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portada-huidobro.jpg El pasajero de su destino
Vicente Huidobro
Óscar Hahn, selección y prólogo
Sibilia/Fundación BBVA
Sevilla, 2009

Por Emilio Bustos

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“Las teorías pasan y la poesía queda”. La presente antología recopila, en su totalidad, los poemas largos Ecuatorial (1918), Altazor (1931) y Temblor de Cielo (1931); así como una selección de los poemarios El Espejo de Agua (1916), Poemas Árticos (1918), Ver y Palpar, El ciudadano del Olvido (ambos de 1941), y Últimos poemas, de 1948, libro que no alcanzó su autor a publicar en vida.

Tanto la selección como el prólogo fueron realizados por el, también poeta chileno, Óscar Hahn, lo cual añade más interés a la deslumbrante posibilidad de tener en un solo volumen una buena parte de los poemas más logrados del hechicero Vicente Huidobro.

No obstante el resultado del libro no deja de ser una aventura inesperada: el Vicente Huidobro que encierra más de un sentido. El conjunto configura una nueva experiencia de lectura en la que se encuentran las numerosas asimilaciones y el análisis que ha merecido por ejemplo, Altazor, a lo largo de los años que parecieran habernos legado la impresión de una poesía permanentemente situada en el vértigo, presa de una indestructible fortaleza y de un milagroso equilibrio en el vacío; como si éstas fueran las únicas empresas que habitaron al hombre y su poesía. En este libro pareciera haber un Huidobro más grande, más completo; pero por ello también más frágil, no un “pequeño dios”, ni un piloto terrible tras los horizontes, sino más bien, un hombre. Atestiguamos la incertidumbre bajo el carácter visionario, y un resabio de sencillez en la cacería de imágenes, en su incólume vitalidad y el mérito permanente de su creacionismo. El poeta que registra El pasajero de su destino resulta, en suma, distinto.

Todo ello influye y puede percibirse incluso en el proceso de selección,  en el espacio dedicado a los textos y hasta en el título. El pasajero de su destino no es un verso de Altazor ni de Temblor de Cielo,sino el título de uno de sus últimos poemas, de aquellos que él mismo no tendría ya la oportunidad de publicar.

Sumado a lo anterior, prácticamente la mitad del libro está construida con poemas de una época posterior a sus dos grandes trabajos de largo aliento. En este periodo encontramos un Huidobro más sosegado y lleno de experiencia, poco habitado por la crítica, que ha olvidado casi por completo la empresa del encuentro de lo “nuevo”; un Huidobro que, propone quizá este libro, escribe para nosotros.

Si trazáramos un recatado mapa de El pasajero…, partiría del proceso de configuración de su Arte poética y culminaría con Ecuatorial, la primera gran aventura que ya posee un tono tremendista y épico, repleto de metáforas acerca del vuelo y la aviación. Más tarde, las dos obras clave de 1931; y una tercera y última época en la que se atestigua un cambio de temperamento —un dejar de lado la patente influencia del pensamiento Nietzscheano (suerte de gurú invisible en Altazor)— y el avance hacia un lenguaje estable, maduro, de tintes pesimistas y nostálgicos. Este giro en el temperamento viene sin duda marcado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial que echará abajo todas las ilusiones de transformación e ímpetu que caracterizaron a los movimientos de vanguardia. Nos preguntamos entonces, ¿cómo sobrevivió el creacionismo a la guerra? Podríamos decir que identificamos cierto hermetismo en el Ciudadano del Olvido, de 1941, que va cediendo terreno en el abrir y cerrar del mundo a cada vuelta de la página.

En este sentido, Últimos poemas encontramos verdaderos momentos de conciliación entre la honestidad del escritor frente a su propia experiencia y las imágenes creacionistas, tan poderosas como alejadas del contacto con la realidad concreta.

El Pasajero de su destino es una recodificación, un reencuentro, una expansión muy afortunada hasta la última poesía de uno de nuestros autores clásicos, que sin embargo ha sido poco revisado en algunos de sus momentos.





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