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El tamaño del dolor, Xhevdet Bajraj

EL TAMAÑO DEL DOLOR
Xhevdet Bajraj, Era- CONACULTA- UACM, México, 2005

Por Carlos Pineda
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Larga es la historia en la que los Hombres ven en el abandono de su patria la única opción viable para la sobrevivencia.  Largo es también el dolor (tan largo como un verso) como la dimensión de la boca que lo enuncia. Pero decir dolor (como no decirlo), es apenas convocar su sonido: temblor de aire que en él se realiza; y no (no todavía) fluir sanguíneo por entre la letra y el aliento que lo sustituye, y que pronto dejará de ser sonido para ser sangre enmudecida.

Así el dolor del poeta de origen albanés, venido de Kosovo, Xhvedet Bajraj (1960), que cogido al madero de sobrevivencia que le ofreció la Casa Refugio Citlaltépetl en 1999, pudo reposar el grito, para, con un verso silente, obligarnos al grito.

Voz que nos hace modificar nuestras categorías y referencias para con la violencia, el horror, la muerte, el abandono, la soledad, que en esta nuestra Latinoamérica (tan proclive a enunciar el dolor desde la heroína del romanticismo) ha sido pretexto de panfletarias poéticas de oportunismos líricos.

Enunciar lo sufrido (mejor, enunciar el dolor) no precisa enunciarse de esa manera, por eso Bajraj dice: “Los asesinos/ Con dientes hechos de nuestros huesos/ Mastican chicle/ Y el sueño los sorprende reclinados”.

Dolor, sí, pero sin el aura ”caudillística”. Dolencia simple, terrena, inaudita por su aplastante cotidianeidad.

El tamaño del dolor de Bajraj, es del tamaño de la metáfora que lo silencia, por eso: “Junto a la pesada artillería del odio/ en la tiniebla ennegrecida desde hace tiempo [que] A los humanos nos empequeñecen […]”, está la poesía como siempre se ha querido, más allá de su función substancial lingüística, para ser algo más que lo enunciado.

Quizá por esto, Philippe Ollé-Laprune, de la Casa Refugio de escritores de México, comenta al inicio de la presentación a El tamaño del dolor: “El horror se excluye de las palabras y los crímenes se cometen en silencio”. Sí, decimos los lectores, pero un silencio felizmente inarticulado, donde el grito, disfrazado ahora quizá de sollozos, “Florecen/ Por un equívoco/ [en] Las plantas destinadas a las tumbas”.

Libro-maquillaje para una muerte que nos permite ver sin el acento de la tragedia ni el velo burlón;  sin búsquedas metafísicas, ni la pequeña muerte del danzón; que simplemente está ahí: “En Kosovo […] Por la mañana/ [con] Leche de senos desgarrados de las madres   Y bebés nonatos”.

Muerte sin más tragedia que su enunciación, que nos deja entre la historia y el florilegio para su exorcismo, una poesía sin más ambición que ser palabra y piedra, guarnición del lamento “vinagre de horror“.

Al final del principio, al inicio del dolor, habrá “Una paloma sobre el asfalto […] / Sólo dos plumas le faltaban/ Y la vida”. Sólo eso “vida” que es respiro, identidad, ser: soy: sobreviviente de una lengua en otra lengua que me hospeda y ahora me habita, que ya no grita, porque sabe que el grito es sólo ruido y el lamento a ras de tierra llega más rápido al nervio del pie de quien la escucha.

En Bajraj la política (eufemística manera de nominar a la mierda) es “domesticada” y obligada a servir a las Letras; de esa manera estratégica en la cual el reclamo, la opresión, puede ser más efectiva en tanto que no enuncia al sujeto  que sufre,  sino “sólo” al hecho de la opresión.

Esta poesía venida de la antigua Yugoslavia no quiere ser planto, requiem, saudade, no quiere ser dolor, es dolor que por serlo, por haberlo sido, por estarlo siendo es “… viento fétido del mar/ [que] Sin la sal del recuerdo/ Hojea las Páginas del Libro de la Muerte”.

Así sea, hojeemos…


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