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portada-parques-anaf.jpg Parques o el imán de la tierra
Ana Franco Ortuño
H. Vera editor
México, 2009

Por Jorge Santiago Perednik

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Leo en la tradición que porque las aguas están extendidas sobre la tierra, somos capaces de concebirlas y hablar de ellas bajo formas variadas. Primero, el manantial. Luego, la corriente que brota de él y extiende sus aguas sobre la tierra. Luego, el estanque, dentro del cual fluyen las aguas y forman el mar. Luego el mar de donde las aguas corren en siete canales, haciendo diez formas en todo. Si se rompieran estas formas, las aguas escaparían y volverían a su manantial original mientras que las formas donde estuvieron contenidas caerían en ruinas. Las formas. Finalmente las ruinas también son formas y la forma de las ruinas es un disfrute poético posible que no soluciona el problema supuesto de las ruinas de la forma. Dice el poema “no hay nombres”, lo que lleva a preguntarle desde cuál tiempo habla, si el previo al manantial o el posterior a la ruptura de las formas. En este punto Parques, de Ana Franco, calla; es posible que no se ubique en un lugar único, que no quiera hacerlo, que en la mayoría de los casos elija la última posición, y en algunos pocos quiera remontarse a una indagación de los orígenes; en todos los intentos, no obstante, los poemas están escritos desde la conciencia del problema, esta ausencia de la palabra que nombra, explícita en el primer verso del segundo poema (“No hay nombres”), que exige al poeta ir en su búsqueda. Luego o al mismo tiempo es enunciado el proyecto, en los tres primeros versos del libro:

Se esfuma la tarde

queda en algún anémico rincón

Habrá que ir en busca de su color perdido


Algo se ha perdido, y esto es una ocurrencia, o hay algo perdido, es decir, perdido como condición original; en cualquier caso la pérdida exige una búsqueda. Este es el punto de partida, la propuesta que enuncia el poemario en su comienzo. Se parece al enunciado del Génesis bíblico que dice: “Y la tierra era vacío y confusión”. Vacío de la tarde, que va en camino a esfumarse, y confusión por la anomia del rincón o lugar. La anomia es la pérdida del nomos, más que la palabra que nomina, la ley, el orden de la nominación. La búsqueda de la palabra como proyecto de construcción de una obra poética incluye la construcción de un orden, la confección de un conjunto de reglas que a su vez apunta a la nominación de una poética. Precisamente la poética que Parques o el imán de la tierra elige como suya es la de la búsqueda de la palabra que nombra, la práctica como escritura de una poética de la nominación. Y así como en el Génesis la creación no surge de la nada sino del ordenamiento o nominación de un caos precedente, Parques en cada momento que nombra la creación como tópico, irrenunciablemente de un modo figurado, exhibe el caos del que parte.

Los cuerpos, para el poema, son de agua: al unirse se suman, agua más agua, y por un efecto de lenguaje que la realidad confirma, no hay dos aguas sino una sola (“el agua de los cuerpos que se mezclan / con la desorbitada plenitud del mediodía”, “un arroyo surgido de mi cuerpo”). Y habría una zona de transición entre el cuerpo y su hacer que va del agua al aire: “mar de viento”. Pero la creación es de aire, el poema es aire: para volver a la tradición, aquello designado como el Mundo Formativo, porque en él se encuentran los patrones sutiles y fugaces en pos de la materia. El hombre nuevo, aunque se haga del barro (tierra más agua), como el Golem que va a proteger a la comunidad, necesita la palabra para dejar de ser barro, y entonces es un hombre de aire, no un hombre de tierra. Igualmente la letra que va a proteger al poema de sus enemigos al acecho, aunque se haga con agua (tinta) sobre tierra (papel vegetal), en tanto letra, es aire. El aire, o viento, o soplo de la creación, cuya falta provoca lo que el verso llama “la asfixia pequeña”, la interrupción en el continuo del ser poeta o en la cadena del ser poema. Si se quiere el aliento que corresponde a la zona del Aire Primitivo, parte del tetragrama, inscripto en la letra Vau, o tal vez al avir reikaní, el aire vacío de los cabalistas, confuso, supongo, elemento que hace que la forma nazca, o hacia el final atrae a la destrucción y hace nacer la ruina, que es la forma de la destrucción que invita a que otra forma nazca.

En tanto cielo como lugar de la creación, Parques gusta explayarse una y otra vez sobre las criaturas que lo habitan, los pájaros, que difícilmente puedan no leerse como metáforas de otra cosa, a la que el poema al nombrar alude porque elude su nombrar. Aves o pájaros que están en los poemas, o empiezan los poemas, o nombran los poemas, o titulan partes enteras del libro. Y por otro lado recorren todo el espectro que va del ellos al yo: palomos y plumajes, graznidos, cantos, aves que se vuelven naves (“continuo / de minúsculas / naves”), en un comienzo de transformación, o “migración irregular” de los cuerpos y sus partes que culmina cuando lo ajeno se vuelve propio y hace lo de uno: “la alada soy yo”, “ser un pájaro”, “volar”. El poema refiere a esta metamorfosis siempre con formas sintéticas que apuntan a historias, a ser completadas por el lector: el dedo que al tocar mira y desviste, y luego se queda quieto, en una estancia puntualísima, para transformarse en otra cosa. En el funcionamiento del poemario hacerse otro es volverse habitante y actor de ese elemento propio y propicio del crear, el cielo.
Según un evangelio apócrifo, Jesús niño probó su pretensión a la condición de Hijo del Padre tomando unos pájaros de arcilla sobre los que pronunciaba el nombre de dios; tras lo cual los pájaros cobraban vida y salían volando (protohistoria del Golem). A la poesía le interesa por ejemplo qué sintieron esas aves cuando emprendieron vuelo por primera vez, o adonde finalmente fueron. O cómo fue el despertar del pájaro (“Ser un pájaro”), atribuido “como posible flor no detenida”. O por qué la pregunta es una traición pequeña a los fantasmas propios. ¿Por qué? ¿Por qué? Freud dijo que la mujer es un misterio. Yo digo que el poeta es un misterio (para la no lectura), y aun, que la poesía es una actividad femenina. Y dejo en silencio el porqué.

Termino citando unos versos de “Pájaros, I”. No sé si habrán sido escritos para alguien, pero yo, lector fantasioso, elijo creer que fueron escritos, si no para mí, para que sea el único que les dé el significado que les doy. Tal vez esta apuesta irrenunciable (“¿qué triunfa? / al golpe del acento pierde / la palabra”), en la que se gana cada vez que se pierde y se pierde cada vez que se gana, sea la única pista sobre lo femenino en poesía:

Vuelves
a la huella que se llevó la espuma:

pensaste que volver era fácil (...)

Vuelves y encuentras una tumba
(...)

Nube de paso-yerba
que se arranca de cuajo o Seca sin motivo

 

 


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