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arrayan.jpg Arrayán
Víctor Ortiz Partida
Bonobos/Conaculta-Fonca
México, 2009.

Por Jocelyn Martínez

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Víctor Ortiz Partida (Veracruz, 1970) presentó en abril pasado Arrayán, el cual se extiende de ramas a raíces en 19 partes que conforman un gran árbol-poema que ensancha y agita sus ramas-versos.

El poemario ofrece al menos dos posibilidades de lectura: la tradicional que va de la página 9 a la 32, y una interesante propuesta en que el índice se reestructura para formar un poema en sí y, al mismo tiempo, proporciona otro orden al poemario.

El dinamismo es una de las principales características de este libro que se obtiene del choque entre la verticalidad del arrayán y la horizontalidad del viento, las cuales hacen de esta combinación un intenso motor que convierte al poemario en un remolino aromático que entremezcla lo sólido: cal, ceniza y sal; con lo líquido: el agua del río. De esta forma, el poema se inunda de imágenes visuales cinéticas y su estructura obliga a los ojos a hacer un movimiento de vaivén y balanceo.

El árbol parece convertirse en espiral, rascacielos, hombre y escalera. Ésta última se transmuta en una hilera de dientes y en una sonrisa. Uno de los versos visuales mejor logrados alude precisamente a la dentadura: “e  n  t  r  e  d  i  e  n  t  e  s”.

Contrario a la presencia del tempus fugit, tan constante en el poemario, se muestra persistente una boca de maxilar tremendamente abierto que posee tres funciones vitales: cantar, reír y morder el arrayán. En esta recurrencia labio-dental, hay una constante alusión a la lucha entre el silencio y el sonido y, por otra parte, a la necesidad de digerir no sólo la comida, sino la vida en sí.

Arrayán
presenta una geometría en la que florecen rayos que parecen dispersarse hacia abajo y hacia arriba del árbol, y que logran una conexión microcampo-macrocampo; hacia el cielo, por medio de las ramas y hacia la tierra, por las raíces. El cielo pasa del azul a un reiterado cielo sin sol, cielo nublado, y finalmente, en penumbras. La tierra parece más un paisaje agreste en el que se encuentran hojas y frutos caídos, piedras, un río y un hormiguero, los dos últimos caracterizados por movimiento y sonido incesantes.

El nombre de ‘arrayán’ proviene del árabe Ar-Rayhan o Rihan, “el aromático", y en el libro también están presentes otros árboles que coinciden con el primero en su cualidad fragante: el naranjo, el eucalipto y el pino. Junto con los arrayanes caen al suelo las naranjas de las que el autor saca jugo para recordarnos la idea de lo complementario: “todas las mitades de lo que vendrá”. Quizá a esto alude, cuando aparecen algunos versos ─igual que mitades de naranjas─ cortados por una diagonal y con la posibilidad de ser complementados.

Probablemente es la memoria el hilo temático conductor del poema, en el que la mente devuelve al cuerpo las experiencias tantas veces gozadas y que, en apariencia, estaban ya sólo en el recuerdo. Por medio de la imagen del árbol de la infancia y de la juventud, al que también han recurrido Machado y algunos personajes rulfianos, Víctor Ortiz nos reitera el placer que radica en la nostalgia.

En cuanto a la recurrencia del tempus fugit, una de las imágenes constantes en el poema es el óxido, quizá como representación de aquello que se va desmoronando poco a poco como tierra o cenizas; junto con esta idea, se presenta un ruido de goznes que pudieran ser los de una puerta vieja y que, al mismo tiempo, se asimila al ruido de las ramas. Junto con el ruido de los goznes oxidados resuena el murmullo del río y el de un enjambre de avispas. Así el arrayán es el medio que evoca el paso del tiempo, en el que el movimiento, que puede ser renovador, también implica un desgaste. Prueba de esto es la transformación de los cabellos dorados en cabellos caídos, y el rito fallido, aunque no inútil, que no puede evitar la dilución de un cuerpo o, en este caso, de un poema.

Ampliamente recomendable, Arrayán ─cuarto libro de poesía de este autor veracruzano, cuasijalisciense─, promete continuar agitando sus hojas.




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