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portada-una-antologia-argen.jpgUna antología de la poesía argentina (1970-2008)
Jorge Fondebrider
Lom Ediciones
Santiago de Chile, 2008.

Por Samuel Bossini

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En griego, la palabra antología tiene varias aceptaciones. Una de ellas es la de ramillete. La prefiero antes que a los vocablos seleccionar, agrupar, reunir. El termino ramillete nos aproxima más a la idea de gusto y en el gusto habitan la inteligencia y el capricho.

Una antología de la poesía argentina, así su título, ya da el paso para que el lector entienda que es una mirada de una determinada poesía (la que va de 1970 a 2008 en este caso). Una aproximación, un arrime, un ramillete.

La obra de ningún autor está completa. Es sabido. Por la sencilla razón que pasan años de su fallecimientos y continúan apareciendo textos, cartas, fotos, apuntes, anotaciones al margen, etc. Las antologías tampoco están completas. Algo falta. Algo de lo que debería “haber estado”, no está. Algo de lo que está no debería haber estado o no al menos tanto. Y esa mirada es la que hace a una antología tan particular. Perviven en el imaginero del lector los que no están como los que están.

La antología de Fondebrider no escapa a ello. Las voces se dejaron oír de inmediato y las aguas, de alguna manera, se dividieron para acoger opiniones. Ahora la pregunta es: ¿cómo construir un criterio que encierre el canon en una antología, en caso de que esa fuera una de las ambiciones del autor de la compilación? Las hay que se rehúsan al criterio y entran todos, como en las guías de teléfono, y más. Casi hay que pagar para no estar. En otras se usa un bisturí guardado por el antólogo en el cajón de sus lecturas y ese bisturí es el que va separando las partes una a una.

La publicación en el año 1935, de la conocida Antología de poesía chilena nueva de Eduardo Anguita y Volodia Teitelboim, los "preciosos ridículos" como los definió Alone, un crítico chileno de mucha influencia en la época, generó un escándalo de proporciones. En ella no sólo se incluyeron los dos jóvenes que la hicieron (Anguita y Teitelboim, con 19 años los dos), sino que no incluyeron a Gabriela Mistral y sí a un poeta ignoto por entonces y hoy todo un héroe entre los poetas extraños o mal llamados malditos: Luis Omar Cáceres, quien moriría con un solo libro publicado, Defensa del ídolo, y un poema en Vital, una revista de Huidobro. Por ello protestó Pablo de Rokha y dijo que los antologadores fueron mal influenciados por Huidobro, a quien se le dedicó gran parte de la antología, y que Cáceres no era nadie ni lo sería. Y la polémica, que se dirimió en los diarios a carta abierta, los enemistó de por vida, cargando cada uno un odio mayúsculo por el otro.

Eran tiempos en donde la literatura se discutía. Se luchaba por estilos, escuelas, movimientos. La Palabra dividía como esa daga dorada que no debe ser clavada en vano y que un tono equivocado podía hundir, a cada parte, en diferencias descomunales.

Hoy sólo nos quedan las antologías para discutir, para molestarnos, para ver quién está y quién no; aceptar o rechazar el criterio con que fue organizada, la cantidad de textos incluida de cada autor; leer el prólogo con una mira telescópica y, gracias al investigador, quien cargará con todos los palos, beber y sudar literatura y la vida que la literatura nos regala, por algún tiempo.

Para las décadas futuras esas discusiones quedarán en el anecdotario. Lo que sí quedará es el paneo de un ciclo en la literatura. Quedarán más claras las limitaciones, las obsesiones, las riquezas. Vendrán los estudiosos y alzarán a nuevos autores a los cuales sólo en su momento, se les incluyó un poema, un cuento corto. El que no fue incluido, como le sucedió a Gabriela Mistral, causará sorpresa. El que fue incluido como un impensable –Luis Omar Cáceres–, causará sorpresa. Causará sorpresa la visión de lector del compilador. ¿Es posible un ajuste de cuentas en una antología? No es posible pensar tanto. Alguien que forja una antología desde el odio, las frustraciones personales y resentimientos ha fracasado de antemano.

Hacer una antología, por más sin colesterol que se la desee, cargará colesterol. No existe, aún queriendo, antologías inofensivas. Y recemos para que nunca las haya. Ya bastante escritor inofensivo ocupa lugar en los medios gráficos, radiales de nuestros países.

La Literatura y la poesía, en este caso, sin discusión, sin antología, languidece, se asola. Lo transmisible a las generaciones posteriores es el haber intentado, como el héroe griego, el ir hasta el fondo del mar a buscar su anillo y luego de una trabajosa tarea, salir triunfante con él. Toda antología honesta, más allá de nuestras diferencias, es un triunfo y una ofrenda que se debe agradecer. Un anillo que sale a la superficie.

Jorge Fondebrider trabajó en ello durante un buen tiempo. Una antología para ser leída por un público extranjero, así el texto introductorio de Fondebrider que abre la selección. Remarcar que la hizo sin incluirse en el trabajo final, siendo él poeta. No siempre ocurre y este acto de honestidad hay que señalarlo.

En su introducción, Fondebrider hace un recorrido desde Leopoldo Lugones y los modernistas, pasando por las vanguardias, la década del 40, lo que se da en llamar la segunda vanguardia, los años sesenta, setenta, ochenta, hasta el 2008. Cada parte es tratada en particular, y el lector se llevará una cabal geografía de cómo fueron transcurriendo las distintas corrientes poéticas. Sobre todo en la década del 80 donde tal vez, sin temor a equivocarme, la señalaría como la última época que se polemizó literatura, poesía en argentina. Donde los grupos reunidos alrededor de las revistas Xul, La Danza del Ratón, Último Reino y Diario de Poesía se cruzaban en una discusión de poéticas que sirvió para enriquecer y dar movimiento a la poesía. Sus protagonistas aún siguen siendo poetas y están en plena creación. Como el autor de Una antología de la poesía argentina.

La justificación aclara que Una antología de la poesía argentina está compilada para extranjeros. En este caso, Chile. Sin duda esto presenta alguna contradicción. Extranjeros en el mundo de la poesía somos todos y ninguno. Extranjero como el Otro tampoco definiría o aclararía. Una antología de la poesía argentina de Jorge Fondebrider está hecha para lectores de poesía, no sólo para escritores. Extranjero podría ser usado en poesía como todo aquel que no tiene sensibilidad para la poesía. No sería el caso de quien tenga en sus manos la antología que nos ocupa.

El Otro en poesía es uno de los temas insigne. Presentado en ocasiones como un fantasma, en otras como un reflejo; inclusive como un alter ego o una presencia que no queda bien definida y que se busca dilucidar. En el presente trabajo de Fondebrider las cosas están claras y puestas dentro del contexto que corresponden. Por ello el Otro es alguien que no puede ser extranjero.

Ya en tema, el antologador sitúa el inicio de la poesía moderna en Argentina con Leopoldo Lugones. Es algo en general aceptado. Pero también se podría fijar ese inicio con la llegada de Rubén Darío a la Argentina. Lugones tenía una fuerte influencia del nicaragüense. Darío al darle un nuevo aliento a la lengua castellana, genera un antes y un después en la literatura. Lugones sería su mejor eco en nuestras tierras.

En la siguiente entrevista, Fondebrider nos irá aclarando algunos puntos de su antología, que publicó la Editorial Lom.




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