peruligera.jpg Cinco poetas peruanas jóvenes

Nota y selección de Víctor Coral



Andrea Cabel
(Lima, 1984)


el once

los padres no existen, son viejas armas de guerra, excusas falsas para evadir la sensación de estar solos. los aeropuertos repletos de gente, las ventanas abiertas gritando corrientes infinitas de aire. un estómago que corre y se sostiene apenas, grita y gime escondido en sí mismo. no te vayas nunca, no te vayas nunca. un estómago que araña su textura, su manía de latir hacia el cielo. la inmensa bóveda de soledad se abre en dos, en tres, no te vayas nunca, me quedo contigo, la cama se hace dos veces ella, no te vayas nunca once veces caminaré la misma vereda roja, roja de azúcar y distancia


El único enemigo soy yo

cansada de tanto viaje, plegada en mi propia forma de insomnio,
                                                                                           de rostros y olas.
desaparecen los planetas, las calles, las páginas que se extienden
lentamente:
nadie va hacia la muerte,
sólo los que leen el destiempo
los recuerdos, los ojos amargos.
sólo los ángeles y las burbujas saben cuánto aire hay en las brasas
cuanta eternidad futura en la huida en una aguja.

el único enemigo soy yo, obstinada tez de tiempo,
sólo los atardeceres y los gritos,
las mejillas tan rotas,

y el océano,
perfumando las barcas, los peces, los brazos fuertes de un hombre y
una red.

no canta más la montaña,
arde el niño y la casa  hacia un sujeto en el rincón más ciego y oscuro,
hurtando resignación a la luna, a la paz de las rosas
de la lluvia que flota y camina extensa hacia los papeles endurecidos por
el aire
por  los paisajes de instante y desorden.


los héroes y los disfraces

“…yo no sé de pájaros, no conozco la historia del fuego. Pero creo que mi soledad debería tener alas…”
A. Pizarnik.

el aliento no es un río ni un oscuro pecho, es el lugar donde nos reconocen los espejos, el vértice de la casualidad y el hastío.

sólo el tiempo es real y existe. sólo el abandono crece y nos sigue hacia la conocida cerradura de una rosa violenta, hacia la despedida de un rostro muerto de hambre, oliendo para no sentirse solo.

ya no extraño la amargura ni el ruido de las palmeras.

no pienso más en los pisos que rodean el techo de estrellas y los mapas de invernadero.

no siento más la caída,
soy un puente que estudia tus ojos, la garúa que flota a través de las
ventanas,
un reino de manzanas, fugitivo y encendido.


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