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portada-lenguaje.jpg Antología crítica de la poesía del lenguaje
Enrique Mallén
Aldus-Conaculta
México, 2009

 

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Carlos Germán Belli


¿Alquimia o química?


Arriba allá en los altos
de la farmacia frente al Mar del Sur,
exactamente allí donde aparece
la primera luz entre las tinieblas,
como el fulgor supremo de la aurora,
que en tal punto la vida
surge en conjunción con la panacea
oculta en la sagrada arca de abajo,
y desde allí se elevan
los efluvios del buen vivir terreno
para recibir al recién nacido
como si fuera en fecha inolvidable.

En los alrededores
de la cuna se yergue hacia los cielos
el botiquín, que es la inextinguible arca
en donde se conserva enteramente
la quintaesencia opuesta a lo mortal,
semilla que se anida
en el cuerpo y el alma promisorios,
tornándose cual firmes partes de Atlas,
que así el niño novísimo
al cabo de mil años aparece
en el valle de Josafat lozano
e inmortal merced al botiquín sumo.

Mas previamente ocurre
un impar episodio irreparable
cuando Eva madre ante su primogénito
trémula se arrodilla humildemente
para implorarle que opte por la química
en lugar de la alquimia,
justo en la vida adulta en cierne ya,
pues quiere un racional oficio
que entre el cielo y el suelo
y en medio de los reinos naturales
lo preserve por siempre dentro y fuera
en la ardua fase de la edad humana.

La voluntad materna
se inclina por la química precisa
que directa escudriña las moléculas,
las de uno y las del mundo por igual,
y entonces asumirla plenamente
es un primordial hecho
según lo sabe la progenitora,
quien sólo quiere que el amado ser
pase muy bien sus días
tras el escudo de la altiva ciencia
que hace que sus discípulos remuevan
de arriba abajo el mundo sublunar.

No la química, no,
que el hijo soñador y primogénito
de ella se siente extraño de inmediato,
prefiriendo abrazar la alquimia sabia
hasta su postrimera hora en el suelo,
que es mejor cavilar
en la hechura del oro poderoso
y de la panacea sacrosanta,
cosas apetecidas
por encima de todo en el vivir,
que ambas óptimamente se coronan
en el misterio espiritual y físico.

Ahora sí helo aquí
al fiel adepto andando desalado
para enlazar las íntimas palabras,
como si cada cual similar fuera
al metal refulgente y al elíxir;
que en pura verdad él
resulta un punto cuan incandescente
entre el ártico polo y el antartico
por haber en su pecho
un horno eternamente inapagable
donde el rescoldo aviva al infinito
la boda de la pluma y de la letra.




Gerardo Deniz


Trío


La bota de-siete-leguas se detuvo
con una violenta sacudida
en el centro de gravedad de la Plaza de Armas.
Descendieron en orden canónico
y contemplaron largamente alrededor.
—Aqua clara —dijo al fin Baltasar.
—Clarum coelum —añadió Gaspar—, bona térra.
—Bona gens —remató Melchor, tras de reflexionar unos instantes,
dedo en la sien.
Intercambiaron miradas entre ellos y de pronto se echaron a reír como tres locos.
Con las carcajadas, al viejo le entró la tos y casi se nos asfixia.
Le asestaron puñetazos en la espalda y, por último,
lagrimando, se limpiaron ojos y lentes con pañuelos
no sin sufrir aún breves accesos de risa boba.
La comisión, que enarbolaba una bandera blanca
y se había detenido dudando cómo proceder,
reanudó el paso hacia ellos.

La Casa de la Cultura fue adaptada para hospedarlos.
A Gaspar le tocó una indescriptible hurí
(más padmini que chitrini, justo es reconocer);

A Baltasar, tres malmiñatas, púberas el mes próximo, sobre un tapiz de 16 m2.
Melchor optó por un efebo. Le trajeron el catálogo
—masseur, boxeur, danseur— pero el buen señor
(en realidad nunca había cultivado tales hábitos, quiso hacerse interesante)
se quedó dormido con el dedo entre dos páginas,
en un sillón de cuero, en el vestíbulo.

