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portada-haikudo.jpgHaiku-dô. El haiku como camino espiritual
Selección, traducción y comentarios de Vicente Haya con la colaboración de Akiko Yamada
Editorial Kairós
Barcelona, 2007.

Por María José Ramírez Herrera

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“Traducir haikus es un ejercicio de humildad”, nos dice Vicente Haya, autor de nueve libros sobre una de las manifestaciones poéticas más antiguas de Japón. Consciente de la imposibilidad de agotar en una todas sus distintas traducciones, Haya nos propone la lectura de cada haiku, acompañada de una breve disertación acerca de otros caminos, de otras posibilidades implicadas en las formas verbales japonesas. Conocedor de la cultura nipona, experto en la tradición del haiku, pero sobre todo, un sabio traductor que permite que la incertidumbre se filtre en las comisuras de la poesía, Vicente Haya no nos explica el significado de estos poemas, sino que nos brinda la oportunidad de experimentarlos con conocimiento de causa.

El haijin, autor de un haiku, vive un momento que lo conmociona y quiere dar testimonio de ello. Pero para lograr trasladar la profundidad de ese momento al papel, tiene que penetrar en el silencio ancestral de la naturaleza, sin rodeos, sin juegos verbales. Incluso él mismo debe desaparecer de la escena, porque no es él, sino el mundo fuera de él lo que quiere que veamos. El haiku hace evidente esa frontera en la que el lenguaje aguarda de un lado, y aquello a lo que quiere nombrar se encuentra en bruto del lado opuesto, con su complejidad y su simplicidad, con su belleza y su deformidad. El mundo es perfecto tal cual es, nos dice Haya, y el autor de un haiku lo sabe, por eso, como no sucede con otras formas poéticas japonesas, se abstendrá de preseleccionar los motivos que considere dignos de ser nombrados sólo por ser bellos. Todo es digno, pero se requiere de una voluntad y de un entrenamiento del yo para asimilar la realidad tal cual es.

Haiku-dô es un camino en el que todos (autor, traductor y lector) nos despojamos de nuestras cargas. Incluso el lenguaje encuentra en el haiku un espacio de reposo. No porque las palabras sean prescindibles, sino porque están al servicio de una visión que sólo alcanza su cometido a través de ellas, a través de la poesía, y este hecho reclama su transparencia. Participar de un haiku es participar de una reverencia, de un acto de humildad ante el mundo. Nosotros, acaso lectores sumidos en el mundo de la velocidad y el ruido, estamos invitados a ejercitar la rendición, a consumar la renuncia al deporte de los vistazos, dispuestos a aceptar que no hay respuestas, pero sí un universo que nos inclina a hacer preguntas.

En la crónica de la novena edición de Cinco poetas en otoño, lecturas de poesía realizadas en octubre y noviembre de 2009 en Albacete, España, y en las que participó el traductor de los 54 haikus contenidos en Haiku-dô, el poeta Arturo Tendero dice: “Vicente Haya se afana en enumerar todo lo que no es un haiku: «No sirve para comprender nada; no va por comprender cosas, sino por transformar cosas en ti. Si no ves la escena, el haiku es malo. Si no lo entiende un niño, el haiku es malo. No tiene doble sentido, tiene sentido simple. La ideología, el proselitismo y la filosofía corrompen el haiku».” Por eso no debe tomarse el subtítulo de esta colección de fotografías poéticas (El haiku como camino espiritual) como la panacea mística de los occidentales para penetrar en la “pureza” de la sacralidad oriental. El haiku, como Vicente Haya lo dice en algún lugar de este libro-camino, es el acto en el que un niño señala lo que ve, es la pausa necesaria para observar, sin pretensiones, inesperadamente. No es por ello un género menor, ni tampoco lo es porque pueda ser traducido, penetrado y practicado por una sensibilidad ajena a su origen. Es, sin duda, un género que exige un desprendimiento y una reconfiguración de presupuestos, como lo exige todo poema, en menor o mayor medida.

El camino espiritual al que invita Haiku-dô significa un nuevo diálogo con una tradición oriental de siglos que expande cada vez más sus terrenos. Vale la pena no sólo por la experiencia poética a la que invita, sino también porque forma parte de una reflexión en la que su autor lleva trabajando más de diez años y que replantea el acercamiento occidental a la poesía y al pensamiento japoneses. A través de estás páginas, Vicente Haya pone en duda aquello que pesamos que es y que significa el haiku, sin la soberbia del erudito que cree haber resuelto el enigma y sin reprocharnos nuestra ignorancia, más bien, con la paciencia del maestro que se sabe a sí mismo aprendiz.

Con un poco de esa humildad, como siempre que un poema se abre para nosotros, como las puertas de un templo para un aspirante a monje, diría Haya, aprehenderemos un poco de ese arte que es el haiku: silencio, contemplación, revelación. 



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