.....................................................................

portada-voz.jpg Una voz que nos dejó el exilio
Francisco Magaña
Ediciones Sin Nombre
México, 2010

  Por María Baranda

.....................................................................
alba   alba   alba

Francisco Magaña dice alba para comenzar el poema y se abre el día, el momento en que la luz irrumpe, rompe la noche, parten las sombras, se alumbran las imágenes, el poeta, entonces, va poema adentro: cava. Sustrae su terrón de tierra y dice. Estamos, lo sabemos, ante una escritura, un ir adentro de lo que se escribe, se invoca, se piensa para poder encontrar cierta piedad en las palabras. Decir para vivir, nombrar para pertenecer, escribir para inventar un diálogo que se teja y desteja entre las sílabas y los acentos. Cada signo como un instante, como señal para tocar el tiempo. Tiempo que no está, que no fue y que no aparecerá en el libro:

Todo el tiempo es recuerdo. Todo el tiempo la gracia
donde pastan sus fauces
los martirios. El tiempo es uno y la memoria la suma
de los vacíos en el reflejo
de los designios…

Estamos ante un despliegue del pensamiento, donde quien escribe, vive y padece su condición de poeta. De allí su contienda con cualquier situación que enfrente: la muerte, el dolor, el enamoramiento. Todo es “decible” en su escritura.

Mi hijo golpea con una cuchara, y sin clemencia, una olla, mientras yo trato de escribir…

Lo que descubre el poeta lo va a develar como parte de un “saber” humano, un “estar en los otros”, a manera de espejo y referente, lo que le sirve para transferir su condena, para entablar un diálogo que signifique evolución o desenvolvimiento de su escritura. Condena, dije, para subrayar su calidad de exiliado, de escritor que mira los abismos. Porque la suya es una poesía a la orilla del discurso, adentrada en sus propios fragmentos.

Pareciera que Magaña está ahí como un testigo, como si fuera un observador del mundo y el mundo, entonces, fuera su materia, su comienzo y principio, lo suyo. La poesía de Francisco, ya desde libros anteriores como en Antorchas o en Corazón de pies cansados, da noticia de este sumergimiento texto adentro, de esta escritura que es una propuesta de lo que podría ser el devenir de un poema que se prefigura en un afuera abierto, un nombrar las cosas para que sea el lector quien libre su propio juicio en su lectura:

Dijo que no.

Como quien dice aurora o mediodía
y es fecundo el aire que lo alienta.

Dijo que un golpe
–que un golpe fue de olvido en la memoria.

La insistencia, no obstante.

Para decir todo comienza
            en el párpado abril de madrugada
            en los ojos de ayer
            en la música nostalgia
            y en el asombro de mirar sin ser mirada.

Dijo que no.

Que acaso un milagro –pero quién sabe.

Para Magaña, exiliarse es hablar desde el otro, ya sea desde un poema, como en la sección titulada Por Islandia, o desde una cita, como lo hace en la penúltima parte del libro llamada Transgresiones, en donde “los otros” son su razón vital de escritura, su sitio posible desde el cual poder traspasar, o más bien, transgredir el discurso poético, de ahí que presente como “voces posibles” a Safo, Alceo, Semónides y Solón. Elegir el otro extremo, las otras voces, tal y como él lo hace, es establecer una fractura, un rompimiento con el orden poético para desde ahí buscar la fidelidad al texto en su esencia e intimidad. Cada momento, entonces, se vuelve circunstancia, rendija al universo, plataforma de observación para los ojos de alguien más allá del poeta y que ahora, en estas páginas, se vuelve parte de nosotros, de nuestra lectura.

Una invocación abre el libro y otra más lo cierra, como si fuera un elogio simétrico al día y sus sombras, a la vida y su memoria. No hay historia, no puede haberla, su intención es otra: la discursividad fragmentaria. En este sentido el poema empieza en cada página, la historia se reconstruye a través de un juego de máscaras. La celebración está en el lenguaje y su significado en el vínculo que se establece de una sección a la otra. Al final, el lector queda con la idea de que el poema es un espacio vital donde ocurre la desconstrucción del sentido y donde lo que queda es la restauración del recuerdo, como si fuera el habla del poeta. Esta manera de decir o de viajar por el texto no deja de ejercer en nosotros una suerte de atracción por completar lo que no está, lo que no se devela al lector, pero cuya propuesta se despliega como un ritual ante el poema. Así, en este libro, el fuera y el adentro, se convierten en una misma sustancia: una manera de leer entre líneas al que se fue y nos dejó, asombrados, ante este diálogo de voces como en una conversación con los difuntos.

 




Leer poemas...


{moscomment}