¿A dónde fue el ciempiés?
Coral Bracho, Ilustraciones de Rafael Barajas, El Fisgón,
ERA, México,  2007 

 

 

 

 

Por Juana Inés Dehesa

El argumento de este poema largo puede resumirse así: cuando el ciempiés se va, las pulgas le dan vuelo a la hilacha. Sin más preámbulos, la poeta Coral Bracho abre su texto in medias res, sin sentir que necesita explicar ni situar nada: lo que importa ahora es que el ciempiés se fue y es momento de jugar. (Bien a bien, ¿por qué las pulgas obedecen ciegamente al ciempiés y sólo se sienten libres de echar piruetas y saltos mortales cuando éste no está?, ¿qué papel juega el narrador —que desde la portada nos observa con sarakoff y cara de susto— en la vida de las pulgas?, ¿qué pitos tocan junto a las pulgas las cebras y los leones?) La autora, sin miedo ni titubeos, toma a su lector y lo sienta en la primera fila para que comience la función.

Con intención utilizo esta imagen del espectador, pues en este libro se mira doblemente, a través de las imágenes, desde luego, pero también a través de las palabras; del texto. Pues, ¿qué hace uno sino mirar, con la boca abierta y los ojos desorbitados, cómo las pulgas van y vienen? Al igual que el narrador (¿cazador, domador?) que, con un exótico catalejo, la boca en forma de O y los ojos de susto que lo caracterizarán durante todo el libro, permite anticipar desde la portada lo que nos espera, así el lector-espectador no hace sino seguir con los ojos, durante más de treinta páginas, las correrías y saltos de una pulga disfrazada de hada y la otra con capa y sombrerito emplumado a la Robin Hood.

Cri-Crí lo sabía bien: la musicalidad y el movimiento se llevan, se valsean y se acompañan. En el poema caben la lluvia, las canicas que bajan por la escalera y los animalitos que van hacia la escuela. Así, las circenses pulgas de Coral Bracho son puntuadas por la rima y la sonoridad, si bien éstas de repente se sienten un poco forzadas o con ‘acabado rústico’, todo hay que decirlo. Sin embargo, en la mayoría de las estrofas está admirablemente bien lograda la tensión entre la angustia del narrador a cuyo cargo está la seguridad de las pulgas (aunque nunca se explique la posible consecuencia de sus faltas, el narrador siempre está nervioso) y la despreocupación con la que éstas se columpian y se arriesgan: “¡Vengan acá! ¡Bájense ya!’ / Y antes que contestaran / vi cómo el trampolín se alzó. / ¡Y ellas ahí trepadas!”

Esta ansiedad del narrador se comprende todavía más cuando se contemplan las imágenes: como en cualquier libro ilustrado que se respete, en éste las ilustraciones acentúan las palabras: ¿que el par de pulgas se subieron a un trampolín, dice el verso?, pues no sólo eso, se subieron a un trampolín ¡que se salió de la Tierra y llegó al espacio!, ¡y luego bajaron por una rampa larga, larga, llena de curvas, otra vez hasta donde estaba el sufriente narrador! El ilustrador debe ser el más preciso y puntilloso lector de un texto, y en ese sentido es invaluable el trabajo de El Fisgón, que cuenta en su haber con decenas de libros infantiles, entre ellos el best-seller de la literatura infantil mexicana, La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa, publicado por el Fondo de Cultura Económica.

Quien quiera saber cómo tiene que ser la peor señora del mundo, que se asome a la de El Fisgón y se podrá dar una idea. El Fisgón, pues, pudo adivinar desde dónde se admiran mejor las pulgas, qué tan altos debían ser sus brincos y cómo lo que se veía con palabras podía aderezarse para verse mejor en la imagen.

¿A dónde fue el ciempiés? (en el que por cierto, nunca se contesta a dónde fue el ciempiés, y ni falta que hace) es un poema que juega, que brinca, que rompe límites. Es un poema que sirve a manera de palmadita tranquilizadora en la espalda de los jóvenes lectores; que dice: no toda la poesía trata sobre el amor o está llena de palabras domingueras, hay poemas chistosos que hablan de pulgas que echan marometas, y no traicionan a su género, antes bien, lo glorifican.


 

 

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