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portada-bomarzo.jpg Bomarzo
Elsa Cross,
Era-Conaculta,
México, 2009. 

Por Grissel Gómez Estrada

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Al leer Bomarzo de Elsa Cross, no puedo evitar pensar en Heidegger. Dice el filósofo: “el poeta nombra a los dioses y a todas las cosas en lo que son”. El poeta enuncia la palabra esencial. Es la instauración del ser por la palabra.

En este sentido, la poesía es un medio de conocimiento, una explicación ontológica presentada a través de la metáfora. De hecho, en la actualidad, la metáfora es objeto de estudio, justamente en la dimensión del conocimiento. No es sólo ornamento, recurso figurativo, es un acercamiento a las cosas que no se conforma sólo con la descripción científica, es decir, no sabemos qué son las cosas, sólo las describimos. Por ejemplo, en Las enseñanzas de don Juan, el chamán pregunta a su discípulo: ¿Qué es un árbol? El discípulo no puede responder sino con categorizaciones y descripciones. Sólo aprehende qué es un árbol cuando lo siente, cuando logra introducirse en las entrañas del árbol y sentirse árbol. La magia de don Juan es una forma parecida a la explicación que da el poeta, quien intenta explicarse el mundo a través de un lenguaje irracional que trasgrede la lógica o la gramática, pero cuyo significado va directo al espíritu (y quizá esa sea la causa por lo que la poesía sea incomprendida por la gente que se ve sometida al ritmo inhumano de la globalización).

De esta manera, Elsa Cross, a lo largo de su obra poética, intenta reconstruir la experiencia, la aprehensión de sitios cuya esencia es mística, sagrada, como se demuestra en Bomarzo.

El Bomarzo real, es un jardín italiano, el jardín de los monstruos de piedra, creado por un amante, se dice, como para dar cuenta del dolor por haber perdido a su amada. El Bomarzo, de Elsa Cross, gran poema de 18 partes, es el sitio a donde no se pudo llegar:

No fuimos a Bomarzo
sino en el hilo de esas largas conversaciones
que siempre nos llevaban a las mismas fuentes,
que pendían de las glicinas de unas pérgolas
que quizá nunca existieron en Bomarzo.


Así, Bomarzo es un depósito de deseos, de sueños, quizá de cosas que jamás existieron entre los que, tal vez, se halle el amor; es, quizá, una especie del Tar de Fernando Arrabal. Y es, en ese sentido, la búsqueda de una verdad. La esperanza de encontrarla es lo que une a la pareja amorosa: “En Bomarzo terminaban nuestros sueños”.

Sin embargo, la búsqueda de esa supuesta verdad, quizá sólo sea huir de la verdad cotidiana, de la personal:

Desviábamos la conversación
detrás de cualquier brisa contraria.
Cómo nos asustaba llegar al fondo,
y con cuánta habilidad interponíamos
otros argumentos,
preguntándonos si la doble entrada
a la Gruta de las Ninfas
ofrecía una salida,
si los muertos que deambulaban
en las sombras sublunares
volvían aquí en las gotas de agua.


En este sentido, en el de no enfrentarse, sobreviene la incomunicación:

aún ahora que tú sostienes esta plática
desde el extremo de una cuerda imposible,
y yo, en el otro,
como aplicando la oreja a una lata
de aquellos viejos teléfonos infantiles,
trato de adivinar lo que dirías
si tu voz no se hubiera deslizado
por la boca del Orco.


Esa imposibilidad de comprenderse, quizá sea la misma imposibilidad de encontrar la verdad (si la hay) y una realidad que prefiere evadirse con el sueño.

Tal vez sea por esta búsqueda que, a lo largo del poema, la poeta cita a filósofos y poetas, como Heráclito y Valèry. De esta forma, Bomarzo parece, al mismo tiempo una especie de recuento, mirar los rastros sobre la forma en que la humanidad ha intentado conocer: a través de los dioses, de la lógica dialéctica, incluso de la metáfora:

(Y vuelve el lenguaje a la evasión alegórica,
a la metáfora que traslada
como transporte urbano
lo que quería decirse, hacia otra parte.)

Y se enuncia la “verdad” del día de hoy:
En las viejas historias se habría dicho:
fue un mal viento,
fue el Dios lleno de ira,
la Furia o el Demonio que pasaba,
fueron las Ánimas.
Sería cualquier cosa, menos uno,
lo que se desdoblaba ensombrecido,
magnificando el gesto,
afilando la arista del golpe oblicuo–
contra uno mismo.


La palabra esencial en Bomarzo despliega una atmósfera de imposibilidad y temor, de evasión y sueños, a través de un lenguaje poético plástico, lleno de referencias, de intenciones escondidas, así como a los humanos no es dado, a través de la razón, llegar al corazón de los objetos.


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