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portada-boca.jpg Boca perdida
Laura Solórzano
Bonobos
México, 2005

Por Eva Castañeda Barrera

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Eduardo Milán apunta en el prólogo del libro Boca perdida que su poesía es una búsqueda de atemicidad. La arbitrariedad y acaso el azar se confabulan para trazar una galería en la que todo encuentra su lugar: una carta, un viaje, la patria, el océano, una sopa de letras. Elementos que en apariencia son ajenos, se emparentan a través de la palabra, creando así un camino que impele al lector a transitarlo.

Su poesía da muestra de una realidad que subyace bajo el peso avasallador de la cotidianeidad; son detalles, pequeñas existencias, las que crean su galería personal. A través de una mirada escrupulosa penetra en lo fortuito. Esto lo hace mediante el uso de adjetivos y combinaciones novedosas de sustantivos que imprimen a su poesía un matiz harto original: “por el camino del cántaro incapaz, traducido al fuego. / Por el camino del músculo y su diversidad de formas y discretas mieles.” Solórzano nombra lo cotidiano desde aristas nuevas, fija la vista en todo lo que participa de un evento.

Resulta significativo el hecho de que la mayoría de los títulos se componen de una palabra -un sustantivo- y ésta es puesta entre paréntesis: (carta), (puño), (dermis), (cielo). Insinuando quizá que aquello a lo que el lector se enfrenta, es sólo una mirada entre otras miradas posibles. Dicho de otro modo, es un paréntesis en medio del caos que nos circunda. Por otra parte, el título no da cuenta cabal del poema ya que el lector encuentra relación entre el poema y el título hasta que el texto ha sido terminado, “pasado y repasado”. Las palabras crecen y se relacionan toda vez que el lector se sumerge en ellas.

El sujeto lírico de Boca Perdida nombra, va haciendo su realidad en tanto que es capaz de ponerla en palabras, no acepta definiciones convencionales, rechaza las frases hechas, los lugares comunes. Así, lo versos del poema inaugural (viaje cerrado): “Mi baile (emotividad que ensaya la nave en la tormenta del sudor) / Mi cuaderno (vacío de laguna central en la mesa de los líquidos) / Mi mercado (racimo de bocas ávidas de calor de materia).” La voz poética otorga una identidad a cada realidad, sólo entonces, las cosas le son propias, su sello de pertenencia son las palabras con las que las bautiza.

Las imágenes que encontramos enel poemarioson en su mayoría de buena factura sin embargo, por momentos se corre el riesgo de que el lector se pierda en la ambigüedad pues como señala Milán, el libro tiende al desorden; un desorden que más tarde apunta al sentido. Es decir, aquel aparente caos de cosas o realidades desiguales es justamente la apuesta de la autora, a fin de cuentas la vida no es otra cosa que la suma de realidades heterogéneas.

El poema que da fin al libro y que lleva por título (cuaderno) es sin duda uno de lo más afortunados, pues da cuenta de un estilo poético bien definido, estilo que a lo largo del libro se hace presente: “escribo sobre la complexión de un lunes lunático/ para observar el paso por la tinta/ escribo al brotar/ cruzando la raya de verdes/ escribo cuando inhalo un caballo/ que viaja en el sujeto y sujeta el plumón”. (cuaderno) evidencia la toma de partido que la autora hace de la poesía, la elección léxica resulta novedosa, nombrar desde lo nuevo, hablar del lenguaje desde el lenguaje mismo, y como bien apuntan los versos finales: “escritura de madres melódicas/ escritura de mordazas/ escribo a la mordaza que quiero morder”. 

Boca perdida es la búsqueda de una palabra capaz de nombrarlo todo, un decir que armoniza lo aparentemente distante. Para Laura Solórzano nada es una isla, pues todo entra en comunión, los objetos se emparentan y al mismo tiempo, cada cosa posee su sitio, su palabra exacta que la diferencia del resto.


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