Trilce, poética desde el vacío

Por Alejandro Gaspar


cesar-vallejo.jpgLa obra de César Vallejo se caracterizó por su rompimiento con las corrientes poéticas de su época, con el auge de las vanguardias de principios del XX, pero sobre todo, por el estilo personal de asumir el sufrimiento humano. Gracias a su sensibilidad exacerbada y su personalidad atormentada la obra nos sumerge en el reflejo fiel de lo que somos. El universo evocado por Vallejo desnuda la fragilidad de la que pende la condición humana, que refleja una mezcla entre tristeza y dulzura, dolor y pasión, ausencia y presencia.

Asomarse en Trilce es mirarse en un espejo que proyecta la ausencia de un sentido: no hay centro, el umbral es desconocido, el arriba y el abajo son lo mismo. “Mas si se ha de sufrir de mito a mito,/ y a hablarme llegas masticando hielo,/ mastiquemos brasas,/ ya no hay dónde bajar,/ ya no hay dónde subir”. El hombre del que habla en el libro es la misma especie luchando por encontrarse en la soledad del tiempo y del desvarío. Habla el hombre fragmentado, perdido y arrojado en la existencia, que siente la tragedia del instante, que sufre el fatalismo con el que fue creado. Permanece el absurdo de esta condición ambivalente en términos metafóricos y alegóricos. “Y preguntamos por el eterno amor/ por el encuentro absoluto,/ por cuanto pasa de aquí para allá./ Y respondimos desde dónde los míos no son los tuyos/ desde qué hora el bordón, al ser portado,/ sustenta y no es sustentado”.

La vida debe asumirse con todo el dolor y el placer que le son inherentes porque no existe la posibilidad del regreso. “Amémonos los vivos a los vivos, que a las buenas cosas/ muertas será después. Cuánto tenemos que quererlas/ y estrecharlas, cuánto. Amemos las actualidades, que/ siempre no estaremos como estamos”. No hay trascendencia de la vida, este ahora debe vivirse sólo para la muerte; si acaso vivirlo con la idea de una repetición infinita de nuestros actos, que justifique este amor simultáneo por el dolor y el placer.

Obra cumbre de la poesía hispanoamericana, Trilce reformula el lenguaje poético a través de su estética, del juego con los tiempos verbales, de su métrica y sintaxis. Su peculiar ortografía, sus neologismos y metáforas, la convierten en referente esencial de la literatura universal. La plasticidad con la que representa temas como la muerte, la libertad, el amor, la vida, cuadros construidos desde un tiempo originario, nos permiten asomarnos a la heterogeneidad con la que el ser se desenvuelve.

Los poemas de Trilce nacen del padecimiento por encontrarse, por amar, por morir, por ser libres. Este desgarramiento que se debe a la plenitud de la vida se ve representado en el dolor infinito que encierra cada poema. Dolor que encontramos en las reminiscencias del pasado y en la añoranza constante por la pérdida definitiva.

La muerte de la madre, los fracasos amorosos y su reclusión en una cárcel son algunos de los elementos que marcan el profundo estremecimiento fatalista del poeta; estas experiencias forjan en él un sentimiento de exclusión, de sentirse preso de la misma existencia. “Haga la cuenta de mi vida,/ o haga la cuenta de no haber aún nacido,/ no alcanzaré a librarme./ No será lo que aún no haya venido, sino/ lo que ha llegado y se ha ido”.

La actualidad de la obra no reside sólo en la renovación de la forma o en su aporte creativo o estilístico, también la encontramos en la revaloración del carácter poietico del lenguaje que otorga la posibilidad de la comprensión y de la superación momentánea del vacío. Por ejemplo, interpretando la metáfora de la lluvia como palabra, encontramos al final del libro: “¿Hasta dónde me alcanzará esta lluvia?/ Temo me quede con algún flanco seco;/ temo que ella se vaya, sin haberme probado/ en las sequías de increíbles cuerdas vocales,/ por las que,/ para dar armonía,/ hay siempre que subir ¡nunca bajar!/ ¿No subimos acaso para abajo?/ Canta, lluvia, en la costa aún sin mar!”

Por último, si quisiéramos hablar en el libro de la posibilidad redentora del hombre para sí mismo, tendríamos que hablar de la necesidad de un reconocimiento constante de esta condición precaria que le es natural; también, de la necesidad de refundar nuestra relación con el cuerpo (no basándonos únicamente en el control autoritario de nuestras pasiones y pulsiones). Este reconocimiento nos otorgaría la posibilidad de redimir, aunque sea de un modo aparente, la existencia, pues el hecho de que este libro haya nacido en el mayor vacío –como comentará su autor años después a su publicación– nos da la posibilidad de vivir y amar este padecimiento: “Absurdo, sólo tú eres puro./ Absurdo, este exceso sólo ante ti se/ suda de dorado placer”.
 




II


Tiempo Tiempo.

Mediodía estancado entre relentes.
Bomba aburrida del cuartel achica
Tiempo   tiempo   tiempo   tiempo

           Era Era
Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga
Era era era era.
          Mañana Mañana
El reposo caliente aun de ser.
Piensa el presente guárdame para
Mañana mañana mañana mañana.
           Nombre Nombre.
¿Qué se llama cuanto nos eriza nos?
Se llama Lomismo que padece
Nombre nombre nombre nombrE



VI

El traje que vestí mañana
No lo ha lavado mi lavandera:
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón, y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.

A hora que no hay quien vaya a las aguas,
en mis falsillas encañona
el lienzo para emplumar, y todas las cosas
del velador de tanto qué será de mí,
todas no están mías
a mi lado.
                               Quedaron de su propiedad,
fratasadas, selladas con su trigueña bondad.

Y si supiera si ha de volver;
y si supiera que mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
                               ¡COMO NO VA A PODER!
azular y planchar todos los caos.



LXXV

Estáis muertos.
     Qué extraña manera de estarse muertos. Quien–
quiera diría no lo estáis. Pero, en verdad, estáis
muertos.

     Flotáis nadamente detrás de aquesa membrana
que, péndula del zenit al nadir, viene y va de
crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja
de una herida que a vosotros no os duele. Os digo,
pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois
el original, la muerte.

     Mientras la onda va, mientras la onda viene, cuán
Impunemente se está uno muerto. Sólo cuando las
aguas se quebrantan en los bordes enfrentados y se
doblan y doblan, entonces os transfiguráis y creyendo
morir, percibís la sexta cuerda que ya no es vuestra.

     Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás.
Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro
tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los
cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino.
El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja
seca sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfan–
dades.

     Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser
cadáveres de una vida que todavía no han vivido.
Ellos murieron siempre de vida.

Estáis muertos.