Sometidos a entrevista expusieron su propósito
de radicarse en alguna población con clima clemente
a fin de abrir una juguetería de autoservicio.
Confesaron renuencia, Melchor sobre todo, a viajar más
              en sus monturas tradicionales.
Están perfectamente desengañados del misterioso Oriente
—cercano y medio en especial, precisó el segundo.
Lo que más urge es la reedición, actualizada,
del libro de Ugo Monneret de Villard
—afirmó uno, y los otros asintieron con energía.
«Estos ilustres huéspedes inesperados
—informaba El Sol del Centro
—visitaron el teatro de la convención de 1914
y adquirieron un gallo de pelea.
Censuraron acremente los frescos del Palacio de Gobierno
(«qué cagada»)
                               y el veinticinco partieron.
No parecen advertir, o así lo fingen,
nuestra extrañeza al verlos en agosto.»




Coral Bracho


Una luciérnaga bajo la lengua


Te amo desde el sabor inquieto de la fermentación;
en la pulpa festiva. Insectos frescos, azules.
En el zumo reciente, vidriado y dúctil.
Grito que destila la luz:
por las grietas frutales;
bajo el agua musgosa que se adhiere a las sombras. Las
    papilas, las grutas.
En las tintas herbáceas, instilantes. Desde el tacto azorado.
    Brillo
que rezuma, agridulce: de los goces feraces,
de los juegos hendidos por la palpitación.
                                          Gozne
(Envuelto por el aura nocturna, por los ruidos violáceos,
acendrados, el niño, con la base mullida de su lengua
     expectante, toca,
desde esa tersa, insostenible, lubricidad —lirio sensitivo que
     se pliega a las rocas
si presiente el estigma, el ardor de la luz —la sustancia, la
     arista
vibrante y fina —en su pétalo absorto, distendido— [joya que palpita entreabierta;
ubres], el ácido
zumo blando [hielo], el marisma,
la savia tierna [cabala], el néctar
    de la luciérnaga.)
Vivo junto al hombre que amo;
en el lugar cambiante;
en el recinto que colman los siete vientos. A la orilla del
     mar.
Y su pasión rebasa en espesor a las olas.
Y su ternura vuelve diáfanos y entrañables los días.
     Alimento
de dioses son sus labios; sus brillos graves
y apacibles




Reynaldo Jiménez


Adivinanza


en la hora del desoculto impedimento y de la trémula
libación entre los tiempos que ajuntarse no volverán
sino en la otra mejilla de aquesta luna sin la cual
ojo no hay; en la hora

del repliegue punguista adonde fijan la escritura
devotos de una rumba que se asusta de tanto vigilar
nuentras contagia su raja el verano bajo las torres
o en los túneles mortales otros amores se humectan

y cuentan los tramados pasadizos con los dedos
del secuestro del instante adonde vamos de la mano
de esa cruda nodriza que bajo el vestido lleva
otro cuerpo que no viste; en la hora

cuya ingesta atraviesan sus inmóviles agudos
sobresaltos y a más ya no poder esa guadaña
rasura el juicio pero en vano desenvaina intimidad
con lo despierto a mordiscos giratorios

cuyo oráculo dispersa lo azul nonato del abismo;
en la hora mulata del revés cuando remonta
esta estela
o borra el papel que hace actor el acto y de su parte

al margen de la orilla dispara en la bandada
cuando abrir es aire del verbo o humor fluorescente
la hierba dios o gamo líquido vuelto aquí
náyade que los pies lava del ancestro

al que enciende vórtice del segundo
de deseo que cura del destino
porque vuelve; en pregones que preñan
apariencias en la hora

afilada abundancia del cruce de los hechos
con los ecos de las fallas en la roca con las rayas
que a la tigra me anillan y tatúan
sus pensares ávidos de una sola hora más

en este fulgir inútil
que una lengua de lagunas no dispensa
por no hallar bajo la mesa una respuesta
o una bombita a ser asida por un tiempo

futuro alrededor del foco que se agita
San Juan De Las Moscas
en la mera tempestad motor ante la mácula
sale del pendiente y rumia

su exilio de la próxima puerta en inscripciones
que imprecan tatuando de amenaza
a medias ser trampa que busca
una salida que falte a la memoria;

en la hora
del hambre más húmeda la pontífice luz me liba
librando la nuestra sangre en genitales cruces
en esta estepa que no harta porque nunca sacia

pampa del patrón trueno del estar sin retratarse
sin semejar sino la nube que al llamarse Nadie
se enmascara con ramas y plumas y despierta
en la hora

del cangrejo que hasta el junco retrae pruebo
el tempo del que nada y extraviando la nave
quemo con infinito celo estela del estar diosa
por el musgo orbitada en tu droga sin insidia

entra entra por fin a la circulación

 




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