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portada-moridor.jpg Moridor
Willy Gomez Migliaro
Pakarina Ediciones, Lima 2010


Por Miguel Ildefonso

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El poeta Willy Gomez Migliaro acaba de publicar Moridor. En la línea que ha marcado su poética, heredera de la poesía anglosajona, y su vertiente peruana en la generación del 60 (Hinostroza, Ojeda, principalmente, y antes Pablo Guevara), nos entrega ahora no sólo una excelente lectura de los grandes temas que abordaron estos maestros de visiones vastas de la realidad (podríamos incluir inequívocamente a Saint-John Perse) y su devenir, sino también nos invita a ser participes de sus cuestionamientos sobre lo metapoético, la interculturalidad y el amor: “el que está dispuesto a soportar otro nombre otro lugar otra estirpe otro significado o tal vez una gran palabra es el moridor de la estética pacifista o turbulenta ambas a la caída del día extienden sus mares y esto empieza a tomar un modelo a seguir de reconstrucciones a través de asignar nuevas batallas”.

Efectivamente, el poeta nos conducirá en una suerte de viaje épico hacia esas reconstrucciones de imaginarias ciudades (apocalípticas, medievales) que se funden en una historia que es a la vez colectiva y personal. La supervivencia de un espíritu que alguna vez fue heroico, es lo que hoy canta el poeta cuya mirada (en “neobarrocas descripciones”) no cesa de indagar arqueológicamente un mundo que ha matado su utopía: “El clima nutre/ y ha destruido la promesa de seguir aprendiendo.” Si la construcción y la destrucción de la historia está en juego en sus versos, el poeta no puede dejar de lado la cuestión de la fe: “Miles de arrodillados en la oscuridad incubaban la expresión moderna actual”, dice en Casi prometeos, cuando ya antes había dicho: “Llevamos dos años con este rezo,/ pero quienes te consideran justo,/ esperan del otro lado de la sala/ que devuelvas nuestro pozo de angustia y fe./ Un inesperado estallido de religiosidad y política/ deforma el sentido de la consideración si estoy en lo cierto.” Con un tono no pocas veces dramático, las visiones nos revelan profecías y a la vez, como en Hölderlin y Eliot, incertidumbres: “Ellos ocultaban sus vidas en mi vida, queriendo construir con amor/ una religión y su mar de cielos vivos./ ¡Dónde están los Dioses! -gritaban, y no hacían sino rasgar las piedras”. Quizá donde el poeta encuentra su dominio, su certeza, a partir de la duda y lo inconcluso de su hechura, es solamente en el lenguaje, su única fe: “La gravedad del insomnio me lleva/ a una excitación de la muerte, a otra habladuría en el jardín/ como escritura irresuelta.// La bienvenida nos volvió a juntar y obtuviste tu fortuna./ Yo me quedé dándole sentido a lo que te di/ desde ese primer desplazamiento donde importaba sobrevivir/ no a esa forma del extranjero forzando cada palabra de su poder ilusorio/ y haciendo de la convivencia bella matancera,/ sino a la manera de los que buscan otro país.” Y es que el poeta habla a través de las grietas de la historia, traslada sus visiones desde el caos hacia una nueva belleza: su lenguaje habla desde un más allá, un porvenir, que conduce al antiguo lenguaje del presente hacia esa claridad donde el poeta ya no está (lejos del “poder ilusorio”, dice Gómez Migliaro). Moridor puede ser, en ese sentido, no necesariamente el fin, sino el último rito purificador de la lengua y del espíritu que nos queda. Un arcaico rito que es a la vez un nacimiento; ¿qué es sino lo que hace la poesía y los poetas a lo largo de los siglos?




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