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portada-cuaderno.jpgCuaderno de los sueños
Manuel Iris
Fondo Editorial Tierra Adentro
México,

 

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Aparición

No creas que te estoy requiriendo,
Ángel. Aún si lo pretendiese, nunca vendrías;
pues mi llamado queda siempre lejos.

Rilke, Elegías, IV

I

Desprecias destruirme. Tu carne
adquiere —frente a mí— un calor
menos mortal. Afirma
el corazón su doble miedo
de mirarte y de abstenerse. Temor
de ojos mortales.

Suelto la voz
y agradezco tu vestido: que no ilumines
con tu piel terrible
mis defectos todos,
que no me arrastres a morir de luz.


II

Deviene tu presencia, acude
a sílaba de carne y de lamento
para insinuar tus pies
cuando te invoco
                                      atrevimiento
concebido desde antes
de que sepas 
   —hermosa  más que el Ángel
y como él terrible—
que vas a marchitarte.


III

Quizá estás confundida, quizá
perenne, el ruido de tus pies
ha hecho callar las tardes
y tu vientre al ocultarse
provocó la noche.

De cualquier forma, Ángel de carne
Luz de carne, Piel de carne
no puedo resistir
tu desnudez de antes
y después de todo: Lo eterno es demasiado.
Tu presencia, si mortal, es una flama
que todo lo consume: Desnuda eres letal,

y no me escuchas.


IV

No estoy llamándote, flama clarísima
porque no canto en tono necesario para tocar tu oído
y porque mis palabras—las mejores—
se calcinan al rozarte
                                           y aunque sé
por la verdad
por la distancia
por lo cruel
de nuestras dos naturalezas
que este poema jamás va a llegar a ti
lo arrojo hacia tu piel,

lo doy al fuego.



Mirándola dormir


He leído en tu oreja que la recta no existe

Gilberto Owen


Como esta voz, mi lengua busca
el laberinto de tu oreja
y yo te escribo y sé  muy bien
que hay algo —hay un  lugar— más bello
que tu vientre
aunque jamás lo he visto.

En cambio se revelan
—entrega de la espuma, oseznos de la luz—
tus pies de pan de dulce.

Y no saber el cómo apareciste, no haber vivido
en el momento que tu espalda fue la rosa, abierta luz
de lo que significas.

Afuera escucho algo.

Afuera  del poema algo te dice un canto
más hermoso que la piel
pero también más vivo: una caricia: lengua bajo lengua,
sonido bajo letra
en acto de buscarte.

¿En qué momento me has atravesado? ¿Cuándo
tu luz—incendio, llamarada—se clavó en mi pecho? 

Hoy puedo hacer un verso en que no mueras nunca. 
Un cáliz, un jarrón, un algo que contenga

vino enloquecido, danza, fruta
lenta
          carne en movimiento
para entrar en otra carne. 

Creyente de tu forma, en mi oración
he decidido no ceder al verbo de tu ombligo, a la floresta
del verano en tus pezones, a todos tus aromas.

Hoy no quiero morir: No quiero ver el río
que se aduerme en tus muñecas. No quiero andar
la forma en que te extiendes de tu piel hasta la piel
de todo lo que existe. 

Árbol de mí,
estoy llegando a tu región más fértil. 





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