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portada-cuaderno.jpgCuaderno de los sueños
Manuel Iris
Fondo Editorial Tierra Adentro
México,

Por José Díaz Cervera

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La lectura de Cuaderno de los sueños, de Manuel Iris, ha generado en mí una serie de reflexiones. Algunas de ellas están relacionadas directamente con la obra, pero otras tienen que ver con las circunstancias, juicios y prejuicios con los que se ejerce la literatura en nuestros tiempos. Tomando como pretexto esa obra de reciente publicación por del Fondo Editorial Tierra Adentro, hablaré un poco de esto antes de abordar de manera directa, la parte medular de Cuaderno de los sueños.

Así pues, quiero hacer aquí una especie de denuncia o, si se quiere, de alerta en torno al hecho de que las condiciones de producción material de la literatura empiezan a rebasar a la propia literatura, y están determinando, de una forma que empieza a ser viciosa, y un tanto perversa, los productos literarios.

La necesidad de que un libro tenga por lo menos sesenta páginas, el valor que en nuestro sistema literario tiene el objeto libro por encima del objeto plaquette, e incluso, las condiciones de preservación y almacenamiento de cada uno de ellos, están condicionando las cualidades finales de las obras publicadas al convertirse en lo que Even-Zohar denominó factores del sistema literario.

Probablemente estas circunstancias determinaron una decisión errónea de Manuel Iris al publicar, en un mismo libro, los poemas que constituyen Cuaderno de los sueños, obra ganadora del Premio Nacional de Poesía Mérida 2009, en el mismo volumen que dos capítulos de otro libro inédito, y creo que inconcluso, cuyo título Llamarte por discordias, me causó urticaria cuando lo escuché por primera vez.

No oculto entonces que como libro, Cuaderno de los sueños es inconsistente, por lo que de aquí en adelante, sólo haré referencia a la parte medular del poemario que es justamente la que da título a la obra y que constituye la primera parte de la misma.

Así pues, no puedo ver en Cuaderno de los sueños sino una gran ofrenda amorosa que se mueve en los terrenos de eso que en algún momento de la historia del pensamiento filosófico se llamó pancalismo. El pancalismo era una perspectiva que ofrecía una explicación del cosmos, fundamentada en la belleza.  Esta ofrenda, para ser justos, no es otra cosa que una obra de orfebrería en la que casi cada cosa está en su lugar, y cada misterio va dando, a lo largo de la lectura, elementos puntuales para ser descifrado.  Para mí, sin embargo, lo destacable de este Cuaderno... es el equilibrio, a veces ciertamente precario, entre los elementos sensuales y los elementos sensibles de su poética.

No quisiera que se confunda lo que digo. Mi afirmación de que Cuaderno... puede leerse como una ofrenda amorosa no implica el hecho simple de que la obra se constituya como un poema de amor —o al menos, no sólo ni primordialmente como eso—.  En la primera estrofa del poemario “Escribe.  Avanza con mi voz // para decirme todo sobre ti”, Manuel Iris marca los territorios del mismo: escribir, imaginar, conocerse, reconocerse, encontrarse con la otredad y perderse en ella, son acciones concomitantes a través de las cuales el acto amoroso se constituye de manera cabal, pero sólo en un nivel de tentativa.

El terreno demarcado es solamente una ilusión pues en realidad, es tierra de nadie, territorio de conquista y de derrota, espacio donde la concupiscencia nos hace cómplices y esclavos al crear el espejismo de que poseemos ese algo, ese aroma, en fin, esa palabra que en realidad nos posee sin que nos demos cuenta; esa palabra que huele a miel y a abierta cicatriz, esa palabra que sabe también que hay un libro que no hemos escrito todavía y que incluso hay alguien que ha leído el libro que nunca escribiremos.

Este juego de lo que nos pertenece porque le hemos jurado vasallaje, en el que se alude a una relación —yo diría que a una relación con los universos del sujeto— mucho más que a una persona o a un objeto, es la carta abierta con la que Manuel Iris juega en Cuaderno de los sueños, y a la cual el poeta llama con  el nombre de Mía, palabra que a veces actúa como sustantivo, otras como adjetivo y aún como un adverbio.

A través de Mía, el poemario comienza a llenarse de presencias; las más evidentes son las de Rilke y Rubén Bonifaz Nuño, pero sobre todo, de instancias oníricas, de referentes bien escondidos (alguna imagen cinematográfica de Wim Wenders, algún aliento de El ángel es vampiro, de Vicente Quirarte), y de sensualidad, y de malicia.

Cobrando forma, Cuaderno de los sueños lucha contra la excitación que supone el encuentro con la realidad a través de la palabra. Como claroscuro del ser que busca entender el mundo, el soñador imagina en el juego del sueño y el ensueño, al intentar conquistarse como soñante y al pretender reinventarse desde la vigilia. El sueño mayúsculo es resultado de la conjunción del sueño y el ensueño; es el acto mismo de escribir que se verifica como un dictado, o como una simple repercusión de esa realidad que se golpea con nuestros ojos.

Así, este soñador de llamas que es Manuel Iris, queda activado como un soñador de flamas que todavía son clarísimas, es decir, de flamas insuficientemente oxigenadas donde las palabras se calcinan, pero donde los amantes, por lo cruel de sus naturalezas, no pueden derretir la dureza de su corazón.

El poemario entonces entra en una crudeza apenas disimulada por su preciosismo. Mía adquiere nombre específico y reclama sus derechos: se llama Inés y no quiere ser ángel ni sueño.  La idea rilkeana de que todo ángel es terrible gana terreno; la hoja en blanco quisiera ocultar la frontera entre el silencio y el mutismo, pero alguna discreta incontinencia verbal del autor se lo impide. La amada, mientras duerme, resulta menos fiera: tiene los pies de pan de dulce.

En algún punto de estos comentarios señalé que la gran virtud de Cuaderno de los sueños, desde mi punto de vista, radica en el equilibrio entre los aspectos sensibles y los aspectos sensuales de la obra. Esta circunstancia (que requeriría de un desarrollo más amplio del que posibilita este espacio) es muy interesante, ya que uno de los asuntos que llaman la atención en la lectura del Cuaderno... es el empleo de la que quizá sea la herramienta menos sensible de cuantas poseemos: la mirada. Difícilmente a través de la mirada podemos ir más allá de los colores y las formas, pero es precisamente mirando que en el poemario eje de este libro, la sensualidad cobra vida, se muestra y se vuelve auto-suficiente con sólo hacerse contemplable.

El prodigio de la mirada que cruza sobre los otros sentidos, haciéndolos provisionalmente innecesarios, es una de las conquistas de este libro, y es precisamente uno de los rasgos que lo hacen disfrutable, a pesar de cierta ‘golosidad’ rítmica del autor que hace a veces innecesariamente caudalosos algunos versos e incluso, algunas estrofas.

Yo diría, sin embargo, que Cuaderno de los sueños es un poemario que, junto con algunos otros como Sobre la tierra de los muertos, de Javier España, reivindican la lírica de la Península de Yucatán y permiten ver la verdadera dimensión de la producción poética de esta esquina de nuestro país.




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