Los caifanes, Carlos Monsiváis y El brindis del bohemio

Cine y poesía
Por Ángel Miquel
 

Dirigida por Juan Ibáñez en 1964, Los caifanes fue una de las primeras películas mexicanas inspiradas por los aires de renovación que despertó en muchos sitios el surgimiento de la nueva ola francesa. Ese cine incorporaría en México a realizadores debutantes, a actores entrenados en el teatro universitario y a escritores interesados en hacer adaptaciones de sus propias obras o en escribir historias para la pantalla. En la generación anterior Mauricio Magdaleno y José Revueltas habían hecho una estimable obra como guionistas; ahora empezarían a hacerla, entre otros, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Vicente Leñero y José Agustín. Fuentes trabajó con Ibáñez –como dicen los créditos de la película– en la idea, la adaptación y los diálogos de Los caifanes.


Los caifanes, Carlos Monsiváis y El brindis del bohemio

Cine y poesía
Por Ángel Miquel
 

Dirigida por Juan Ibáñez en 1964, Los caifanes fue una de las primeras películas mexicanas inspiradas por los aires de renovación que despertó en muchos sitios el surgimiento de la nueva ola francesa. Ese cine incorporaría en México a realizadores debutantes, a actores entrenados en el teatro universitario y a escritores interesados en hacer adaptaciones de sus propias obras o en escribir historias para la pantalla. En la generación anterior Mauricio Magdaleno y José Revueltas habían hecho una estimable obra como guionistas; ahora empezarían a hacerla, entre otros, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Vicente Leñero y José Agustín. Fuentes trabajó con Ibáñez –como dicen los créditos de la película– en la idea, la adaptación y los diálogos de Los caifanes.

La idea central de los guionistas fue poner en contacto a cuatro mecánicos pobres con una pareja de clase alta capitalina de la misma edad, suponiendo que de ese encuentro surgiría un conflicto dramático parecido al de la contraposición del pícaro y el señor en el teatro del Siglo de Oro. Así, los cuatro caifanes se encuentran accidentalmente con la pareja formada por Paloma (Julissa) y el arquitecto Jaime de Landa (Enrique Álvarez Félix), quienes salen de una fiesta, y por mutua curiosidad pasan juntos una noche: visitan un cabaret de mala muerte, en el que provocan un tumulto; se divierten diciendo albures; juegan a meterse en los ataúdes de una funeraria donde roban una corona de flores y una carroza fúnebre; visten con harapos la estatua de la Diana cazadora en el Paseo de la Reforma y, en resumidas cuentas, ‘echan mucho relajo’. El conflicto dramático previsto por Fuentes e Ibáñez se da sólo por momentos y los diálogos resienten con frecuencia una carga excesiva de citas cultas, pero aún así la película funciona, en buena medida, gracias a la simpatía de los cuatro caifanes, el Capitán Gato, el Estilos, el Azteca y el Mazacote, interpretados por Sergio Jiménez, Óscar Chávez, Ernesto Gómez Cruz y Eduardo López Rojas.

En una escena, a mitad de la noche, todos van a una fonda a comer tacos. Un ciego canta con su guitarra el tango Ventarrón. De pronto entra al lugar un personaje disfrazado de Santa Claus, perdido de borracho. El taquero quiere sacarlo porque es “un briagadales”, pero el Azteca lo impide, le invita una cerveza y se sienta a platicar con él. Mientras tanto, el Estilos le ha quitado la guitarra al ciego, y acompañado por unos acordes recita lo siguiente:

Brindo por la mujer, mas no por ésa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!;
no por ésa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una:
por la mujer que me arrulló en la cuna.
Por la mujer que me enseñó de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero...

En este momento el borracho interrumpe la recitación gritando “Dejadlo que brinde por mi madre”, y una vez que ha atraído la atención de los que cenan en la fonda, tira al piso las cervezas que tomaban el Azteca y él. Este berrinche estruendoso lleva al taquero a desquitarse quitándole la peluca y quemándola en la estufa. En un nuevo estallido, el Santa Claus se queja de la pérdida de su instrumento de trabajo, y grita, con la cara desencajada en primer plano: “¡Soy un desgraciado!” Finalmente se le ve irse, cantando y a punto de la inconsciencia, acompañado por un niño.

