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Novedad de la patria de Ramón López Velarde
(fragmento)

Por Felipe Garrido


Si antes siempre ha cantado de sus sentimientos, “del íntimo decoro”, esta vez el poeta se ocupará de un asunto heroico. Hablará de la Patria. Lo hará con los versos que siempre ha usado, así como el correo chuan –los chuanes se rebelaron en Francia contra la Primera República a fines del XVIII –no llevaba el peso de los remos, inútil para el combate. Lo hará, de acuerdo con su idea de lo que es la Patria, en sordina, apagadamente: la Patria no es cuestión de batallas y proclamas políticas; la Patria es el paisaje que nos rodea, el barrio donde vivimos, las calles por las que vamos a la escuela y al trabajo, las memorias de los mayores, las mujeres y los hombres que vemos por la calle, las fiestas, las devociones, los sentimientos, los duelos y los amores. Patria la llevamos por dentro.

Al comenzar el primer acto, el poeta la describe: superficie de maíz, minas tan ricas como el palacio del rey de la baraja, cielo hecho del vuelo de las aves, la bendición del campo y la amenaza de la industria. Contrasta el ajetreo de capital con el sosiego de la provincia. Su territorio ha sido mutilado –por los Estados Unidos– pero, aun después de eso, la Patria, con su mirada de mestiza, todavía es tan grande que los trenes que van por ella parecen de juguete. El noviazgo entre adolescentes, los fuegos de artificio, el jarabe, el barro que suena a plata –porque así suena y porque la contiene cuando es alcancía–, las calles recién lavadas y olorosas a pan… la Patria se resume como “alacena y pajarera”: un armario lleno de dulces y una jaula llena de pájaros. Irrumpe el temporal. Se desgaja el trueno, que lanza piropos a la mujer, sana a los locos, resucita a los muertos y deja caer los beneficios de Dios sobre las tierras del cultivo. Bajo el aguacero, los esqueletos crujen en parejas y el poeta es testigo de lo que fue, lo que está por venir, y el momento en que escribe, “con su vientre de coco”.

Una mirada vuelta al pasado, al momento de fundación: el Intermedio dedicado a Cuauhtémoc. Su suplicio está cantado en la lengua del conquistador y la base de cenizas de sus plantas es una señal de victoria. De todos los infortunios, ninguno mayor que “haberte  desatado del pecho curvo de la emperatriz” –“Dios sabe que sin mujer no atino”, dice en otro lugar López Velarde.

poemas-novedad-de-la-patria.jpgRetorna el poeta, en el segundo acto, al recuento de la Patria, no vista en el mito, sino tangible como una pieza de pan: vale por las virtudes de su mujerío, es una niña retacada, se regocija con el humilde estreno de un rebozo, vive de milagro y tiene estatura de dedal o de niño, como el Palacio Nacional –que en ese tiempo tenía sólo dos pisos–. Del hambre y de la guerra la protege su primer santo, el de la higuera reverdecida. López Velarde quiere raptarla. Quiere reposar en sus entrañas, que no niegan un asilo al ave sepultada en una caja de cartón ni a esas otras aves “que hablan nuestro mismo idioma” –el país salía de diez años de lucha civil–. En los calores del estío, la Patria lo consuela con “frescuras de tinaja”, y en el frío lo arropa con sus “labios de rompope”, pero también con su “respiración azul de incienso” –siempre eso que el poeta llamó su dualidad funesta: la sensualidad de los labios y el rompope junto con la espiritualidad del incienso–. La Patria vive amenazada: quieren morir su ánima y su estilo. El poeta le da la clave para que sea dichosa: “sé siempre igual, fiel a tu espejo diario”; no dejes de ser lo que eres, no pierdas tu identidad. En “la carreta alegórica de paja” leo un final optimista, la promesa de una cosecha abundante.

