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portada-munecos.jpg Los muñecos diabólicos de mi caja de pájaros
Marian Raméntol
Visor, Madrid, 2010

 

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Con mi cesta repleta de adjetivos

Hace frio, o frío,
los acentos a veces no representan el clima,
aunque tiriten
al ver cómo mueren estos floreros
de aguas infectadas de noche y malos augurios.

Me escapo muchas veces a remo
por la yugular de mis otras vidas
y en cada ataque mis brazos extendidos
rozan los cementerios de miles
de pulmones abiertos en marejadas de aceite.

Cerremos bien las metáforas
¡cerrémoslas!
como lo hacemos con los ojos cuando matamos,
a cada remada,
el corazón obtiene su carné de náufrago
sobre acantilados telefónicos,
con prioridad alta en muros arquitectónicos
que se burlan de la minusvalía de la palabra
en bandejas de entrada personalizadas,
y que son inseparables
de los guardias anti-spam
que en nombre de nuestra seguridad
reducen la expresión
a iconos de papeleras desechables.

Y yo insisto,
con mi cesta repleta de adjetivos
en proclamar a tumba abierta
que somos los hijos desahuciados
de un Dios borracho de infierno y tempestades
hinchado como el vientre de un ahogado
y me desintegro inevitablemente.



Los ojos se me escapan para adentro

Llevo un doble universo a las espaldas,
un ángel sin usar
con las alas todavía envueltas
en un paisaje de cigarrillos y conservas
de teclas a la pimienta.

Me tocó en una feria
un vientre afilado
donde sólo cabe un corazón,
y un juego de cuchillos
en la mirada de una luna en mal estado.

Los ojos se me escapan para adentro,
ciegos, ciegos,
entre algodones de inquina y disolvente
mientras voy mascando chicles de abandono,
y me conformo
con la vergüenza de aves anoréxicas
sobrevolando el asfalto del cielo
y mi melena de tiras de papel.



Los potes de humo que usamos en el infierno

Todos somos ladrones de naranjas e impaciencias.

Algunos
destilamos chorros de tardes
en la pausa de los árboles
otros, saltos de agua desconfiada
como aves que emigran hacia emociones distintas.

Pero todos volamos prisioneros
de la nariz roja de un payaso de papel
frágil y sin plomada
con la risa a merced de canciones de viento,
rituales moviéndose como el fuego joven
azulado y sin saber reír.

El miedo nos hincha los bolsillos.

Con los morros pegados a una verja
miramos cómo el cielo escupe globos de colores
y nos sentimos turistas
en medio de una fiesta
repleta de pelucas coloradas
y demonios de plástico.

La depresión de los maniquís
no es una coincidencia
las ruedas de los coches tienen hambre
y molares afilados en sus ejes.

Espero ser valiente.

Cuando ya no queden fusibles
que reventar en mi sesera
pondré sobre el vientre de la madrugada
los potes de humo que usamos en el infierno
y esperaré detrás de los armarios
junto a todos mis espejos
a que se convoque el aquelarre
y triunfen los violines de hojalata
encargados de peinar a la luna en el exilio.

 




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