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Álvaro Valverde
(Plasencia, España 1959)


Música, Zoki

Para Francisco Javier Irazoki


Mientras nieva en París y estás sentado
de espaldas a la luz, en la butaca
pegada al ventanal y, como sueles,
pelas con la navaja una manzana
y escuchas las canciones de Traoré,
uno, solo, en silencio, mira el cielo
que amanece despacio, con cautela,
en la ciudad murada donde vivo.
Tus calles, sin embargo, las que esperan
tus pasos de flâneur, las que paseas
coleccionando, humilde, los asombros,
conducen a un lugar muy parecido
al que me llevan las que aquí recorro.
Cualquier ciudad –inagotable, transparente-
es por definición un laberinto.
Siempre la misma y siempre diferente;
cambiante como una obra de Bach.
Lo mismo el paraíso que el infierno.
La del jazz torturado, por ejemplo,
del saxo de Coltrane. El de los gritos
que dan al subterráneo. O el de Miles Davis,
al borde casi siempre de otro abismo.
Ya luego, en el café, cuando la tarde
no dore el exterior sino la estancia,
observando a la gente apresurada
que vuelve del trabajo, oirás la música
callada de Desprez y así la noche
no te será tan grave, ni la vida
esa suma de dudas que sucede después.

 

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