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portada-bordes.jpg Bordes Trashumantes
De Jeremías Marquines.
Instituto Sonorense de Cultura, 2008





 

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I

Quizá regreses, quizá no vuelvas nunca.
Preguntas con tus ojos si afuera está
lloviendo porque te falta el aire.

Tus ojos igual a dos charcos pequeñitos
donde espero junto a migrantes afligidos
la incandescencia del alba.

Preguntas si ya comió el gato que
sueña tiburones abajo de la mesa.

Sospechas del viento que conversa con bestias
milenarias en los derruidos andenes de tu pecho.
Te incomoda el silencio de la respiración
que envía señales erráticas a tus labios.

Preguntas si ya comió el gato.

Afuera el día se quita su escafandra.
Avanza por un sendero de magnolias igual a una
muchacha desnuda que entrega besos azules a las aves.
No olvido que estás en esa balsa de sabanas blancas
que difícilmente haces flotar con tus manos.

No olvido que tu cuerpo es un pétalo volando.

Tu cuerpo, que un día fue ciruelo bautizado
contra el viento en el agua feliz de Dios.

No olvido tus manos en la pequeña estufa
donde dejaron de brillar tus ojos, igual que
una playa sola.

Tus manos como una pared desnuda que
me han sacado al mundo en una pérgola
de hojas de plátano junto a un río que pide
a Las Gaviotas una lápida decente.

Preguntas si ya comió el gato.

Ves a tu hijo arreglándose para irse
a tomar una fotografía.
Afuera deben estar los otros.
Sé que quieren venir pero no pueden.

Pienso que aún podemos salir a buscar
reliquias paganas y comer fruta a los
pies de un ídolo desnudo.

Como siempre, tu irás al frente de la expedición y
me enseñarás los nombres secretos de las plantas.

Pero no se puede orar entre cortinas verdes,
y ya no quiero comenzar todo de nuevo.

Preguntas si ya comió el gato.

Afuera los niños deben estar saliendo de
la escuela. El grito de los vendedores de
paletas, la risa sobre la hierba. Los coches
mirándose enojados.

En días como hoy extraño el olor del río.

Me siento en esta silla a escuchar tu corazón.
A ver pasar un viejo tranvía por tus venas.
A ver en la vida el centelleo de una ola y
preguntar de nuevo si ya comió el gato.


II


Madre, en Altar me pusieron ojos de coyote
atados con cáñamo nuevo.
Centellean como un arroyo pedregoso en medio
de platanares que nadie sabe cuando han muerto.

Debo responder que no sé, mis ojos de coyote
no hablan en voz alta; se bambolean tranquilos
en una palangana donde algún día
cantaron las ranas en tiempo de seca.

Sólo ven las blancas mesas de la tarde.
El paso de las trocas como una página ciega,
el ir y venir de migraciones despeinadas
que se esfuman al cruzar un río.

En Altar, el amor, no es tan resistente.

Hay días que se abrazan
a los árboles de la plaza
como niños pequeños.

Hay días que nos separan un poco
y no sabemos a donde nos llevan.

Hay días que se hospedan para siempre
en habitaciones mixtas de tres dólares.

En Altar, madre, nos detuvimos un poco
y tengo que regresar a despedirme.

Los días nos separan como a cualquier
otro que aquí, no tiene nada.

III


Nos detuvimos un poco en Altar de los coyotes.
Así dejamos libres las trocas al amanecer.

El puño del sol se bambolea pesadamente.
Muy contentos le sonreímos a los arbustos,
a las piedras que también buscan ser felices.

El sol es risueño porque tiene trabajo.

Yo soy carpintero y construyo casas
con mis manos de madera sin pintar,
con mis manos con aliento de ron.

Pero aquí no hay nada para mi, sólo el
hambre como un Dios a la intemperie.

El tole-tole que nos mantiene vivos
llevándonos donde las reses fantasmales
del ardiente son sacrificadas.

El sol es risueño porque tiene trabajo.
Yo soy carpintero y construyo casas.

A veces también mordisqueo helechos que
crecen en las cercanías tu sexo donde dejo
la herida de mis besos, mi avidez
de ave renegada.

El agua de tu sexo me mantiene vivo.

Arriba el sol puede ser una canoa de
cedros balbuceantes,
un hacha de sílabas
que enseña sus retoños,
un asterisco que muere borracho;
pero aquí no hay nada para mi.
Soy carpintero y construyo casas.




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