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portada-portatil.jpg Poesía portátil
Héctor Carreto
UNAM
Colección Poemas y Ensayos, primera edición, México, 2009

Por Virgilio Torres 

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Desde sus primeros libros, aparecidos en los 70, hay en la obra poética de Héctor Carreto, un afán por retomar figuras de la tradición clásica para formular una nueva intertextualidad. Este recurso está presente en escritores como Gilberto Owen, Renato Leduc, Carlos Illescas, Eduardo Lizalde y José Emilio Pacheco.

En el caso de Carreto, hay que ver el propósito en el sentido de usar al legado clásico como una semiótica (como refiere Nietzsche que hizo Platón con Sócrates, como personaje de los Diálogos), que dinamiza el ser del poema que le interesa al autor de ¿Volver a Ítaca?

Si bien en sus primeros libros este trabajo de resemantización es deudor de las prerrogativas del tema histórico (Cf. ¿Volver a Ítaca?), poco a poco Carreto se  va alejando de este uso ancilar del mito para plantear una nueva lectura y escritura del mismo, con base en su conocimiento de algunos poetas latinos como Catulo.

Como en este autor, hay poemas de Carreto que, de entrada, asumen su veta irónica, estableciendo una jerarquía entre poeta y asunto (destinatario), lo que desembocará en una tensión entre la visión aparentemente ingenua del escritor con el tratamiento satírico o venal del tema, y un remate que establece el “ajuste de cuentas”.

Cabe destacar que el epigrama le permite a Carreto conciliar el tono confesional con la invectiva que asume la ironía sincrónica respecto a varios personajes.

El uso del vocativo aporta una cercanía con el lector, como en los salmos de la Escritura o en los Salmos de Ernesto Cardenal. Es en los poemas de corte erótico, sobre todo en Coliseo, donde la eficacia epigramática no se desentiende de la tensión entre opuestos y el desarrollo narrativo de una microhistoria que contextualiza el o los sucesos. Si bien el tratamiento de este tema se vuelve previsible con base en el contexto, es en los poemas en que se incorpora la dimensión onírica donde el poeta expone con mayor alcance su lirismo (Cf. La Plaza o El disfraz) y donde refina el desarrollo del texto a manera de un proceso silogístico a la Dolce Stil Nuovo que, sin embargo, no se entrega a una lectura autocomplaciente, sino a una potenciación de los significados, como vio Paz en Villaurrutia al hablar de una “poesía con secreto”, la cual está patente en los textos de Carreto.

Hay una palabra que Carreto reitera: “sonámbulo”. Con ello muestra su adherencia a un locus  (el del sueño) presente en la poesía mexicana desde Sor Juana a los Contemporáneos; pero ahora el poeta Carreto asume el tema con otros elementos concurrentes como la ciudad (sueño de espacios), la propia psique como laboratorio y el cuerpo de los amantes (sueño de percepciones y reconocimientos) fundando una poética de la ensoñación, como diría Bachelard.

  Pero la obstinación pesa lo mismo en la vieja
  balanza del sueño y la vigilia

A lo largo de Tentaciones asistimos a una especie de paganismo militante que tematiza la sublimación, ese mecanismo que Freud vio como una forma de represión de la libido que, a veces, conduce a reforzar el instinto de conocimiento. Hay que destacar que las referencias freudianas están a lo largo del libro, tácitas y encubiertas. También la deuda con Nerval en el sentido de que el sueño es una segunda vida, (Cf. Luciana): “Me habían dicho que  en la esfera del universo/ todo era posible,/ que el sueño es una segunda vida.”

Con esta convicción, lo que el poeta Carreto exalta es un complejo de Edipo revisitado y expuesto sin mala conciencia, asumido en y desde la poesía (Cf. El poeta regañado por la musa).

Esta vertiente de un habla en verso del inconsciente personal y colectivo lleva a Carreto a fundar una poética de la anamnesis platónica contemporaneizada a través de Freud y los mitos fashion de los siglos XX y XXI (Cf. Mi poema, esa bestia).  Aquí el recuerdo siempre es activo, crítico, y se convierte en el eje exaltado desde el cual el poeta escribe.

En este tenor, el erotismo de Carreto reconcilia cualquier praxis que clínicamente desembocaría en la perversión. Por eso, lo erótico no es simple paisaje, sino materia prima de la óptica Carretiana (Cf. Chocolate amargo).

A lo largo de sus textos eróticos, la sublimación toma conciencia de su potencial lúdico, y no de sus límites marcados por un rodeo de la libido (fetichismo ingenuo), según la terminología freudiana. Carreto nos propone un nuevo “ars amandi” que, como en la obra de Ovidio, contiene una didáctica a través de una textualidad basada en el “sermo humilis”, mediante la cual la experiencia erótica (y la dialéctica pasión-razón) es convertida en un nuevo a priori de nuestro ser en el mundo. Desde luego, los escenarios son diferentes. La imagen de la Moira o destino es ahora la del Star System o la jerarquía de la burocracia que uniformiza el goce y reprime la posesión de la amada.

En lo personal, los poemas de la última parte del libro me parecen ser los más intensamente líricos (Habitante de los parques públicos) y es en donde la poesía de Carreto asume la catarsis del sueño para hacer de este material privilegiado un hilo conductor que pasará por el laboratorio alquímico de la pasión humana. Leemos en La casa de Allende número cinco: “La noche es el ángel negro que no acaba de bajar.”

En poemas como Luciana asistimos al cruce de sueño y vigilia que evidencian los valores vitales de Carreto: la soledad compartida, el goce del instante, una nueva versión del azar objetivo Bretoniano, la infancia como edad de oro, la existencia como camino de perfección (como en la literatura mística)  y una saudade o visión beatífica de la belleza. En medio de esta maquinaria que exalta el goce y reconoce los placeres y límites de la carne, ¿dónde queda lo sagrado?, ¿el  campo de valores éticos que resguarda al poeta?   Quizá lo sagrado resida en atestiguar el paso del tiempo aunque sea una “catedral que se hunde” (la de la ciudad de México):

 Y qué remedio
  la Catedral se hunde 
  llevándose a la Ciudad de Dios
  a un país sin estrellas.

Quizá resida en dar constancia del instante que se fragua y muere en la percepción hedonista, pero también escéptica y vital del poeta Carreto en una suerte de ascesis que va de la vivencia venérea del amor a la encrucijada de toda virtud posible.


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