Eduardo Lizalde
Poemas de El tigre en la casa


En una vertiente, aparece el felino como ser fotogénico, el tigre “asirio y estatuario”, “esfinge, monumento”, junto al original tigre del imaginario lizaldeano. En la otra vertiente el tigre real se extingue, y con él, quizá, la c lave del universo. La muerte de los tigres representa la vuelta al caos. El tigre se muerde la cola. Quizá este sea el destino fatal de la fiera: la autofagia. Dice Valéry, leído por Lizalde: No es posible ser más uno mismo, ser más exactamente armado, dotado, cargado, instruido de todo eso que hace falta para ser perfectamente tigre. No pueden sorprenderle, ocurrirle tentaciones ni apetitos que no encuentren en él veloces medios…” Desear y obtener de inmediato lo deseado: ambición de gran felino y de poeta.

Eduardo Hurtado
 

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 I. Retrato hablado de la fiera


2. EL TIGRE

Hay un tigre en la casa
que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
         y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.

Suele crecer de noche:
coloca su cabeza de tiranosaurio
en una cama
y el hocico le cuelga
más allá de las colchas.
Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,
de muro a muro,
y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,
como a través de un túnel
de lodo y miel.
No miro nunca la colmena solar,
los renegridos panales del crimen
de sus ojos,
los crisoles de saliva emponzoñada
de sus fauces.

Ni siquiera lo huelo,
para que no me mate.
Pero sé claramente
que hay un inmenso tigre encerrado
en todo esto.

3

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“Lo he leído, pienso, lo imagino;
existió el amor en otro tiempo.”
Será sin valor mi testimonio.


Rubén Bonifaz Nuño


Recuerdo que el amor era una blanda furia
no expresable en palabras.
Y mismamente recuerdo
que el amor era una fiera lentísima:
mordía con sus colmillos de azúcar
y endulzaba el muñón al desprender el brazo.
Eso sí lo recuerdo.
        Rey de las fieras,
jauría de flores carnívoras, ramo de tigres
era el amor, según recuerdo.
        Recuerdo bien que los perros
se asustaban de verme,
que se erizaban de amor todas las perras
de sólo otear la aureola, oler el brillo de mi amor
        ―como si lo estuviera viendo.

          Lo recuerdo casi de memoria:
los muebles de madera
florecían al roce de mi mano,
me seguían como falderos
grandes y magros ríos,
y los árboles ―aun no siendo frutales―
daban por dentro resentidos frutos amargos.
        Recuerdo muy bien todo eso, amada,
ahora que las abejas
se derrumban a mi alrededor
con el buche cargado de excremento.

4

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Que tanto y tanto amor se pudra, oh dioses;
que se pierda
tanto increíble amor.
Que nada quede, amigos,
de estos mares de amor,
de estas verduras pobres de las eras
que las vacas devoraron
lamiendo el otro lado del césped,
lanzando a nuestros pastos
las manadas de hidras y langostas
de sus lenguas calientes.

Como si el verde pasto celestial,
el mismo océano, salado como arenque,
hirvieran.
Que tanto y tanto amor
y tanto vuelo entre unos cuerpos
al abordaje apenas de su lecho, se desplome.
Que una sola munición de estaño luminoso,
una bala pequeña,
un perdigón inocuo para un pato,
derrumbe al mismo tiempo todas las bandadas
y desgarre el cielo con sus plumas.

Que el oro mismo estalle sin motivo.
Que un amor capaz de convertir al sapo en rosa
se destroce.

Que tanto y tanto, una vez más, y tanto,
tanto imposible amor inexpresable,
nos vuelta tontos, monos sin sentido.

Que tanto amor queme sus naves
antes de llegar a tierra.

        Es esto, dioses, poderosos amigos, perros,
niños, animales domésticos, señores,
lo que duele.



Estos poemas forman parte del disco compacto Eduardo Lizalde. Lectura de tres décadas, de la colección Voz Viva de México, publicado en  mayo de 2001. Las líneas de Eduardo Hurtado forman parte del texto de presentación que acompaña al disco.

 

 

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