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Eduardo Chirinos*
(Perú, 1960)


Las palabras del mundo

Los filamentos de aire, allí donde hubo
un mínimo grosor de materia, se nutren
de palabras. Y se apoderan poco a poco
del mundo. La mirada parpadea, secciona
confusas imágenes que van al cerebro
y preguntan por un nombre. El cerebro,
ya se sabe, es un órgano aburrido. Tarda
unos segundos y contesta afirmativa
o negativamente. Entonces el proceso
vuelve a repetirse, pero en sentido inverso.
Hay quienes consultan diccionarios,
quienes prefieren preguntarle a Dios,
los que interrogan la luz y pasan días,
meses, años royendo los huesos de un
idioma que ha olvidado la carne. Hay,
por último, los que apagan la luz y se
sientan a esperar. Es cuestión de paciencia.
Ellas llegan siempre para rogarnos un sitio.
Llegan para pedirnos perdón.



Una historia que contar

Todo aquello que el poema quiere decir
debe ser ocultado. Oscurecido, sin más,
por el lenguaje. Si te detienes a mirar
verás el vértigo golpeando y golpeando
tus sienes. Escribo «ver» y no «sentir».
No se trata de sentir. Las palabras son
oscuras y nada significan, salvo su espesor
fonético, su fervor rítmico. Su opacidad
las salva del significado. Les devuelve
una vida que vivir, una emergencia.
Pero, ¿de dónde emergen las palabras?,
¿del delirio etimológico?, ¿de una cárcel
de luz en busca de tinieblas?, ¿acaso
del dolor que desprecia la gramática?
Lo sabemos y preferimos olvidarlo:
el dolor es la materia de la que están
hechos los poemas. Su decisivo y débil
contacto con el ojo, su imán agradecido.
Es cuestión de temperatura. Temperatura 
y tono. Y tal vez una historia que contar.
Aunque finalmente debamos ocultarla.



La salud de los poemas

«La salud es el silencio de los órganos»,
dicen los tratados médicos. Su sabiduría
contempla en el dolor un lenguaje, un
cuerpo vivo que se queja y sufre. Todos
tenemos una oscura cicatriz que disimula
un viejo y renovado dolor. Sé de jóvenes
que se hieren a propósito. Hartos del
silencio se queman, se mutilan, se hacen
incisiones. Es su modo de estar vivos,
de recuperar el tono de su cuerpo, de
sentirlo suyo y escucharlo alguna vez
hablar. Mientras veía fotos de esos jóvenes
pensaba en los poemas. En su modo tan
cruel de hacernos recordar que son lenguaje.
Un cuerpo lleno de incisiones, cortes,
quemaduras, donde siempre hay alguien
que nos habla. Aunque se quede callado.



* Estos poemas recibieron el Premio Generación del 27, 2009.