Ahora viene el poema. Ya te lo dije, léelo en voz alta. Fíjate en la música y en la precisión de las palabras; en lo sorprendentes que son sus adjetivos. Y en los sorprendentes que es que sean no sólo sorprendentes, porque no son obra del capricho, sino exactos: definen con puntualidad lo que quiere decir. Llamar épica a la sordina, impecable y diamantina a la Patria, equilibrista al colibrí; decir que los pechos de las cantadoras empitonan la camisa…

Fíjate en los detalles: ¿no te encanta que el rebozo estrenado a las seis de la mañana lleve todavía las marcas de los dobleces con que salió de la tienda? Fíjate en sus imágenes. Cada estrofa es un cuadro. Debes verlas. Dice Benjamín Jarnés, el escritor español, que López Velarde “se complace en `hacer ver’mucho más que en `hacer oír´, sus poemas”.







Sobre Novedad en la patria

Ramón López Velarde (1888-1921) es un poeta que vivió un México de transiciones y reconstrucción, así también los movimientos artísticos y, en este caso la poesía, eran parte también de estos cambios. El libro Novedad de la patria es un libro pensado para jóvenes que se acerquen por primera vez a la vida y obra de Velarde. Gracias a los comentarios y acotaciones oportunas de Felipe Garrido, es como el lector puede acceder con mayor familiaridad a los versos de este poeta.

En el libro encontramos cómo Velarde proyecta su momento y su tiempo a través de las letras. Reconocemos su resistencia ante la invasión yanqui, la situación de México frente a Estados Unidos, lo que sucedía en el cine y la cotidianidad de ese México. Así, en este entorno, Velarde construye su idea de Patria. La Patria como mapa, como identidad e identificación.

Garrido ayuda al joven lector a descifrar las referencias dentro de la poesía de Velarde, recuerda su vida: la dirección del semanario noticioso y literario Pegaso, junto con Enrique González Martínez y Efrén Rebolledo; sus relaciones de amistad con pintores y escritores de la época, etcétera.

Este libro recopila poesía y prosa de Velarde, pero sin duda el tema central es el poema de La suave Patria, escrito y revisado por Velarde el poeta, el último poema que nos dejó antes de morir. La suave Patria es una pintura en movimiento, de lo que era y es México: la suave patria que lo vio morir.







La Suave Patria


Proemio

Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzo hoy la voz a la mitad del foro
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo
para cortar a la epopeya un gajo.

Navegaré por las olas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuan
que remaba la Mancha con fusiles.

Diré con una épica sordina:
la Patria es impecable y diamantina.

Suave Patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.




Primer acto

Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.

El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo.

Sobre tu Capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.

Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.

Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.

Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.

¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los juegos de artificio?

Suave Patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.

Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos se vacía
el santo olor de la panadería.

Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera
suave Patria, alacena y pajarera.

Al triste y al feliz dices que sí,
que en tu lengua de amor prueben de ti
la picadura del ajonjolí.

¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena!

Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios, sobre las tierras labrantías.

Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas,
oigo lo que se fue, lo que aún no toco
y la hora actual con su vientre de coco.
Y oigo en el brinco de tu ida y venida,
oh trueno, la ruleta de mi vida.




Intermedio

(Cuauhtémoc)

Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.

Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de cenizas de tus plantas.

No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio;
tu cabeza desnuda se nos queda,
hemisféricamente de moneda.

Moneda espiritual en que se fragua
todo lo que sufriste: la piragua
prisionera, al azoro de tus crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como del pecho de una codorniz.




Segundo acto

Suave Patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío.
Tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.

Suave Patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito;
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.

Inaccesible al deshonor, floreces;
creeré en ti, mientras una mejicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país, del aroma del estreno.

Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagros, como la lotería.

Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.

Te dará, frente al hambre y al obús,
un higo San Felipe de Jesús.

Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.

Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
en una caja de carretes de hilo,
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.

Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
frescura de rebozo y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.

Por tu balcón de palmas bendecidas
el Domingo de Ramos, yo desfilo
lleno de sombra, porque tú trepidas.

Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.

Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el AVE
taladrada en el hilo del rosario,

y es más feliz que tú, Patria suave.
Sé igual y fiel; pupilas de abandono;
sedienta voz, la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
la carretera alegórica de paja.

24 de abril de 1921
 


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