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portada-la-ola-fabio-morabi.jpg La ola que regresa
Fabio Morábito
FCE
México, 2006









 

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¿Quién escribe en los muros?
¿Quién inventa los chistes?
¿Quién sella los refranes?

Es un puro regalo
que todos nos hacemos
esa escritura nómada,

anónima, interior,
que todos entendemos.
Una ciudad sin ella

no es nada, está bien muerta,
el exterior la come, 
ya no se vive a sí,
ya no es capaz de un nombre.


 

De Lotes baldíos




4


¿Por qué te abandonaron
perfectamente liso
y sin pena ni gloria?

Dan ganas de ponerte 
un nombre, alguna marca,
muro solo. Por fin,

la casa no se hizo.
¿Qué se acabó primero,
el amor, los ladrillos?

Eres como la página
arrancada de un libro,
como la mueca rígida
en la mueca de un loco.



Ajusco

Vaca, cuánta tristeza
en tus ojos ahora
que es lunes y el campo
es más inmenso y solo y
en torno a ti pululan
platos de cartón sucios
y latas de cerveza.

Pedazos de destierro
y calma se amontonan
en tu figura, vaca.
Miras alrededor
de ti, luego te agachas
hurgando en la basura
como un enorme perro.

Los restos de fogatas
parecen dentelladas
tuyas, no de hombres
que incineran en ellas
antes de irse, último
rito de cohesión, vasos
de plástico y botellas.

La niebla cubre el cerro
y te rodea como
el mar a un promontorio,
y todo calla cuando
tu amplia maternidad,
de pronto, reclama entre
la bruma a tu becerro.



Oigo los coches

En la mañana oigo los coches
que no pueden
arrancar.
A lo mejor, entre los árboles,
hay pájaros así,
que tardan en lanzarse
al diario vuelo,
y algunos nunca lo consiguen.
Me alegro cuando un auto,
enfriado por la noche,
recuerda al fin la combustión
y prende sus circuitos.
Qué hermoso es el ruido
del motor,
la realidad vuelta a su cauce.
¿Cómo le harán los pájaros
para saber en qué momento,
si se echan a volar,
no corren ya peligro?
¿Qué nervio de su vuelo
les avisa
que son de nuevo libres
entre las frondas de los árboles?

 

De De lunes todo el año




Los columpios

Los columpios no son noticia,
son simples como un hueso
o como un horizonte,
funcionan con un cuerpo
y su manutención estriba
en una mano de pintura
cada tanto,
cada generación los pinta
de un color distinto
(para realzar su infancia)
pero los deja como son,
no se investigan nuevas formas
de columpios,
no hay competencias de columpios,
no se dan clases de columpio,
nadie se roba los columpios,
la radio no transmite rechinidos
de columpios,
cada generación los pinta
de un color distinto
para acordarse de ellos,
ellos que inician a los niños
en los paréntesis,
en la melancolía,
en la inutilidad de los esfuerzos
para ser distintos,
donde los niños queman
sus reservas de imposible,
sus últimas metamorfosis,
hasta que un día, sin una gota
de humedad, se bajan
del columpio
hacia sí mismos,
hacia su nombre propio
y verdadero, hacia
su muerte todavía lejana.



¿Por qué si digo pájaro
me enciendo
y cuando digo ave me intimido?
Digo pájaros y pienso
en vuelos cortos,
no en migraciones,
en los esfuerzos para hacer un nido;
digo pájaro y me embosco,
me enarbolo
y me ensombrezco,
y al decir ave me remonto,
pierdo la sombra y subo,
subo,
y sólo la curvatura de la tierra,
que no siento,
corrige
este elevarme sin descanso, traduciendo
el ave que hay en mí en un pájaro
que busca, en otro clima, un árbol.

 

De Alguien de lava





Se elige el agua
que se quiere hervir, se abre la llave y se observa.
Cuando aparece el agua que se busca,
se pone el recipiente abajo de la llave,
se llena al gusto, después se lleva el agua a calentar,
se abre la llave de la estufa, sale la llama y se observa
hasta que aparezca el fuego que se busca.

 




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