Yorgos Seferis  

Yorgos Seferis
(Esmirna 1900 - Atenas 1971)


Traducción de Selma Ancira y Francisco Segovia


Razón de amor1


                                                                                                           Hay un tipo de gente sumamente
                                                                                                           ilusa que, avergonzada de lo
                                                                                                           propio, con lo de fuera se
                                                                                                           embeleza, yendo a la caza de
                                                                                                           vanidades con irrealizables esperanzas.

Píndaro2  
 

I.

Buscabas cómo herirnos, tú, rosa del destino
mas te inclinabas cual secreto a punto de ser liberado
y era hermoso el mandato que aceptaste darnos
y tu sonrisa era como un alfanje listo.

La ascensión de tu rueda hacía renacer a la naturaleza
de tu espina surgía la idea del camino
por ti amanecía desnuda nuestra fuerza
y el mundo era sencillo: nada más que un latido.



II.

Los secretos del mar se olvidan en la orilla
la oscuridad del fondo en la espuma se olvida;
centellean los rojos corales del recuerdo
Oh, no te alteres…trata de escuchar su ligero

partir… tú que tocaste el árbol de manzanas
tendiendo el brazo, el hilo te conduce y aboca...
Ah, oscuro escalofrío de raíces y hojas
¡que fueras tú quien trae el alba ya olvidada!

Que retoñen los lirios en la llanura de la despedida
que broten maduros los días, los abrazos del cielo,
que sólo aquellos ojos brillen en el deslumbramiento
y cándida se escriba el alma como una melodía.

¿Sería la noche quien cerró los ojos? Aún queda la ceniza,
como cuerda de un arco que en sordina murmura,
la ceniza y el vértigo sobre la negra orilla
y un denso aletear, preso en una conjetura.

Rosa del viento, tú sabías, mas nos cogiste inadvertidos
mientras el pensamiento sus puentes cimentaba
porque se enlazaran los dedos y atravesaran dos destinos
y sobre la somera luz serena se derramaran.



III.

¡Ah, oscuro escalofrío de raíces y hojas!
Sal, alteza, despierta del bulto del silencio,
levanta la cabeza de entre tus manos cóncavas
para que tu deseo se cumpla y me repitas

las palabras fundidas como abrazo en la sangre;
que oscile tu deseo cual sombra de nogal
y nos sumerja a ambos tu pelo derrochado
desde el bozo del beso hasta el fondo del alma.

Bajaste la mirada y tenías la sonrisa
que lo viejos pintores con humildad contaron.
Olvidada lectura en un viejo evangelio,
tu voz suave y ligera al ritmo de tu aliento:

"El transcurrir del tiempo es manso, ultraterreno,
y suavemente boga el dolor en mi alma.
Raya el alba en el cielo, el sueño queda a flote
como si se pasearan arbustos perfumados.

"Con ojos azorados, y arrebolado el cuerpo,
despierta una parvada de palomas que bajan.
Me enreda el remolino somero de su vuelo
un roce humano son los astros en mi pecho.

"Zumba en la caracola de mi oído el adverso
confundido y distante lamentarse del mundo.
Nada más un momento, mas se esfuma y de mi deseo
el pensamiento bífido gobierna, sólo él.

"Creí resucitar desnuda en un raro recuerdo
cuando llegaste, amado, extraño y familiar,
a ofrendarme, inclinado, la redención eterna
que yo estaba buscando en el sistro del viento..."

La grieta del ocaso terminó de esfumarse
y era errado rogar los favores del cielo.
Bajaste la mirada. La espina de la luna
dio flor y te asustaron las sombras de los cerros.

...Cómo mengua el amor en el espejo,
los sueños en el sueño, escuela del olvido,
en la hondura del tiempo, cuánto se encoge el alma
y se esfuma en la nana de un abrazo extranjero...



IV.

Dos sierpes separadas, bellas, de la separación tentáculos,


van arrastrándose y se buscan entre la noche de los árboles,
por un amor oculto entre escondidas grietas,
se buscan sin dormir, no comen y no beben.

Dan vueltas, enroscándose, y su insaciable juicio
devana, multiplica, gira, esparce aros por el cuerpo
que en silencio gobiernan las leyes de la bóveda
atizando el fervor de su imparable ardor.

Se yergue el bosque, trémula columna de la noche,
y el silencio es un cuenco donde caen los momentos,
ecos diferenciados, enteros, de un cincel
esmerado que aceptan las líneas esculpidas...

Amanece la estatua, pero se han esfumado
los cuerpos en el viento, el sol, la lluvia, el mar.
Nace así la belleza que el mundo nos regala
mas quién sabrá si ha muerto en el orbe algún alma.

Habrán vuelto las sierpes a la imaginación
(el bosque brilla de aves, de brotes y de vástagos)
queda aquí sin embargo su ensortijada búsqueda
cual vuelta de la rueda que trae los infortunios.



V.

¿Dónde quedó el día de doble filo, que todo lo cambió?
¿No habrá para nosotros un río navegable?
¿No habrá para nosotros un cielo de rocío
para el alma que el loto nutrió y adormeció?

En la piedra de la paciencia aún esperamos el milagro
que puede abrir los cielos y hacer todo posible.
Aguardamos al mensajero como en los dramas más antiguos
mientras con el ocaso se esfuman las abiertas

rosas... Rosa escarlata del viento y el destino,
sólo en mi memoria has quedado, un ritmo muy pesado,
pasaste, rosa de la noche, como una marejada
marejada del mar... El mundo es muy sencillo.

 

Atenas, octubre 1929-diciembre 1930

 


1 Hubo un género literario en la Grecia clásica, el de los erotikoi logoi, de donde toma el título este poema. A este respecto dice M. Martínez Hernández en su Introducción al Banquete de Platón (Gredos, Madrid, 2008):

Estos discursos sobre el amor o erotikoi lógoi [...] debieron de nacer en el s. v a. C., como tantos otros géneros nuevos, aunque es en el s. iv a. C. cuando están más en boga. Constituyen una clase especial de discursos que, o bien dirigía un amante a su amado (como el discurso de Lisias que Fedro nos presenta en el diálogo que lleva su nombre), o bien se centraban en la naturaleza del amor (como los discursos de nuestro diálogo). De la época del Banquete tenemos noticias de discursos de este tipo compuestos por Cebes o relacionados con Alcibiades, y la razón de que no hayan llegado hasta nosotros en mayor número es la misma por la que no nos ha llegado la gran parte de la literatura erótica griega antigua (Safo, Anacreonte, Alceo, comedia nueva, etc.): la quema por parte del clero de bizantino.
En este poema hay muchas alusiones y citas del Erotócrito.
2 Cf. Píndaro, Píticas III ep. 1, 15-23. Citamos de Píndaro, Epinicios, Traducción, introducción y notas de Pedro Bádenas de la Peña y Alberto Bernabé Pajares, Alianza Editorial (Libro de bolsillo 1055), Madrid, 1984, p. 126.

 


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