Ese triste personaje fue interpretado por Carlos Monsiváis, quien antes apareció haciendo bulto en otras películas del nuevo cine como En este pueblo no hay ladrones (Alberto Isaac, 1964) y Tajimara (Juan José Gurrola, 1965); después haría breves papeles en Las visitaciones del diablo (Alberto Isaac, 1967), Emiliano Zapata (Felipe Cazals, 1970) y otras cintas. Sin embargo, su carrera como actor pronto se vio opacada por sus actividades como cronista y ensayista. En lo que respecta al cine mexicano –uno de sus intereses permanentes–, Monsiváis ha sido durante casi cincuenta años un invaluable testigo crítico de su estado, evolución o decadencia, expresando sus ideas en textos para muchas publicaciones, en programas para radio, en todos los espacios de la televisión cultural y en algunos libros como Rostros del cine mexicano (1993) y Pedro Infante. Las leyes del querer (2010). Algunos miembros de su generación –que a principios de los sesenta publicó la revista Nuevo Cine– fundaron filmotecas y las primeras escuelas donde se enseñó el séptimo arte; otros, escribieron la historia detallada de la cinematografía en México; otros más, se convirtieron en realizadores o guionistas. Me parece que la principal aportación de Monsiváis en este campo fue llamar la atención sobre películas, directores o intérpretes antes despreciados por la alta cultura, y darles carta de respetabilidad.

 

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Lo que el Estilos recita es El brindis del bohemio, escrito por Guillermo Aguirre y Fierro en 1915. Según puede deducirse de anotaciones en ésta y otras de sus obras, el poeta salió del país en el periodo revolucionario, para vivir desterrado en los Estados Unidos al menos entre 1915 y 1920. Una vez que se tranquilizaron las aguas regresó a México, donde pasó por distintas ciudades hasta el momento de su muerte en 1949. Fue un estricto contemporáneo de Ramón López Velarde, pero aunque vivió casi treinta años más que él, su obra se mantuvo dentro de los cánones de la versificación y la imaginería románticas. Escribió poemas a la Mujer (a su madre, en primer lugar, pero también a actrices de teatro y cabareteras), al Prócer (Miguel Hidalgo, Saturnino Cedillo), a la Bohemia y al Arte, y el tono de su poesía está marcado por la nostalgia del destierro y, después, por el paso del tiempo. Aguirre y Fierro debería ser asociado a poetas de la generación anterior, como Luis G. Urbina, o a otros románticos tardíos, como Ricardo López Méndez, llamado El Vate y célebre por haber escrito letras que convirtieron en canciones Guty Cárdenas, Alfonso Esparza Oteo y Agustín Lara, y que fueron difundidas a los cuatro vientos por la XEW y otras estaciones de radio. También El brindis del bohemio se benefició de la promoción radiofónica y gracias a ella fue, junto con La suave patria de López Velarde, una de las piezas poéticas mexicanas más conocidas escritas en la primera mitad del siglo veinte –popularidad que, como muestra Los caifanes, aún conservaba a mediados de los años sesenta.

Regresando a la película, cuando el Santa Claus interrumpe la recitación del Estilos, le impide llegar a los versos que dicen:

¡Por mi madre, bohemios! Por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez, que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Como se recordará, la primera frase de esta estrofa fue el título de la columna que durante años mantuvo Carlos Monsiváis en el suplemento La Cultura en México de la revista Siempre y después en el periódico La Jornada. Es como si con ese gesto el escritor hubiera querido darle carta de respetabilidad también a la cultura popular escrita, como lo hizo otro de sus contemporáneos, Gabriel Zaid, con su Ómnibus de poesía mexicana (1971), donde se lee que el antólogo encuentra “algo más vivo en ‘El brindis del bohemio´ que en la poesía de Altamirano y Cuesta, hombres tan importantes en la historia de nuestra poesía”.

En la foto que acompaña a este texto, tomada de la Historia documental del cine mexicano, de Emilio García Riera, Carlos Monsiváis aparece en segundo plano, acompañando a Gloria Marín, Vlady y Abel Quezada en la película Las visitaciones del diablo.