarcas?

IV
llegan los lobos. rumiantes, estos reyes se deleitan. dividen la carne tierna con su colmillo afilado. las calles son suyas. el mercado de hembras les pertenece. lobos de caza. ¡nunca es demasiado tarde para comerse una niña!


gritan los pájaros desde la jaula

gritan los pájaros desde la jaula. se cuelgan nuevos picos para pelear un aleteo de más centímetros. piensan volar sobre un punto fijo. como trompos girando sobre los charcos resbaladizos de su biología. se ven las alas rotas y piensan que es parte de su evolución gloriosa. porque su vocación de encierro no la quiebran, ni los soles que se cuelgan como hilos ni los días arrugados por la mano de la niebla. porque afilan cada día más su hambre, para no comer sólo las migajas de su nombre y devorar también la carne de los otros. que no se diga que los encierros son sólo para los cobardes: tanta voluntad para el engaño, tanta entereza para la monotonía. mira que entre tanto cielo, haberse construido una jaula diminuta y aún así creerse libres.

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