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Reina María Rodríguez
(La Habana, 1952)



Avestruz

Su cuerpo rallado como el de la tortuga o pez
despliega y pliega
su amarillo inconstante.
Cual muñeco de resorte vencido
hace murumacas
y se esconde del frío.
Su cadera duele al avanzar
y la mano encalla contra el papel abismo
como única salvación
o independencia.
“¡Aquí me tiro a morir!”
La luz afuera engaña
como si quedara todavía algún vidrio,
algún vivir.
Pero no es cierto.
Sus huesos martillantes no soportan
la estructura que se desdobla sobre ella.
Campanillas se desprenden y no regresan más.
Rigidez y miedo si atraviesa la calle principal
por donde se ha ido
en un descuido
sin volver la cabeza.



Panes quemados

Silvia Platt


No es el horno para mi cabeza el tuyo:
es un horno al revés
donde el olor quema, mancha.
Viene del libro, de los colores del otoño,
de la velada y cruel fantasía que busco aún
sin hallar.
Panes que fueron delirios, ahora consuelos
¡achicharrándose!
Mezclados al carbón con incertidumbre
con la dulzura de una lengua insistente
en tu cabeza.

Tus panes y los míos agrios
sin dentelladas ya
y las manos sin blanduras que dar.



“En ciudades así…”

 

En ciudades así los edificios precisan de ese reflejo
como precisan de cimientos.
A.J.P
.

 

Él tomó trenes de Turín a Basilea
y en el tren dormita o escribe,
respira junto a un campesino que ronca y saluda.
Tras la ventanilla, las vacas mueven sus
      campanillas de metal
y pastan hojas de girasoles.
El conductor forcejea con unos inmigrantes sin tickets
(un reflejo que sobre los rieles no precisa de cimientos tampoco).
En Venecia la palabras reflejar
no precisa destellos.
Tras la ventanilla los colores tropicales se truecan
por colores del Renacimiento
y comprendo que busco
una ciudad que fije su reflejo
a mis cimientos.

 

 


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