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portada-moridor.jpg Moridor
Willy Gomez Migliaro
Pakarina Ediciones, Lima 2010


 

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ME llegué a la ciudad con el frío de las mañanas de viaje para ver los colores de las casas: la lentitud del rosa ensombrecido de sus fachadas, la luz blanca o dorada de las plazas vacías tras la lluvia, en la tarde. Buscaba mi lugar, perseguía un texto que había perdido (leído) en algún sitio. Anduve hasta el muelle. Lloviznaba. Y, allí, solo, en el muelle sin nadie, recordé en voz alta el comienzo de la Oda Marítima.

(De La ciudad blanca)
 



NO SÉ SI DIGA que el poema existe en la línea de sombra, en el rumor de límites que la imagen convoca y allí aguarda, incierto todavía, una mano de nieve que acierte en su lectura, que descifre su voz, que nos lo acerque y lo haga necesario, inútil como un dios, en la memoria.

 



CONFORME A LA COSTUMBRE
antigua de su oficio,
las palabras anuncian
el drama lentamente.
Ocupan los objetos
y enseguida los niegan.
Se dan al desamparo
de los nombres perdiendo
el tiempo si fabulan
historias que no existen.
No es casual que a veces
procuren el poema,
la vigilia, la muerte,
la idea de la rosa.


(De Siquiera este refugio)
 



La nieve


sólo una vez viste la nieve
el blanco de la nieve su fulgor

una mañana juntos
en el umbral de casa
vino a posarse en las aceras

qué era ese frío
qué anunciaba

ya vestías de negro
y apareció la nieve
y te cegó los ojos

(yo había estado leyendo
entrada ya la noche
    al chileno
Nicanor Parra
quien cuenta en un poema



que el joven Pushkin
poco antes de morir
asesinado
en las afueras de San Petersburgo
nos dejó la semilla
enterrada en lo blanco
de las palabras con las que el poeta
se despedía de la vida

Empieza
          a
        caer
                    otro
                    poco
                de
                     nieve )

enmudeciste

entre el azul y el blanco de ese día
en la mañana
sólo el negro de tu ropa ahí
en medio de la calle

apenas si podías inclinarte
para tocar la nieve



desconocías el secreto
de tanta luz agolpada en tu puerta

no sentías el frío
bajo tus pies sólo el crujir del blanco
su transparencia

eras feliz

me tomaste la mano sonriendo
de vuelta a casa

y tu mirada ardió tan luminosa
que hizo brotar de nuevo la semilla
la sangre
las palabras de Pushkin
cubiertas por la nieve



(De La semilla en la nieve)





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